Luis Velázquez
17 de junio de 2017
Aquella tarde/noche, en el hotel playero, en Boca del Río, Juan René Chiunti Hernández desgranaba la mazorca política de su vida. Y cada capítulo estelar en un partido político diferente. Ni siquiera, vaya, el cambio de piel de un camaleón.
Director de Obra Pública en Cosamaloapan, nominado por el PRD.
Alcalde, la primera vez, por el PAN.
Diputado local por vez primera, Panal.
Otra vez alcalde, por el PRI.
De nuevo diputado local, por el PRI.
En su biografía, el PRD, el PAN, el Panal y el PRI.
Pero…, con todo, vivía a plenitud su tiempo, mejor dicho, sus intereses.
“No estoy casado con ningún partido”, se defendía.
Por eso, cuando el presidente del CDE del PRI, Renato Alarcón, le pidió declinar la candidatura a presidente municipal (por tercera ocasión), su respuesta fue casi inmediata:
“¿Cuánto cuesta, preguntó, el sueño de José Tomás Carrillo Sánchez, de ser alcalde de Cosamaloapan?”.
Nunca a Renato Alarcón se le cruzó la posibilidad de que tal fuera la filosofía de vida de Chiunti. Quizá pensó en la historia de los mercenarios, los fenicios del mundo. Y fingió no haber entendido ni comprendido la respuesta.
Entonces, volvió a preguntar y escuchó la misma frase célebre:
“¿Cuánto cuesta el sueño de Tomás Carrillo? Y pregunto cuánto cuesta… porque es lo que yo valgo”.
El presidente del CDE del PRI tradujo la filosofía de vida y que era concreta, específica y lacónica:
Chiunti declinaría a favor de Carrillo para la alcaldía… a cambio de los millones de pesos que significaría la esperanza de su adversario, quizá enemigo a muerte, para gobernar el pueblo.
Juan Carlos Molina Palacios, el líder de la CNC jarocha, solo escuchaba. Ni una palabra pronunció. En todo caso, era el árbitro, pues había servido de vaso comunicante, pero sin cursar invitación a Tomás Carrillo.
EL PACTO FUE DESCALABRADO
Renato Alarcón se estrenaba como presidente del CDE. Por vez primera en su vida llevaba él mismo la rienda de una elección. Ni siquiera, vaya, cuando Adolfo Mota, amigo y compadre, uña y carne, había sido líder tricolor y él secretario de Finanzas.
Desde luego, el (posible) acuerdo, simple y llanamente, tronó. Fue descalabrado en un dos por tres. Más, mucho más tiempo había significado el puente tendido.
Y es que cuando, como en el caso, a un cargo de elección popular le ponen precio, entonces, y por razón natural, ya lo decía el góber fogoso, “no hay llenadera”.
Chiunti ponía precio a su cabeza, mejor dicho, a su candidatura, a partir de que en dos ocasiones fue diputado local, y en dos más alcalde, y en una quiso imponer a su esposa de presidenta municipal en aquel tiempo del duartazgo, pero fue descarrilada por la oposición.
Con todo, Chiunti sabía, y sabe, lo que cuatro años de un mandato municipal significa en billete.
Y ni modo se haya reducido a una limosnita para declinar a favor de Tomás Carrillo.
Al final del día y de la noche, ni Chiunti ganó la alcaldía ni tampoco Carrillo, pues el candidato del PAN se quedó con “la joya de la corona”.
Incluso, cuando nadie lo esperaba, porque unos días antes, hasta en el búnker azul, daban como un hecho el triunfo del candidato priista.
Pero de pronto, las aguas se enturbiaron y siguieron enlodando y el PAN ganó y lo que fuera una gran sorpresa para el mismo candidato, vaya el lector a saber las razones, los motivos o los pretextos.
TODO TIENE PRECIO…
Mucho, demasiado, excesivo lodo ha caído sobre la política-política (así lo decía Carlos Salinas) que se ha vuelto un oficio mercenario y fenicidio, como en el tianguis, donde todo tiene precio.
Aquella frase célebre de Luis Donaldo Colosio, el mártir del PRI en el siglo XX, preguntando los principios y valores con que los políticos ejercen el poder, solo quedó como referencia en el realty-show de la telenovela.
“Yo no estoy casado con ningún partido político” dijo Chiunti como validando el proverbio ranchero de que “con dinero… baila el perro”.
Pero además, el chantaje. Yo declino por ti… pero a cambio de una lana millonaria.
La política, como negocio para usufructuar las arcas oficiales como si fueran la gerencia de una hacienda porfirista, de una tienda de raya, de un antro de mala y buena muerte.
Alcalde y diputado local por el PRI, Chiunti pertenece a la generación política que a todo le pone precio.
Además, sin hablarse de tú con la humildad, y más, porque en dos ocasiones ha sido presidente municipal, creyendo de seguro que el Ayuntamiento le pertenece y le está predestinado… mientras viva.
Tan es así que pretendió imponer a su esposa y dada su prolífica familia quizá repita la hazaña ahora cuando hacia el final del año inicie el proceso electoral para los diputados locales y federales, pues si deseara él mismo la Senaduría, su biografía política y social sería insuficiente.
Ha caminado en el PRI, el PAN, el Panal y el PRD. Le faltaría coquetear con MORENA y el chiquitillaje para rebasar a Jorge González Azamar, el caciquito de Catemaco, que también ha andado en varios partidos, sin un ropaje ideológico, atrás de su interés patrimonialista.
Uno y otros, con tantos políticos así, bien podrían formar su partido político, con todo y el riesgo de que fuera una torre de Babel.