Luis Velázquez
22 de septiembre de 2017
Si al lector le gusta coleccionar genios, entonces, en la yunicidad los puede encontrar. Además, con valores agregados, como por ejemplo, la frivolidad, como si, por ejemplo, hubieran participado en el estallido de la Revolución o dado el grito patrio el día cuando iniciara la guerra de Independencia. Seres, pues, extraordinarios, fuera de lo común y que como creen estar súper dotados, se sienten merecedores de todo.
Por ejemplo:
El Fiscal, trepando a las redes sociales su foto con mandil preparando y cocinando una paella, pues, como dijo para que el mundo lo supiera, le fascina cocinar, quizá, porque según el chamán a las mujeres encantan los hombres que saben guisar.
La secretaria de Desarrollo Social, vestida con shorcito incitante, de shopping, probándose un sombrerito en Polanco en la Ciudad de México, a tono, digamos, de cuando Karime Macías trepaban al avión oficial para darse manicure y pedicure en la metrópoli más grande del mundo y luego pasar al rancho “Las mesas” para dar un besito a sus caballos de carreras, mientras nadaban en su alberca exclusiva.
El secretario de Educación, dejando que su chamana, Claudia López Benítez, enaltezca la calidad educativa, mientras él grita al resto de los mortales que su único objetivo es empujar la carreta para amarrar el triunfo del primogénito como candidato triunfador a gobernador de 6 años el año entrante.
El secretario de Seguridad Pública, condicionando las ruedas de prensas a las preguntas que desee contestar, porque está harto, hartísimo de que siempre le cuestionen el río de sangre y el valle de la muerte en que Veracruz está atrapado y sin salida.
Los Yunes, padre e hijo, vestidos en traje deportivo, haciendo ejercicio porque el ejercicio, dice su choro tuitero, rejuvenece el corazón, el cuerpo y el alma.
“La frivolidad, dice el politólogo Carlos Ronzón Verónica, a todo lo que da”.
En tanto, el millón de indígenas y los dos millones de campesinos, en la miseria, la pobreza y la jodidez, pues, y en todo caso, así han vivido toda la vida y ni modo que sean redimidos en dos años azules.
EL HOMBRE SOLITARIO DE PALACIO
Según Ronzón, el mejor retrato del llamado “gobierno del cambio” fue la noche patria del 15 de septiembre en Xalapa.
El góber azul, por ejemplo, ondeó la bandera y dio el grito con los nombres de los héroes solo, solito, solitito en el balcón, dueño total y absoluto de los reflectores, la luz iluminando su cuerpo trajeado y su sonrisa doble, triple sandía.
La sonrisa de la satisfacción y la felicidad.
En tanto, a un ladito, los otros actores políticos, sociales y militares, pero lejitos, y además, en lo oscurito, sin que la luz les diera, en la sombra, para pasar inadvertidos.
Blanca Nieves, brillando solita en medio de los enanos y hasta con la envidia del sapo con la luciérnaga.
Y luego, el baño de pueblo y cargando a un niño con una sonrisa que abarcaba a todos sin excepción, como un Titanic, antes, mucho antes del bailongo con Willie Colón, el preferido del momento como en el sexenio anterior eran “Los tigres del norte”, incluida Dominga Xóchilt.
Nadie le robó las candilejas y el resplandor. Sólo él, él, él. Y con nadie, claro, para compartir.
Digamos, igual que Putin haciendo ejercicio en el bosque con el pecho desnudo, exhibiendo los músculos. Mao Tse Tung, glorificado por el pueblo. Adolf Hitler, soñando con adueñarse del mundo.
Del Veracruz de los Frutsis y los Pingüinos “a la plenitud del pinche poder” que dijera el fogoso.
CERO MESURA, CERO PRUDENCIA
Antes, mucho antes, se decía que la veleidad humana estaba limitada a la población femenina, quizá en una expresión machista, porque si se lee a Suetonio, los Césares y emperadores eran más frívolos que Indira Rosales, Jorge Wínckler, Enrique Pérez, Luis Ángel Bravo Contreras, Érick Lagos, Adolfo Mota, Jorge Carvallo y Alberto Silva, juntos.
Y también como a ellos, les aplaudían, como la locura aquella de Calígula, quien de pronto ordenaba que los pisos de su palacio fueran tapizados con monedas de oro y se quitaba los zapatos (o las sandalias) y caminaba descalzo sobre el dinero para sentir el buen karma, en tanto gritoneaba como en un viaje esotérico escuchando el aplauso de los súbditos.
Con todo, la frivolidad también solía reducirse a la discreción y al recato de una alcoba, en donde la pasión desaforada estremecía los estados anímicos de la pareja.
Quizá lo notorio ahora es que de pronto, la egolatría se hizo pública, y como decía el filósofo José López Portillo, los políticos se volvieron cínicos, perdiendo la mesura y la prudencia en el hablar, el actuar y el operar que caracteriza a los estadistas.
Lo insólito es que así es el jefe de la revolución azul en Veracruz (mejor dicho, la simple alternancia partidista) y por añadidura, así son los empleados, jefes máximos del gabinete legal y ampliado, sin que por ningún lado aparezca una voz serena.
De continuar así, pronto llegarán a la amarga derrota de la utopía.