Luis Velázquez
Veracruz, México.– Hay una guerra en Veracruz. Es la misma de Felipe Calderón contra los malosos y que dejara veinte mil muertos. Es la misma de Enrique Peña y que lleva 72 mil muertos. Guerras frustradas. Calderón se fue y los carteles y cartelitos siguen aquí.
Calderón y Peña dijeron que nunca, jamás, pactarían con los malosos. Cosas de la vida: en la mayor parte del mundo, dice el politólogo Ramón Benítez, los políticos han suscrito acuerdos con los barones de la droga. Así todos se repartieron la plaza y todos satisfechos con una tajada del pastel gigantesco.
Así era, antes, en México, cuando los gobiernos priistas. Pero cuando llegaran los panistas a Los Pinos, el pacto se rompió (un tiempecito) y por añadidura, el país se descompuso.
Con Vicente Fox, claro, hubo pacto hacia la mitad del sexenio. Entonces, dice la escritora y periodista, Anabel Hernández, Fox pactó (o habría pactado) con el Cartel Del Golfo. Y la guerra se recrudeció, porque “todos hijos de Dios o todos hijos del diablo” y desde Los Pinos preferían a un cartel por encima de los otros.
Según el politólogo, Calderón también se casó con Joaquín “El chapo” Guzmán. Y el país siguió descomponiéndose.
Con Peña Nieto, otra vez el reparto, como en los tiempos del priismo encumbrado. Y de nuevo, el río de sangre y el valle de la muerte. Los carteles contra los carteles para quedarse con la plaza y que significa el territorio nacional, de norte a sur y de este a oeste.
Estados narcos por excelencia: Guerrero, Michoacán, Sinaloa y Tamaulipas.
Estados que se han salvado… por alguna razón: Oaxaca, Chiapas, Campeche y una parte de Yucatán.
Fue entonces cuando el tsunami llegó a Veracruz. Que habría venido procedente de Tamaulipas, con dos gobernadores, Tomás Yarrington y Eugenio Flores Hernández, priistas, acusados por la DEA de ligas con los carteles.
Ahora, aquí, entre nosotros, el saldo es trágico, desolador. Por ejemplo, los cuatro niños asesinados en una colonia popular de Coatzacoalcos, satanizado el padre de ligas con los malosos de acuerdo con el bienio azul, ajá.
SEMBRAR MIEDO Y TERROR
De acuerdo con Ramón Benítez, con Felipe Calderón existió un uso faccioso de los políticos y los narcos para hacer política electoral.
Si en una entidad federativa había comicios para elegir gobernadores y diputados federales, por ejemplo, entonces, de pronto, la vida cotidiana se llenaba de terror y pánico.
Por todos lados aparecían muertos, decapitados, colgados de los árboles y los puentes, matanzas, niños y mujeres asesinadas.
Era parte de la táctica para sembrar el miedo y el horror en el corazón ciudadano y familiar.
Y aquella estrategia fue tan efectiva que, por ejemplo, cuando el priista senador, Arturo Zamora, fue candidato a gobernador de Jalisco, la violencia alcanzó el peor tsunami en su contra, y el llamado góber piadoso, el panista Emilio González Márquez, quedó con el trono imperial y faraónico de seis años.
Es más, la misma táctica fue operada en el Calderonismo en contra de Miguel Ángel Osorio Chong (secretario de Gobernación) cuando fue candidato a góber en Hidalgo. Pero MAO se impuso.
Con Calderón y Peña Nieto, centraban las baterías contra los malandros en una entidad federativa, digamos, donde el saldo de la muerte estaba recrudecido.
Entonces, los carteles se desplazaban y caminaban a otro estado del país. Y desde luego, elegían el territorio más favorable. Caso Veracruz, con su autopista de sur a norte que lleva a Estados Unidos, con sus tres puertos marítimos para descargar la droga del extranjero, con sus aeropuertos, con sus pistas clandestinas (¡Ah, la matanza de “La víbora” en los Llanos de Sotavento!), y con el consumo de droga que ha ido repuntando.
Un día, al despertar, el dinosaurio ya estaba aquí… hasta la fecha.
Y más, cuando en el camino encontró tierra fértil para las alianzas con las corporaciones policiacas y los mandos medios y superiores y las elites políticas.
LA NOCHE INACABABLE MÁS SINIESTRA
Cosas de la vida:
Hay tres estados del país, gobernados por panistas, donde la violencia se ha multiplicado. Y por alguna razón será… que allá cada cafetómano podría dilucidar.
Veracruz, con Miguel Ángel Yunes Linares.
Tamaulipas, con Francisco García Cabeza de Vaca.
Y Chihuahua, con Javier Corral.
Además, en el trío de estados el discurso político es el mismo: el culpable de la violencia es el gobernador antecesor, y en el caso de Veracruz Javier Duarte, y de Tamaulipas, Egidio Torres Cantú, y de Chihuahua César Duarte.
Tres panistas (que se declaran ángeles de la pureza, con todo, y en unos casos, tener denuncias penales por enriquecimiento ilícito) contra tres priistas, declarados los más corruptos de la historia nacional.
El discurso, pues, sobre el asunto más sensible en la piel social, como es la incertidumbre y la zozobra en el diario vivir, en tanto sus Fiscalías son fiscalías del odio, el resentimiento y la venganza y el pitorreo sobre el dolor y el sufrimiento humano.
Inconcluso, con promesas inacabables de que pronto harán justicia, como en el caso de los Solecitos y Colectivos en Veracruz.
Y en contraparte, el pendiente social con una calidad de vida (en todos los órdenes) por los suelos.
Y el culpable, siempre, el antecesor, los diablos que escaparon a Luzbel.
El colmo: el día de la libertad de prensa en Veracruz, algunos colegas publicaron que el desayuno había sido cancelado porque Javier Duarte saqueó tanto el erario… que ni para un convivio de picadas y gordas y café negro había en SEFIPLAN.
La noche más larga, sórdida y siniestra, que Veracruz vive y padece todos los días.