Luis Velázquez
Veracruz, México.- Se viven horas trágicas en Veracruz. Y la población sueña con “la aurora de un nuevo día” luego de la extensa y perpetua noche duartiana. El alma social vive estremecida. A la vuelta de la esquina, la vida está amenazada.
Cada día, la guerra de los carteles. La violencia. El horror y el terror con los cadáveres tirados en la carretera y en el monte y flotando en los ríos, arrastrados aguas abajo por el cauce.
La tiniebla sexenal que fue el sexenio anterior ensombrece los días y las noches.
De pueblo en pueblo, de región en región, el crimen se combate con otro crimen, la saña con más saña, la barbarie con más barbarie (Stefan Zweig) y en que los malandros han desatado el pandemónium, el exterminio y quizá el genocidio, digamos, entre ellos.
Pero al mismo tiempo, con las secuelas del horror para intimidar a la población como el hecho de asesinar a los cuatro niños de una colonia popular en Coatzacoalcos, y al niño y su maestra en Tantoyuca y a la niña en una plaza comercial de Córdoba y de secuestrar, desaparecer y asesinar a los tres edecanes de Amatlán y Córdoba.
Entre los sicarios se asesinan con el peor de los instintos, y al mismo tiempo que la sangre corre, el olor del miedo “y el miedo al miedo” se huele y siente en las calles y en los pueblos en cada familia, en cada hogar.
“Los ríos apestan a cadáveres” y los carteles y cartelitos disputan la plaza estatal a través de la misma estrategia como es matar y matar y matar y seguir matando, casi casi con la misma insatisfacción de Huitzolopochtli que siempre reclamaba sangre.
“Nadie ceja en su exaltada bestialidad” decía Zweig luego de la noche de san Bartolomé, ocho mil muertos en una sola noche, la noche del 24 de agosto de 1572.
NADIE SABE SI AMANECERÁ MUERTO
Nadie, absolutamente nadie sabe, incluso, ni los ricos ni los políticos con sus escoltas, menos, mucho menos, el ciudadano común y sencillo, si mañana vivirá o estará muerto.
El único camino que va quedando es salir huyendo de Veracruz. Migrar. Migrar, como en el caso de los vecinos de Pueblo Viejo y Pánuco a Estados Unidos y de Córdoba y Orizaba a Puebla o a la
Ciudad de México para perderse en la metrópoli más grande del mundo con sus veintidós millones de habitantes y en caso de los paisanos del sur más al sur.
En todo caso, migrar adonde el destino lleve o pueda llevar.
Hay días cuando la sangre se desparrama con mayor intensidad en que todo parece condenado a la destrucción.
Desde el duartazgo, Veracruz dejó de ser el lugar más hermoso y fascinante del mundo para vivir, aún cuando en resumidas cuentas, como afirmaba el escritor argentino, Jorge Luis Borges, la patria de un hombre, de una mujer, de un ser humano está donde están los suyos, familiares y amigos.
Ahora, se vive y padece una catástrofe humanitaria peor, mucho peor que el saqueo y la codicia de Javier Duarte y su generación política.
Es una crisis humanitaria ligada única y exclusivamente a la seguridad en la vida y en los bienes, pero más, mucho más a la vida, porque los bienes materiales van y vienen… si es que regresan.
Así, y como decía Zweig de Michel de Montaigne, se necesita en los políticos ”una descarga eléctrica que pase de una alma a otra”, una chispa de entusiasmo social, que levante la vida en cada nuevo amanecer, sin sobresaltos ni angustias.
En la vorágine y el tsunami de la violencia la población, el ciudadano que ha de sufragar en las urnas, los padres de familia, los hijos, la familia, única y exclusivamente reclaman el legítimo derecho a la vida.
EL DÍA DEL DERECHO Y LA JUSTICIA
Hubo, en el duartazgo (el capítulo más sombrío en la historia de Veracruz) saqueo desmedido, empresas fantasmas, desaparición forzada y cinismo y soberbia de los políticos que, pobrecitos, llegaron a sentirse y creerse inmortales y que ahora andan, gracias a la yunicidad, con el alma descarrillada, unos presos en el penal de Pacho Viejo, y otros huyendo, y otros amparados y otros en la zozobra.
Pero con todo, razón de Estado, Estado de Derecho, visión de estadistas, la seguridad y la justicia en el diario vivir ha de predominar, de igual manera como la tolerancia y la concordia y la razón y la tranquilidad social y la paz.
Javier Duarte y los suyos dejaron muchas, demasiadas, excesivas heridas sociales, la peor, los carteles y cartelitos adueñados de Veracruz y que siguen imponiendo la agenda pública, ya que el Estado se ha vuelto reactivo.
Y aun cuando todos estamos conscientes de que pillos y ladrones políticos han de terminar en la cárcel “y devolver el dinero público robado”, al mismo tiempo es la hora de la reconciliación social (desempleo, subempleo, salarios de hambre, pobreza, miseria, jodidez, baja calidad educativa y de salud y seguridad) para que en el territorio jarocho florezca “la aurora de un nuevo día”, el día de la mujer, el día del hombre, el día del derecho y la justicia.