Luis Velázquez
Veracruz.- “La muerte tiene permiso” en Veracruz. Están matando civiles. Niños, mujeres, ancianos, jóvenes, hombres. Taxistas, amas de casa, empleadas, estudiantes, maestros, reporteros.
Nadie está a salvo. Nadie puede gritar que ya la libró.
Incluso, y aun cuando Veracruz figura en los primeros lugares nacionales en homicidios, nadie tiene la numeralia correcta de la muerte.
Y al mismo tiempo, la hermana gemela de la inseguridad, jinete del Apocalipsis, mal salido de la caja de Pandora, como es la impunidad.
Y la impunidad, simple y llanamente, porque a nadie interesa.
Con Javier Duarte, Veracruz fue una entidad federativa sangrienta. Valle de la muerte. Y Duarte está preso por el saqueo, pero en ningún momento por desaparición forzada, y por tantos hogares enlutados.
Y aun cuando existe una denuncia penal de un Colectivo de Xalapa, el expediente se pierde en el oleaje del burocratismo.
Y si así fue en el sexenio anterior “y nada pasó”, entonces, en el gobierno azul se ocupan de otras prioridades, entre ellas, el nepotismo, “orgullo de mi nepotismo” le llamaba con cinismo José López Portillo.
Pudiera escribirse, por ejemplo, que asistimos a la matanza más sangrienta, porque si el pasado, pasado que es, huella histórica, fue brumoso y dejaría una lección, la vida ha empeorado.
Y empeorado, entre otras tantas razones, porque la autoridad alardea de tener aquí a las fuerzas federales, y a las locales, y estar creando y recreando viejas policías, y ofreciendo recompensas para ubicar a los homicidas, y no obstante, la macabra cadena de muertes sigue, imparable, implacable, impecable.
Peor tantito: en Estados Unidos prohibieron a la población viajar a varias entidades federativas del país, entre ellas, a Veracruz, igual, digamos, como sucediera en el duartismo, igual que cuando las ongs de reporteros del mundo declararon a la tierra jarocha “el peor rincón del mundo para el gremio reporteril”, igual que cuando el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra reveló que Veracruz “es el cementerio de migrantes más largo y extenso de la nación”.
“NO HAY UN MUNICIPIO SEGURO”
La Diócesis de Coatzacoalcos, a través de su vicario, Amado Ruiz Roldán, lo expresó de una manera lacónica en cinco palabras:
“No hay un municipio seguro”, dijo, y luego añadió 7 palabras más y lo que describe de forma telegráfica la realidad avasallante:
“¡Qué triste que no se haga nada!”.
Entonces, resumió el estado social en los 212 municipios:
“La población tiene miedo de salir a la calle” (La Jornada, 27 de junio, Sayda Chiñas Córdova).
Cierto, hay incertidumbre, zozobra, angustia, terror y horror (miedo al miedo si se quiere), pero con todo y que el discurso oficial llama a entender y comprender la política de seguridad, al momento ha resultado insuficiente, rebasado incluso, para sembrar en el corazón social la certeza de que cada familia, cada hogar, está protegido por las fuerzas policiacas.
Estará el gobierno azul deteniendo a bandas de sicarios, además de que los malandros se están ejecutando entre ellos para adueñarse de la plaza estatal.
Pero en la percepción ciudadana, el miedo prevalece.
“La iglesia, dijo el vicario, está triste por la muerte de inocentes, sobre todo, de niños, que nada tienen que ver con la lucha por el poder de los carteles”.
En Ciudad Juárez, Chihuahua, por ejemplo, en el tiempo estelar de los carteles secuestraban, desaparecían, asesinaban y sepultaban en fosas clandestinas a las mujeres, jóvenes trabajadoras en su mayor parte.
Aquí, en Veracruz, siguen asesinando a mujeres, pero los malandros se han centrado en matar niños para multiplicar la pesadilla del horror.
El niño de Tantoyuca. Los niños de Coatzacoalcos. La niña de Córdoba.
El llamado Estado de Derecho refiere como la prioridad número uno garantizar la seguridad en la vida y en los bienes.
En Veracruz, entonces, Estado Fallido… ante de hecho un Estado Delincuencial.
CAMBIEN DE ROLLO, SEÑORES AZULES
El 26 de junio, el góber azul justificó el tsunami de violencia reconociendo su incapacidad para frenar los asesinatos porque, dijo, en el país se multiplicó la delincuencia organizada.
También dijo, igual que Javier Duarte, igual que un montón de mandatarios, que “el gobierno del estado no tiene ni la capacidad ni la potestad para combatir el problema, pues es un tema del fuero federal”.
Y luego enseguida siguió argumentando sus razones:
“Estamos viendo un enfrentamiento muy violento entre carteles de la delincuencia, quienes se disputan el territorio y algunas actividades ilícitas como el robo del combustible” (MVS Radio).
¿Y?
¿Y de qué sirve que el señor Yunes repita el mismo estribillo de siempre, cuando, digamos, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, ha reiterado que el combate al narco es obligación de todas las instancias del gobierno?
Si unos y otros parecieran estarse “tirando la pelota”, entonces, que el Señor Todopoderoso de cada quien… cuide la vida familiar y la vida de cada ciudadano.
Lo dijo el obispo de Córdova, Eduardo Patiño Leal: resulta evidente que “algo está fallando”.
Será la estrategia. Será la fuerza de los carteles. Será el armamento de los malandros. Será la corrupción. Será el puño y el músculo de la delincuencia organizada para imponerse. Será el ajuste de cuentas entre los señores de la droga, el caso es que en Veracruz siguen matando a niños, mujeres, ancianos, jóvenes y hombres, y la macabra cadena del horror se ha vuelto la noche más sombría.
Hace nueve meses y nueve días, Javier Duarte y los duartistas dejaron el poder y todavía los siguen culpando.
Cambien ya de rollo, señores azules.