Luis Velázquez
Veracruz.- Unas ONG llevan la numeralia de los hijos desaparecidos. Otras, de los reporteros asesinados. Otras más, de los activistas ejecutados. Otras, de los feminicidios. Pero, hasta donde se sabe si bien se sabe, nadie llega la lista de los taxistas asesinados. Y todo indica son más. Mucho más.
Bastaría, por ejemplo, revisar la hemeroteca de la prensa escrita de norte a sur y de este a oeste de Veracruz para cuantificar el número insólito de taxistas muertos en los últimos nueve meses y siete días.
Incluso, si mal no se recuerda, el número de taxistas ejecutados hoy pareciera ser más numeroso que en el sexenio anterior.
El penúltimo de ellos, por ejemplo, fue asesinado el primero de septiembre. En Jáltipan. El conductor del taxi con número económico 54 llegó a un local de antojitos para cenar. Y de pronto, zas, arribaron unos desconocidos y lo balearon. Fue en el centro de la ciudad. En la calle Gutiérrez Zamora.
Y, bueno, han sido tantos los taxistas acribillados que ni siquiera, vaya, la Fiscalía tiene la estadística. Para qué… han de preguntarse, pues “la muerte (en Veracruz) tiene permiso”, y el río de sangre y el valle de la muerte en que nos hemos convertido a nadie ocupa ni preocupa.
Todos, diría el góber azul, son malandros. Los malosos se están ejecutando entre ellos. Y los taxistas, ni modo, juegan con fuego y “el que se mete… se aguanta”.
Cierto, en la percepción ciudadana hay la creencia de que algunos taxistas tendrían malas amistades y estarían, digamos, ligados a los narcos.
Pero en todo caso, lo mismo se ha dicho, por ejemplo, de trabajadores de la información asesinados que porque recibían un embute de la delincuencia organizada y de que, incluso, hasta eran sus jefes de prensa.
Quizá. Pero al mismo tiempo, ni todos los taxistas están metidos en el negocio de la droga ni tampoco todos los reporteros como tampoco todos los políticos.
Y es que si, digamos, y en el peor de los casos, así fuera, entonces manifestaría el gran fracaso de la política económica con desempleo, subempleo y salarios de hambre que obligan a buscar otros ingresos.
Y aun cuando, ajá, por ningún concepto se vale, “el hambre suele dar muchas cornadas” como intitulara Luis Spota una de sus novelas.
REVISAR CON LUPA LAS CONCESIONES
Meses anteriores, algún sindicato o unión de taxistas levantó la mano para inconformarse porque señalaban las amistades peligrosas del gremio, ya diciendo que era halcones, ya asegurando que tienen ligas con narcotiendas, ya que estaban metidos en el negocio.
Pero el número de taxistas sacrificados en los últimos nueve meses resulta inverosímil, porque cada semana termina con un recuento negro, sórdido y siniestro de los crímenes.
Demasiados, tantos que de ser así, implicaría, digamos, un cambio de política en la dirección de Tránsito, dependiente de la secretaría de Seguridad Pública, quizá para revisar de nuevo las concesiones, acaso para escudriñar la carta de no antecedentes penales, quizá para pulir y volver a pulir la lista de taxistas en común acuerdo con las dirigencias y los concesionarios, acaso para aumentar los requisitos para trabajar como taxista, etcétera.
Claro, si apenas en el sexenio anterior algunos policías y delegados de Seguridad Pública y mandos medios y bajos fueron acusados de desaparición forzada (el más dramático el de los 5 jóvenes de Playa Vicente), nada fácil sería que el gremio taxista esté filtrado e infiltrado por los malandros.
Y entonces, y por la tranquilidad de la población ha de asumirse una vigilancia drástica, porque “los demonios andan sueltos”.
LA IMPUNIDAD COMO LA REYNA PATRIA
En la numeralia de la muerte, los feminicidios estarían en segundo lugar después de los taxistas asesinados.
Las últimas dos fueron la semana anterior (el 30 de agosto), las dos empleadas de una cantina en Álamo y cuyos cadáveres fueron tirados en una parcela de cítricos en Castillo de Teayo en el poblado Mequetla, propiedad del agricultor Raúl Hernández, y la última, antier, en Fortín.
Las mujeres eran de unos veinticinco años, aprox. Sus cadáveres tendidos boca abajo sobre el pasto seco, cerca de un naranjal.
Al momento, el caso más sonado fue del trío de edecanes de Amatlán de los Reyes y Córdoba que fueran secuestradas, desaparecidas y asesinadas, sin que hasta el día de hoy existan detenidos.
Así, tanto los taxistas ejecutados como las mujeres asesinadas van quedando en la impunidad, porque si la secretaría de Seguridad Pública ha llegado al principio de Peter y simple y llanamente, no puede con el paquete, la Fiscalía es incapaz de procurar la justicia deteniendo a los homicidas.
En otros casos (por ejemplo, los niños ejecutados en Coatzacoalcos y la niña asesinada en Córdoba), el bienio azul luego luego ha dicho que los padres eran malandros.
Pero en el caso de los taxistas y las mujeres ajusticiadas, ninguna palabra. Y lo peor, la impunidad reinante, como si apostando al silencio y el olvido, el pendiente quedará resuelto.
Así caminan los días y las noches y los meses del llamado “gobierno del cambio”.