Luis Velázquez
18 de agosto de 2017
Los carteles han ido ganando terreno en Veracruz. Nadie dudaría de que en los últimos ocho meses y medio se han recrudecido. Y elevado el tono.
Por ejemplo:
Quedó claro cuando mataron a los cuatro niños y sus padres en una colonia popular de Coatzacoalcos.
Y cuando secuestraron y asesinaron al trío de edecanes de Amatlán y Córdoba.
Y cuando ejecutaron al niño y a su maestra en Tantoyuca.
Pero el martes 15 de agosto, una vez más demostraron el puño, de igual manera, por ejemplo, cuando en el Duartazgo se metieron a una iglesia católica en el puerto jarocho y delante de los feligreses, con las armas listas para disparar, secuestraron a una persona y la desaparecieron hasta la fecha.
En Poza Rica, por ejemplo, los sicarios se metieron al restaurante de un hotel y asesinaron a cuatro personas con alevosía, ventaja y premeditación y delante, claro, de los comensales.
Una víctima fue el abogado Armando Violante Herrera, ex aspirante a la presidencia municipal de Coatzintla.
El mismo día, en Misantla, se metieron a la terminal de autobuses y asesinaron a rajatabla a un par de choferes de la línea de Banderilla, sembrando el caos, la incertidumbre y la zozobra entre los pasajeros.
En Acayucan, de plano, en un rafagueo a un servicio de grúas utilizaron granadas y lo que significa palabras mayores, pues, además, dispararon sesenta veces contra las personas, cuando, caray, dice la canción de Rosita Álvarez, con un tiro “que sea mortal” basta y sobra.
En la autopista Veracruz-Xalapa, detuvieron un automóvil y torturaron a los dos pasajeros y en nombre del Veracruz violento, nublado y turbulento, los asesinaron.
De ñapa, y harta la población del tsunami de violencia, en Amatlán de los Reyes, poblado Ojo de Agua, una mujer de 22 años que había robado una moto estuvo a punto de ser linchada.
Incluso, por un poquito y la queman viva.
Ni hablar, lo cantaban José Alfredo Jiménez y Pedro Infante, “la vida no vale nada”.
DISPUTA POR VERACRUZ
Antes, mucho antes, “cuando éramos felices e indocumentados”, los crímenes sólo parecían ocurrir en la noche.
Y, digamos, en un ajuste de cuentas entre delincuentes comunes y que luego derivara entre malandros disputando con sus carteles la jugosa plaza Veracruz.
Ahora, el tsunami de horror y terror sucede en el día. Y lo peor, arrasa y avasalla con todos, sin excepción.
Niños, mujeres, ancianos y jóvenes. Nadie está a salvo, ni siquiera, vaya, las personas y las familias que utilizan escoltas y vigilancia día y noche en sus casas.
Hay poblados donde de plano la misma autoridad municipal ha decretado una especie de “toques de queda”, en tanto en otros se vive de hecho y derecho un Estado de Sitio, pues apenas pardea la gente se concentra en sus casas.
Y si tienen necesidad inevitable de salir, entonces, y como está sucediendo en Xalapa, armados con palos y resorteras salen en grupo a sus tareas vigilantes.
La vida, entonces, prendida de alfileres, “haiga sido como haiga sido” que llegamos al reino del terror, inocente o culpable sea Javier Duarte.
DÍAS HURACANADOS
Ocho meses y medio después, el clamor general de la población es la seguridad en la vida y en los bienes. Pero más, mucho más, en la vida, porque los bienes, en todo caso, van y vienen…, si es que, claro, regresan, y si nunca vuelven, entonces, ni hablar.
Cierto, el desempleo y el subempleo y los salarios de hambre están canijos.
También está canijo que Veracruz haya tocado fondo en la calidad educativa, en que, y además, con todo y título universitario hay un porcentaje elevado de jóvenes desempleados.
Pero los días huracanados que seguimos viviendo se han vuelto una pesadilla, en que la mitad de la población y la otra mitad se sienten, y con justa razón, totalmente inseguros, expuesta a un secuestro, temerosa de salir en la noche por todos los riesgos que significa.
Los políticos dirán que el país completo es un río de sangre y un valle de la muerte.
Y nadie lo dudaría.
Pero al mismo tiempo, allá cada gobernador que resuelva como pueda sus pendientes, porque aquí, entre nosotros, sólo late Veracruz.
Y como decía Fernando López Arias en su campaña electoral, 1962, “contra Veracruz nunca tendremos razón”, con todo, incluso, que su director de Seguridad Pública, Manuel Suárez Domínguez, terminó ahorcándose en una cárcel de Estados Unidos, donde estaba preso por sus ligas con los narcos.
Los capos y sus sicarios se han recrudecido. De hecho y derecho, transgredieron ya los límites. Secuestros en iglesias, crímenes en restaurantes de hoteles, granadas arrojadas en talleres, asesinatos en centrales de autobuses, cacería de reporteros cuando salen en la madrugada del periódico y van llegando a sus casas, plagio de edecanes, ancianos ejecutados sólo para robar, niños de tres años rafagueados, etcétera, manifiestan la crudeza del Veracruz que vivimos y padecemos.
El paraíso terrenal que éramos, convertido en una sucursal del infierno. Mejor dicho, en el infierno mismo.