Luis Velázquez
Está claro, ningún presidente de la república (Felipe Calderón y Enrique Peña) ni tampoco ningún gobernador ha podido con la delincuencia organizada.
Calderón, por ejemplo, se fue de Los Pinos y dejó veinte mil muertos, entre ellos, población civil.
Según el semanario Zeta, que suele llevar la cuenta mensual, hacia finales del año anterior, Peña Nieto llevaba setenta y ocho mil 109 muertos en cuatro años, casi casi, 21 mil 199 homicidios por año, con los estados de México, Chihuahua, Jalisco, Sinaloa y Veracruz en los primeros lugares.
Ahora, en Veracruz, por ejemplo, se ha adoptado la misma estrategia que Javier Duarte, el preso mexicano en una cárcel militar de Guatemala, y ofrecen una recompensa de un millón de pesos por datos que ubiquen al paradero de unos malandros. Por lo pronto.
Con todo y que aquí, en el puntilloso territorio jarocho operan la Gendarmería, la Policía Militar, la Policía Federal (el sábado 24 de junio les mataron a tres elementos en Cardel rafagueados en un restaurante), los soldados y marinos, la Policía Civil y las policías estatales y municipales.
Una vez más, y luego de los 24 asesinatos cometidos en un solo día, el sábado anterior, con cuatro niños de 3, 4, 5 y 6 años de edad asesinados, con sus padres, en Coatzacoalcos, y de las mujeres (madre e hija) ejecutadas en Orizaba en su casa, ha de revisarse con lupa si la estrategia del bienio azul para abatir la violencia es la idónea para restablecer el paraíso perdido desde la llamada Década Perdida.
Se insiste: ningún político ha podido.
Felipe Calderón, por ejemplo, sacó al ejército de los cuarteles y lo envió a la calle para combatir a los narcos y once años después, “los muertos que vos matáis gozan de cabal salud”.
Algo, entonces, ha fallado y sigue fallando. En el país y en Veracruz.
EL PEOR DE LOS MUNDOS
Durante casi seis años, Javier Duarte se la pasó cacareando que “aquí no pasaba nada”.
También gritoneaba que como sus corporaciones policiacas al alimón con las fuerzas federales combatían a los malandros… los malosos reaccionaban con furia.
Su Fiscal de nueve años, Luis Ángel Bravo Contreras, fue (es) tan ególatra, enamorado de sí mismo, que el mismo día cuando tomara posesión alardeó que tenía información confirmada de que por aquí asumió el cargo los barones de la droga habían huido de Veracruz para refugiarse en las cuevas de las montañas en otras entidades federativas, ¡vaya farsantito de medio pelo!
A cada rato, Duarte festinaba la captura y el desmembramiento de una y otra y otra banda delictiva que en contraparte se multiplicaban como los peces, los panes, los hongos, los ácaros y la humedad.
En Poza Rica advirtió a los medios en el llamado día de la libertad de expresión que “se portaran bien, porque venían tiempos peores y caerían muchas manzanas podridas”.
Ahora se sabe que, en efecto, sólo cayó una manzana podrida, que era él mismo, y por eso mismo está refundado en una cárcel de la tierra de Arjona durmiendo en una cama de piedra, y sin ventilador con estos calores infernales, ¡pobrecito!
Ahora, se reproduce el mismo discurso, en todo caso, un discurso paralelo, pero en la realidad predomina el mismo tiempo nublado. La vida, colgando de alfileres. Veracruz, el paraíso que tiene todo para erradicar la pobreza y la miseria y asesinan niños y mujeres y ancianos y jóvenes.
El bienio azul no puede. O en todo caso, está rebasado, pues ya llevamos casi siete meses en el peor de los mundos.
ABIERTAS LAS HERIDAS SOCIALES
En abono ha de recordarse que ningún gobernador ha podido.
En Tamaulipas, por ejemplo, los narcos mataron a un gobernador electo (Rodolfo Torre Cantú) y corrompieron a dos más (Tomás Yarrigton y Eugenio Flores Hernández), quienes de plano prefirieron pactar (según la DEA) a cambio de acuerdo millonario en dólares y aplicar el principio francés de “dejar hacer y dejar pasar”.
En otras entidades federativas, siempre la sospecha inevitable de un pacto entre políticos y barones de la droga. Y desde luego, las filtraciones a los cuerpos policiacos hasta llegar, incluso, a la desaparición forzada, como el caso de los cinco jóvenes de Playa Vicente levantados en Tierra Blanca por nueve policías, con su comandante, y entregados al jefe de la narco-plaza.
En otros estados legendarios en el narcotráfico (Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Baja California, Jalisco, Michoacán, Guerrero, Morelos, Sinaloa, etcétera), cada jefe del Poder Ejecutivo local (del PRI, del PAN y del PRD) ha fracasado, de tal manera que varios se “han lavado las manos” inculpando a la Federación, en tanto el gobierno central les ha devuelto la pelota bajo el argumento de que todos son corresponsables.
Pero… las heridas sociales están abiertas y sangran, sin una medicina que contenga el río de sangre.
Bastaría referir que la insólita cantidad de cadáveres que la violencia está generando cada día han atestado por completo a los servicios forenses, de tal forma que un montón de cuerpos sin vida están encimados en tractocamiones refrigerados y hasta en carpas como si fuera el circo pueblerino.
“Las morgues causan tristeza porque hay bolsas con restos humanos en el piso, como basura” dice la señora Lucía de los Ángeles Díaz Genao, del Colectivo Solecito (La Jornada, Eirinet Gómez, 15 de junio, 2017).
La misma Comisión Nacional de Derechos Humanos ha puesto “el índice en la llaga purulenta” revelando que Veracruz ocupa el segundo lugar nacional en fosas clandestinas con más de 191, antecedido por Guerrero con 195.
Nadie, entonces, tiene la vida segura. Tampoco nadie puede cantar victoria, cuando siguen asesinando niños y mujeres.
Y el bienio azul, simple y llanamente, ha desencantado, pues, además, a ellos sólo interesa “el orgullo de mi nepotismo” del que hablaba el filósofo de la “Colina del perro”, José López Portillo.