Luis Velázquez
Veracruz.- Palacio Legislativo. Jueves 15 de noviembre. Último informe del gobernador Yunes. Yunes, vestido de azul, a tono con el color de su partido.
De pronto, entre la comitiva de diputados locales que lo espera a la entrada del Congreso, aparece por delante (“Va mi espada en prenda”), el presidente de la Junta de Coordinación Política, apodada la JUCOPO, Juan Javier Gómez Cazarín, el hombre que de vendedor de automóviles en el sur de Veracruz pastorea a los diputados de la izquierda, la izquierda delirante, por vez primera mayoría en una Legislatura, la LXV.
Su lenguaje corporal ante el Yunes azul, panista, ex priista durante más de 25 años, lo dice todo.
Simple y llanamente, parece reproduce el lenguaje tricolor más encendido que permea la historia del año 1929 al año dos mil, cuando el PRI fue lanzado del Palacio Federal por el panista de las víboras y las tepocotas.
“A sus órdenes, Señor”, parece decirle Gómez Cazarín, el diputado de MORENA y AMLO en Veracruz, a Miguel Ángel Yunes Linares.
Cazarín, con el cuerpo agachado, “tendido al piso”, la mirada al suelo, el tributo al Tlatoani, el jefe máximo de la revolución azul, y que recuerda, por ejemplo, cuando el gigante Carlos Hank González formado en la hilera de políticos para saludar a Carlos Salinas presidente se va agachando y agachando y agachando hasta quedar de plano a la altura de Salinas.
La mano tendida de Gómez Cazarín, el diputado que descarriló a su homólogo Amado Cruz Malpica, a Yunes, y el colmo de los colmos, oh sumisión, oh vasallaje, sin atreverse a mirar a Yunes, como miran los indígenas, por ejemplo, y los campesinos viejitos.
Incluso, como saludan los inditos, apenas, apenitas, apenititas deslizando las yemas de los dedos con timidez, quizá con miedo y temor, en la mano del jefe, el gurú, el tótem, el patrón.
El diputado de la izquierda sumido ante el gobernador de la derecha.
Con traje color morado como si estuviera en una procesión de Semana Santa.
Casi casi cerrando los ojos, siempre, siempre, siempre, en todo momento, el lenguaje corporal con la reverencia al gobernador.
El servilismo indignante por delante.
El arte laudatorio resumida en su cuerpo.
“Usted, manda, señor”. “Diga usted, aquí estoy”.
Moctezuma II tendido ante Hernán Cortés.
Ya parece que el diputado Amado Cruz Malpica habría actuado así. Menos, mucho menos, AMLO, el presidente electo. Tampoco, claro, Cuauhtémoc Cárdenas. Heberto Castillo. Pablo Gómez. O Porfirio Muñoz Ledo.
Pero ni hablar, en la cancha morenista a tipos como Juan Javier Gómez Cazarín les llaman los “Morenos remisos” aquellos que llegaron al movimiento de AMLO de última hora con la mesa tendida, seguros, segurísimos de que merecen el aplauso de la patria.
Todo, pues, en nombre de la democracia, la civilidad y la cohabitación política.
EL BESITO DE ÉRIKA
De pronto, zas, el diputado de MORENA Gómez Marín se retira del primer plano y la diputada local del PRI, elegida por la vía pluri, lideresa estatal del COBAEV y de la CNOP, exsenadora de la república, Érika Ayala, se funde en otro lenguaje corporal con el Yunes azul.
Igual que Gómez Cazarín, igual que el profe Zenyazen Escobar quien puso de moda el traje color morado de peluche, Érika Ayala (“la chaparrita cuerpo de uva” decía el tío) con su vestidito color morado, alcanza la plenitud política y social, digamos, la utopía, el sueño de estar cerca de quien mandan, los jefes, los gurúes, los tlatoanis, los tótem, así sean los Huitzilopochtli del siglo XXI en el Golfo de México.
El Príncipe de la dinastía Kennedy de Boca del Río.
En la foto de Yerania Rolón, Érika Ayala aparece con los ojos cerrados dando un besito con la trompita parada a Yunes.
La sublimidad total y absoluta.
“A sus órdenes, jefe de jefes” diría Cantinflas.
La priista coordinadora de la súper bancada del PRI integrada en total por 3 de los 50 diputados locales, sumida y sumisa ante el panista Yunes Linares.
El Yunes azul inclinado reverente ante Érika para, digamos, estar a su nivel, a su altura y estatura.
En ningún momento es el besito de la muerte. Tampoco el besito de la traición. Menos el besito mañoso. Tampoco el besito ensalivado.
Es el besito lleno de admiración, como dijera Henry Kissinger, oliendo el poder político que tanto fascina a cierto tipo de mujeres.
De la cabellera de Érika Ayala se extiende como tentáculos de un pulpo un cairel garigoleado mientras la larga cabellera desciende sobre el comienzo de la espalda.
Y es que una cosita es el besito con los ojos abiertos y otra cosita el besito con los ojos cerrados como el beso de los enamorados para sentir un vértigo en el estómago desde el occipital hasta el metatarso.
Un besito, pues, de antología, y que como parte del lenguaje corporal lo significa todo, desde la empatía hasta los acuerdos y los pactos en lo oscurito, igual que el morenista Gómez Cazarín casi doblado, casi arrodillado, ante el Príncipe azul que ya se va.
Se dirá, como lo cacareó el Yunes azul, que se vive en Veracruz un nuevo tiempo plural.
Ajá.
Pero una cosita es la pluralidad y otra mantener siempre la distancia crítica y permitir en un político frío y calculador que el lenguaje del cuerpo humano se vuelva sinónimo de la servidumbre humana.
Nada dignifica al político y al ser humano, decía Octavio Paz, que la distancia con el Príncipe.