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Expediente 2018: Bamba caliente

El Piñero

Luis Velázquez

Veracruz.- La noticia habitual de todos los días en la prensa de Veracruz es la muerte.

Ningún día pasa sin que alguien, varios, pierdan la vida asesinados.

Sólo falta que los muertos aparezcan hasta en el aviso económico.

Y si en otros tiempos los turistas sólo rastreaban noticias del río Bobos para su turismo de aventuras o de los Voladores de Papantla o del festival de picadas y gordas en el barrio de La Huaca, ahora, ni el Life ni el Times les evitan leer la nota roja.

Y más porque Estados Unidos ha vetado en repetidas ocasiones a Veracruz como destino.

Unas veces, los muertos son feminicidios, niños, ancianos, y lo que Felipe Calderón Hinojosa llamaba “daños colaterales”.

Otras ocasiones son cadáveres flotando en los ríos y lagunas.

Cada día en la prensa parece una réplica, un fax del día anterior.

Antes, eran los caciques los matones. De “La mano negra”, de Manuel Parra, el hombre fuerte de la hacienda de Almolonga, y los Montano, a “La Sonora Matancera” de Agustín Acosta Lagunes.

Ahora, son los carteles y cartelitos y cartelititos quienes asfixian la vida con sangre.

Si el voceador zongolotea el periódico una vez sale sangre. Y si dos veces, salen huesos. Y si tres veces, brotan muertos.

 

“LA FIESTA DE LAS BALAS”

 

Incluso, todo indica, la circulación de periódicos va hacia abajo. Para qué leer dice un lector si el periódico escurre sangre todos los días y con tantos muertos el paladar pierde el gusto por el platillo más exquisito.

Es más: si se levanta la mirada al cielo hasta se vería una bala perdida buscando un destino.

Martín Luis Guzmán llamó “La fiesta de las balas” a la crónica donde el general Rodolfo Fierro mata en tiro al blanco a 299 prisioneros y sólo uno escapa.

Así, parafraseando al escritor que fue secretario particular de Pancho Villa, de Javier Duarte a Miguel Ángel Yunes Linares sería la otra “fiesta de las balas”, pero una fiesta truculenta porque los asesinados en el siglo XXI en Veracruz son niños y mujeres.

Es más luego de leer periódicos y escuchar a los vecinos hablar de la muerte como un amigo con quien se toma una chelada sólo podría exclamarse como Edmundo Valadés que aquí, en el Veracruz polvoriento y huracanado, “la muerte tiene permiso.

Y la muerte, claro, es reino.

Mejor dicho, ella misma reina.

 

IGLESIAS, CADA VEZ MÁS VACÍAS

 

Con tanta muerte, la práctica religiosa está asociada a la vida eterna.

La muerte, claro, pertenece al mundo del diablo, el infierno, y la vida, a Dios, el cielo.

Y si el padrenuestro es incapaz de parar tanta masacre la fe se ha ido debilitando.

Y las iglesias están cada vez más vacías y, por el contrario, más visitados los panteones, tantos, que hay, parecen existir más fosas clandestinas que municipios.

Curioso, todo mundo lleva flores y veladoras y estampitas de la Virgen de Guadalupe a los panteones, y nadie a las fosas clandestinas, con todo y que “Colinas de Santa Fe” es la más grande de América Latina.

Y es que si se habla de “Colinas” se levanta en automático una cortina, un zipper, de seguridad en la gente, quizá, por tratarse de un asunto incómodo o en todo caso, porque Arturo Bermúdez Zurita, el ex secretario de Seguridad Pública d Javier Duarte, preso en el penal de Pacho Viejo, todavía inspira miedo, terror y horror.

 

LA NOCHE MÁS ESPESA DE VERACRUZ

 

La vida se ha vuelto reseca y espinosa. Ríspida. Los días y las noches como alfileres. La noche más espesa y revolcada que el día.

Y en el largo y extenso túnel oscuro, la muerte acechando, como un desierto para el migrante, como una pesadilla tétrica de la que resulta difícil despertar, como un vacío sin fondo en que se cae y cae y cae.

Es la calidad de vida que heredó Javier Duarte a Miguel Ángel Yunes Linares y todavía persiste. Incluso, habría empeorado.

Del paraíso terrenal al infierno.

Veracruz, peor que Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanahuato, Nochixtlán y San Fernando, Tamaulipas, los capítulos sórdidos y siniestros que sólo fueron un día.

“El peor rincón del mundo”, no para el gremio reporteril (Artículo 19), sino para vivir.

El cementerio, no de migrantes “más largo del país” (Solalinde), sino del ciudadano común y sencillo.

 

EL VIAJE UTÓPICO

 

Se diría que el ciudadano ha dejado de creer en Dios por tanto abandono en que tiene a Veracruz, pues aquí ya nos parecemos al relato bíblico tan lleno de muertos luego de una batalla entre paganos y judíos.

Pero, bueno, volverse ateo significa mucha valentía (Graham Greene en “Caminos sin ley”) porque significa no creer en nada, en nada, en nada, y nada es nada.

Con todo, siempre quedará un Luis Buñuel con aquello de que “soy ateo gracias a Dios”, pues “Dios (está claro) no deja de existir cuando los hombres pierden la fe”.

Por lo pronto, Veracruz es el infierno.

Y si es cierto que en el infierno las almas se achicharran, aquí cuando menos nadie se salva de un tiro que de los tres a Rosita Alvírez sólo uno, ajá, era mortal.

El viaje utópico es tan largo y lleno de cardos que pareciera que nunca llegaremos al destino superior, un bello día, el día de la mujer y del hombre para vivir en paz, el bello día de la humanidad.

Peor aún:

Cada vez el ciudadano se vuelve más incrédulo, más desencantado, más pesimista.

Veracruz, el oscuro desierto lleno de peligros inimaginables.

Soñar en Veracruz con la utopía social es un lujo y si desde el 68 en París fue anunciado que estaba “prohibido prohibir”, prohibido soñar queda.

Y si algún lector cree que en dos años Veracruz será pacificado como dice el gobernador electo allá el riesgo de quienes crean y por lo pronto, recibas todas las bendiciones del mundo por el simple hecho de tener fe en medio de la tormenta.

 

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