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Expediente 2018: Brutalidad duartista

El Piñero

Luis Velázquez

12 de febrero de 2018

En la dictadura del general Jorge Rafael Videla en Argentina (1976/1981), tiempo cuando según el Informe Sábato desaparecieron y ejecutaran a 8 mil 961 personas, la mecánica de la muerte era la siguiente:

Unos policías detenían en la vía pública o en las casas a las víctimas.

Luego, los policías las entregaban al servicio secreto.

El servicio secreto las entregaba a los militares.

Y los militares los trepaban vivos a un avión y los tiraban en el centro de un océano infectado de tiburones.

En la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile (1973/1990), los policías sacaban de sus casas a los sospechosos de socialistas sólo, por ejemplo, porque tuvieran amistades peligrosas y/o porque leyeran un periódico disidente y/o porque prendieran una veladora por Salvador Allende.

Luego los entregaban a los militares.

Y los militares los madreaban y sopeaban y los volvían delatores y luego los desaparecían, algunas veces, según lo que ellos llamaban peligrosidad, también arrojados al mar repleto de tiburones, y hasta amarrados a una piedra para que la fuerza de la gravedad los arrastrara al fondo del océano.

En Veracruz, en los 6 años de Javier Duarte y su secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita (tantas veces halagado por los texto-servidores), la misma estrategia, la misma mecánica, la misma saña, la misma brutalidad, la misma barbarie.

 

Y MIENTRAS, DUARTE Y KARIME SE ENRIQUECÍAN

Arturo Paredes Guevara, comandante de la División de la Policía Estatal, detenía a una parte de la población de Veracruz simple y llanamente porque de acuerdo con su experiencia, vivencias, formación humana, y olfato policiaco, le parecían sospechosas.

Luego, se los llevaban al cuartel San José, la sede policiaca de Seguridad Pública.

Mario Durán García, encargado del grupo Fuerza de Reacción, también le hacía segunda y entregaba a los detenidos sospechosos en el cuartel de San José.

Oscar Sánchez Tirado, director de Prevención y Readaptación Social, recibía a los detenidos en el cuartel San José y los interrogaba.

José Nabor Nava Holguín, ex subsecretario de Seguridad Pública y jefe de la Policía duartista, también recibía a los detenidos y los interrogaba, seguro de que todos ellos significaban un gran peligro para la estabilidad política y social del sexenio anterior.

Roberto González Meza, director de la Fuerza Civil, los interrogaba por segunda ocasión y luego de la tortura consabida los desaparecía, unas veces, hasta donde llega la versión oficial, ejecutados.

Todos, acatando las órdenes de Arturo Bermúdez Zurita.

En Argentina y Chile, la cruenta guerra sucia del modelo militar de gobierno contra el sueño y la utopía socialista.

Pero en Veracruz, el desdén y la barbarie, la saña y la insania en contra de la población de Veracruz.

Entre tanto, Javier Duarte y su familia y Karime Macías y su familia y los duartistas y sus familias… se enriquecían.

6 años así. El peor infierno de Veracruz y del país. A la altura, digamos, de las dictaduras siniestras y sórdidas de América Latina, todas ellas en el siglo pasado.

 

LOS HIJOS DE STALIN EN EL GOLFO DE MÉXICO

 

En el duartazgo, los jefes policiacos, hijos de José Stalin y Adolf Hitler, los asesinos más sangrientos en la historia de la humanidad.

Por un lado, Duarte en el más vil saqueo del recurso público de que se tenga memoria con la complicidad del ORFIS, la Comisión de Vigilancia del Congreso, la Contraloría y la secretaría de Finanzas y Planeación, responsables de acuerdo con la ley, de la fiscalización del gasto público.

Y por el otro, y más allá de la barbarie entre los carteles y cartelitos disputando la jugosa plaza Veracruz, la más espantosa desaparición de personas, desde mujeres (feminicidios) y niños (infanticidios) hasta jóvenes y personas maduras (genocidio).

Nadie olvidará, nunca, jamás, los cinco muchachos originarios de Playa Vicente levantados en Tierra Blanca por el delegado de Arturo Bermúdez, Marcos Conde, y sus policías, y entregados al narcojefe de la plaza.

Y luego, desaparecidos, a tal grado que, por ejemplo, los fueron triturando en un viejo molino de un ingenio.

Y a los dos jóvenes secuestrados en Papantla por elementos policiacos y entregados a los malandros.

Y a Gibrán, el cantante de “La Voz México”, desaparecido por los policías de Bermúdez y asesinado y abandonado en la cajuela de un coche en la carretera a la altura de Conejos, todo porque la novia del hijo de Arturo Bermúdez le coqueteó en un bar de Xalapa.

El dolor y el sufrimiento humano que los diecinueve policías y mandos detenidos (por ahora) y encarcelados en el penal de Pacho Viejo significan en la numeralia de la muerte:

Según la diputada local, Marijose Gamboa Torales, la lista de desaparecidos rebasa los quince mil. Según el Solecito, los treinta mil.

 

CAMINO LLENO DE ESPINAS Y CARDOS

 

El saqueo duartiano es inverosímil y todos han de pagar en el penal de Pacho Viejo sentenciados a los años de cárcel que la ley establece.

Pero peor, mucho peor, resulta la desaparición forzada que en nombre de la ley hicieron todos ellos.

Y más, por el desdén, el menosprecio y el desprecio, el pitorreo, la burla y la mofa con que se comportaron tanto la secretaría de Seguridad Pública con Arturo Bermúdez y aliados que lo acompañaron como en la Fiscalía, antes Procuraduría de Justicia, con Felipe Amadeo Flores Espinoza y Luis Ángel Bravo Contreras.

Fue el caso, por ejemplo, de cuando el secuestro, desaparición, asesinato y sepultura en una fosa clandestina (que él mismo cavara) del reportero Gregorio Jiménez de la Cruz (5 de febrero, 2014) en que Flores Espinoza y la vocera María Georgina Domínguez Colio quisieron “lavar culpas” de Arturo Bermúdez y sus compinches siniestros y sórdidos.

Ha de reconocerse el trabajo y los resultados del gobernador Yunes, pero el camino todavía es azaroso, lleno de espinas y cardos, como queda testimoniado con los Solecitos y Colectivos que desde el viernes 9, trascendida la detención de los 19 policías, han planchado las paredes externas del Ministerio Público en Pacho Viejo con las fotos de sus hijos desaparecidos.

Ni un paso atrás.

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