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Expediente 2018: Cementerio de zapatos

El Piñero

Luis Velázquez

27 de febrero de 2018

Veracruz.- A un lado del fraccionamiento Colinas de Santa Fe, en el puerto jarocho, está la fosa clandestina más gigantesca de América Latina.

Y sobre el terreno de la muerte hay un caminito, lleno de monte y árboles, donde hay un par de cementerios públicos y notorios.

Son dos panteones raros y extraños.

En ningún momento están llenos de cadáveres, digamos, las víctimas de la desaparición forzada derivada de la siniestra y sórdida alianza de la muerte entre los políticos, los jefes policiacos y los policías del sexenio anterior conocido en el mundo como el duartazgo.

Tampoco el par de cementerios tienen restos humanos como es la tónica en la mayor parte de las fosas clandestinas de América Latina, tiempo de las dictaduras militares, por ejemplo, de Alberto Fujimori en Perú, Augusto Pinochet en Chile, Jorge Rafael Videla en Argentina y Leónides Trujillo en la República Dominicana.

Uno es un panteón de zapatos.

Zapatones de niñas, zapatos escolares. Zapatos de mujer. Zapatillas de mujeres intensas. Zapatos de hombres. Incluso, hasta chanclas del uso diario, digamos, para hacer talacha doméstica.

Son un montón de zapatos. Impresionan. Aterrizan. Enchinan la piel.

Están dispersos en el monte. Pero todos los días cuando un vecino de Colinas de Santa Fe se ejercita al aire libre, acompañado de su perro, los mira a su paso.

Incluso, el perrito del vecino animalista descubrió el panteón de zapatos con su olfato. Olió el hedor de los pies.

El vecino mira el panteón raro y extraño, y se acuerda, por ejemplo, de aquella foto publicada en el Excélsior de don Julio Scherer García el 3 de octubre de 1968 en que luego de la masacre en Tlatelolco, los estudiantes desaparecidos por los policías y los soldados dejaron los zapatos de los jóvenes y fueron acomodados en fila india, digamos, como en un tianguis de zapatos.

Son, en el caso de las fosas de las Colinas de Santa Fe, los zapatos de los desaparecidos.

 

PANTEÓN DE CAJAS DE RELOJES

 

Más adelantito hay otro panteón. Es un panteón lleno de cajas. Cajas de relojes en su mayor parte.

Son cajas finas de relojes finos. Caja que, incluso, se guardan de recuerdo, pero más aún, de adorno.

Y son tan delicadas que tanto la mujer como el hombre depositario del reloj las conserva para siempre.

El vecino dice que las cajas corresponden a relojes que fueron robados en las joyerías de la zona conurbada Veracruz-Boca del Río.

Y, bueno, como son cajas tan exquisitas que uno que otro vecino, que también se ejercita cada mañana al despertar, oliendo la brisa marina que llega del Golfo de México, se las han ido llevando, pues en todo caso están tiradas en el monte a un lado de las fosas clandestinas.

El amigo profetiza conclusiones:

Por un lado, el cementerio de zapatos que habla de los desaparecidos.

Y por el otro, el cementerio de cajas de relojes y que expresan el índice de violencia, robos y atracos a las relojerías.

El mundo sórdido heredado por Javier Duarte a los 8 millones de habitantes de Veracruz.

Terrible, porque ahora cuando en el tendedero público está expuesta la forma de operar de los policías duartianos (la desaparición de personas tanto en las noches caminando como en los retenes, la Academia de Policía de El Lencero como fosa clandestina y el presunto tiradero de cadáveres a un león y un cocodrilo favoritos de Arturo Bermúdez), la vocera del Solecito, doña Lucía Díaz Genao dice que en la Academia han de existir unos doscientos cadáveres.

Mínimo.

 

BÚSQUEDA FRENÉTICA

 

Todas las mañanas, los vecinos de Colinas de Santa Fe se ejercitan temprano antes de salir corriendo al trabajo diario en la oficina, en el comercio, en el negocio, en la fábrica, en el taller, etcétera.

Y caminan y trotan, pero al mismo tiempo, oh tragedia ambientalista, respiran el olor de la muerte a partir de las fosas clandestinas que tanto están caminando en el mundo social y mediático.

Y al mismo tiempo, se topan con los panteones de zapatos y cajas de relojes, los otros testimonios estremecedores que recuerdan el sexenio fatídico del ex priista Javier Duarte, pues fue expulsado cuando las elites rojas se convencieron de las truculencias del ex gobernador denunciado por las ONG de Veracruz (el Solecito y los Colectivos) y luego por Miguel Ángel Yunes Linares, quien abanderara la causa de los derechos humanos.

Los vecinos quizá se han acostumbrado a la muerte. Un paisaje más del paisaje. “Pasado un ratito, decía el escritor Julio Cortázar, uno se acostumbra a todo”.

Pero quienes nunca, jamás, se habituarán al dolor y el sufrimiento son los familiares, sobre todo, las madres y los padres, de los jóvenes desaparecidos, y que muchos años después los siguen buscando con la misma intensidad, búsqueda frenética, del primer día.

Diecinueve jefes policiacos y policías están presos en el penal de Pacho Viejo. A la yunicidad le quedan nueve meses para agotar las diligencias y dictar sentencia.

Por eso, han de apresurarse en tiempo y forma penal para el gran fallo. Desde luego, el agravio a la dignidad humana de las víctimas y sus familiares nunca podrá recompensarse ni menos, mucho menos, devolver vivos a los hijos.

Decisivo que los policías estén detenidos y sujetos a proceso. Pero igual de importante agotar los caminos para encontrar a los hijos vivos o muertos.

Hacia el final del día y de la noche, todos merecen cristiana sepultura.

 

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