Luis Velázquez
Veracruz.- Ningún partido político está más desacreditado en la cancha pública que el PRI. La marca PRI huele a rayos y centellas. Y para levantarse de cara al futuro que viene está canijo. Tanto que hay quienes desean cambiarle de nombre. Porfirio Muñoz Ledo ha profetizado su desaparición.
Tan arruinado quedó el tricolor luego de 89 años de hegemonía política que, por ejemplo, si el priista más honesto, honesto entre los honestos, se plantara en el zócalo para pronunciar un discurso anunciando la nueva vida roja, en automático la población lo satanizaría y lapidaría, como el peor de los demonios.
El nombre del partido tricolor quedó ligado a la corrupción política. México ocupa el primer lugar en corrupción en América Latina y uno de los primeros en el mundo.
Ser priista entró a la historia y a la inmortalidad como la parte más sucia y oscura de los partidos políticos y en donde, y por desgracia, el nombre de Javier Duarte quedó como la figura icónica y simbólica de la corrupción como lo expresara el ex presidente del CEN, Enrique Ochoa Reza, quien, por órdenes de Enrique Peña Nieto, palabras mayores, lo expulsó.
De los diecisiete ex gobernadores en la picota, el 90 por ciento son priistas. El más antiguo de ellos, Mario Villanueva, ex de Quintana Roo, quien terminara a los pies de los carteles, igual que los ex mandatarios de Tamaulipas, Eugenio Flores Hernández y Tomás Yarrington.
El mismo Peña Nieto puso a Javier Duarte, Roberto Angulo y César Duarte como modelos de la nueva generación priista y dos de ellos están presos y el otro prófugo de la justicia.
El descrédito del PRI alcanzará, sin duda, a varias generaciones más, y aun cuando se cambiaran de nombre, de cualquier manera, la población electoral sabrá que “es la misma gata, pero revolcada” y, por añadidura, el rechazo seguirá por muchos sexenios más.
WATERLOO DEL PRI
Por eso mismo, AMLO, el presidente electo, se impuso en las urnas, además, claro, de que durante los últimos dieciocho caños siguió “picando piedra” en el corazón ciudadano, paseando su vida austera y republicana y su honestidad “a prueba de bomba” y que ya se verá si los morenistas también lo son.
El caso es que la marca PRI vive los peores días de su vida partidista desde que en el año 1929, Plutarco Elías Calles fundara el partido abuelito, el Partido Nacional Revolucionario, el PNR, repartiendo el poder entre los generales, los hombres fuertes de entonces, y los caciques locales y regionales, a cambio de mantener el control social y político.
Pero como desde un principio, a las elites políticas les dio por corromperse la espiral fue creciendo, imparable, hasta llegar, casi 90 años después, a una espantosa corrupción que generaba cada nuevo sexenio nuevas fortunas individuales y familiares.
Así, la marca PRI cayó en el descrédito.
Un día, por ejemplo, en las campañas electorales creyeron que reduciendo en la propaganda el logotipo del PRI, casi casi desapareciéndolo, en tanto agigantaban las letras de los candidatos a un puesto de elección popular, reverterían el rechazo social, pero ni así.
El Día D, el Waterloo, llegó el 1 de julio cuando el tricolor perdió por tercera ocasión la presidencia de la república.
Pero lo peor entre lo peor, inimaginable, de los 128 senadores de la república únicamente ganaron catorce y los catorce por la vía pluri y de los 500 diputados federales sólo se quedaron con 44, 43 por la vía pluri y una sola curul ganada en las urnas.
En Veracruz, por ejemplo, de los cincuenta diputados locales que integrarán la LXV Legislatura y que tomará posesión el próximo lunes 5, sólo tres son del PRI y los tres por la vía pluri, es decir, la curul les llegó de rebote, y una más es del PVEM, el partido tradicional asociado al tricolor.
Lo peor del asunto es que mirando la tempestad huracanada de varios días azotando en el corazón social ni así se hincan.
Y con todo, el PRI sigue en manos de las mismas cúpulas, como son Carlos Salinas, Manlio Fabio Beltrones, Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Osorio Chong, quienes con todo el triunfalismo se están construyendo su mundo color de rosa, sin darse cuenta, mejor dicho, sin aceptar, que el país ya cambió.
La marca PRI, en la lona, noqueada, sin esperanza política de resucitar.
Sólo un milagro sería la posibilidad, si es que los milagros existen…pues si en los años 2000 y 2006 fueron lanzados del palacio federal por un par de panistas y en el año 2012 regresaron al palacio con Peña Nieto, este 2018 fueron derrotadas en las urnas por MORENA, la izquierda delirante que tanto odian todos ellos.
SECUELAS Y ESTRAGOS DE LA MARCA PRI
En la LXV Legislatura de Veracruz sólo habrá tres diputados del PRI (Érika Ayala, Jorge Moreno Puga y Juan Carlos Molina) y una del PVEM, con ADN priista, Andrea Yunes Yunes.
El cuarteto aspira, digamos, a volverse un gran candado negociador.
Si se van con los 29 de MORENA sumarían casi la mayoría calificada, sólo faltando un diputado más y que sería algún panista trasnochado que pasara a MORENA.
Y si van con los 17 del PAN serían veintiuno, insuficientes para la mayoría simple, pero al mismo tiempo, quizá para torpedear iniciativas de ley, acuerdos, propuestas, inquietudes de los 29 de MORENA.
Nunca como ahora la bancada priista será tan flaca como en los peores tiempos del PAN y PRD, incluso.
Y lo peor, minoría total y absoluta, vendiéndose al mejor postor, atrás quizá, y en algunos casos, de negocitos, digamos, a través de una compañía constructora, pensando siempre con sentido patrimonialista, de espaldas al bienestar social, sin ninguna esperanza para el millón de indígenas, los dos millones de campesinos y los tres millones de obreros, todos, en la jodidez.
La marca PRI y sus grandes secuelas y estragos.