Luis Velázquez
08 de mayo de 2018
En el tiempo de la adversidad, las elites priistas se reinventan. Cada una, “llevando agua a su molino”. El candidato a gobernador les vale. Incluso, hay quienes están atrapados en el derrotismo y como los animalitos aquellos se lanzan del barco antes de hundirse.
Y cada tribu, digamos, con su estilo personal de ejercer el poder.
Algunos estilitos son los siguientes:
La tribu de los “Viagras rojos”.
Semanas anteriores, la organización “Vía Veracruzana” renunció al PRI. Sus fundadores y líderes máximos, Felipe Amadeo Flores Espinoza y Mario Tejeda Tejeda migraron al PAN.
Entonces, cuando arreció el fuego amigo, Felipe Amadeo acuñó frase bíblica: “Nunca como ahora me han golpeado tanto en tan poco tiempo. Siento los madrazos en las dos mejillas”.
Así, de pronto surgieron los “Viagras rojos”, jurando y perjurando amor hasta la ignominia al PRI.
Entre ellos, Miguel Ángel Díaz Pedroza, Francisco Montes de Oca, Francisco Mora Domínguez y Raúl Ramos Vicarte, los cuatro beneficiados con notarías por dedazo, ya para ellos, ya para los hijos.
Y, bueno, como “a río revuelto ganancia de pescadores”, un “Viaja rojo” ha sido el primer beneficiado. El fin de semana, Miguel Ángel Díaz Pedroza fue nombrado delegado federal de la Procuraduría Agraria.
Incluso, el manotazo fue rudo en contra del delegado en funciones, Jorge López Negrete, un político con el servicio civil de carrera que solía caminar el campo de Veracruz.
Y aun cuando lo reasignaron en el Estado de México, “madrazo dado ni Dios lo quita”.
Además, claro, de la rudeza innecesaria.
TRÍO DE DUARTISTAS FRÍVOLOS
Otra tribu priista está formada por los diputados federales, Adolfo Mota, Érick Lagos y Jorge Carvallo Delfín.
Desde la yunicidad han permanecido callados, con bajo perfil. Sus homólogos aseguran que se mueven así porque ya pactaron con el gobernador. Incluso, que hasta abonan la candidatura del primogénito en sus distritos.
Pero de pronto, han sacado su identidad total y absoluta como es apostar a la política de la simulación.
Los tres, por ejemplo, están apareciendo en los eventos públicos del tricolor. Según ellos, juegan. Dejan testimonio de su militancia y en automático se retiran.
De seguro han de comprar el servicio de un fotógrafo que al mismo tiempo cacaree sus fotos para pasear en las redes mediáticas.
Y evadiendo una declaración de prensa, y/o jugando con el escore, así como aparecen desaparecen los muy fregones.
Nunca dan la cara de frente. Quizá la yunicidad los tiene arrodillados por completo.
Y, bueno, arrastrando el descrédito duartiano, pues los tres fueron guardias pretorianos de Javier Duarte, ellos mismos bajo sospecha de su autoridad moral y política, saben y están seguros y conscientes de que en el escrutinio público tienen soberano tache y que en ningún lado son bien vistos.
Y con todo, se pasean.
Su última aparición fue en Tuxpan, por ahí, sentados, en las butacas, lo suficiente para que el candidato presidencial, José Antonio Meade, los viera.
Pero más aún, para ser vistos por los priistas.
LA OFICINA COMO BÚNKER
La otra tribu está formada por los delegados federales.
La mayoría, refundidos en sus oficinas, atrás de los escritorios.
Sin salir a la calle al trabajo electoral, digamos, los fines de semana en que la ley se los permite.
Incluso, operando con bajo nivel.
Desde luego, el PRI vive y padece tiempos malos, huracanados, para expulsar militantes y elites, con todo y que el presidente del CDE, Américo Zúñiga, anunció que aplican la ley de exclusión a un par de priistas apóstatas y herejes como son Mario Tejeda Tejeda, quien pasó al PAN, y a Fernando Arteaga Aponte, quien migró a MORENA y le fue bien con la candidatura a diputado local.
Pero, bueno, si la revolución hecha gobierno peñista los benefició con una delegación federal, los titulares han de chambear a favor de la causa tricolor como Meade se los pidiera en su discurso de Tuxpan.
Nada.
Refundidos.
Bajo perfil.
En tanto, sigue congelada la delegación federal de la secretaría de Comunicaciones y Transportes para Marcelo Montiel Montiel.
Y es que el gobernador asestó el manotazo.
Si Montiel era nombrado, advirtió, publicaría su expediente negro y lo demandaría en la Procuraduría General de la República.
“Y el miedo, ya se sabe, nunca se ha trepado al burro”.
LOCALISMO EMPOBRECEDOR
Otra tribu priista está en el CDE.
La mayoría de la burocracia partidista (ni modo de llamarles líderes o dirigentes) con el localismo empobrecedor de sus regiones, mejor dicho, de sus pueblos.
Américo Zúñiga Martínez, el presidente, con todo y sus valores y trayectoria, sólo conocido en Xalapa.
Lillián Zepahua, la secretaria General, del corredor de Zongolica no pasa.
Armando Reyes Moctezuma, secretario de Organización, con una mirada aldeana sobre la política que empieza y termina en Alto Lucero de Paquita la del barrio.
Marco Antonio del Ángel, el hijito de César del Ángel, vocero del PRI y de los 400 Pueblos, reducido a su aldea global en Álamo.
¡Vaya tiempos aquellos cuando, por ejemplo, Fidel Herrera Beltrán fue presidente del CDE del PRI en la campaña de Miguel Alemán Velasco!
¡Y Dante Delgado Rannauro en la campaña de Fernando Gutiérrez Barrios!
Terrible para el CDE del PRI de Pepe Yunes, porque los días de gloria y esplendor ya se fueron y la estrategia partidista habría de pulirse y repulirse.
Bastaría referir un antecedente:
El año anterior, el tricolor perdió 170 presidencias municipales, más 3 este año en la segunda vuelta, expresan el liderazgo social de la oposición y la ruindad popular del PRI.
Así, la única posibilidad de que el PRI gane la gubernatura será que en la víspera del primero de julio, en el día, en la tarde, en la noche, y en la madrugada del domingo, por abajo del puente corra el dinero suficiente para comprar conciencias y lealtades.
Y más, cuando a estas alturas, unos comités seccionales del ex partidazo hacen agua, otros flotan y otros están descarrilados.
Lástima que Fidel Herrera Beltrán siga en el Hospital ABC de la Ciudad de México, pues con él al frente del ejército rojo de seguro ganaría considerando que nunca en su vida ha perdido ni un volado.
Y si su hijo, el diputado federal, Javier Herrera Borunda, quiso convencer a Meade de un triunfalismo enclenque, se trató de mera palabrería.