Luis Velázquez
23 de marzo de 2019
Cierra la semana con un par de dramas, entre otros. Pero quizá los siguientes, los más duros y canijos. Terribles y adversos, porque reflejan el dolor y el sufrimiento humano en su más alto decibel. El mismo, acaso, que muchos otros habrían vivido y padecido en Veracruz.
Uno, la madre de familia, originaria de Papantla, a quien le desaparecieron un hijo, en huelga de hambre en Xalapa.
Y el otro, la frenética búsqueda de un joven ganadero y campesino secuestrado en un ejido de Las Choapas durante una semana, buscándolo vivo o muerto entre matorrales, montes y cuevas, hasta que al final lo hallaron… sin vida, asesinado.
Se dirá que ni hablar, la vida es así. Pero al mismo tiempo, ocupa y preocupa, angustia y mortifica, que la vida siga prendida con alfileres, sin que nadie la tenga segura, así, incluso, escoltas a su servicio día y noche.
Fue en Las Choapas el domingo 17 de marzo. Ejido Francisco Villa. David Reyes Carrillo, de 32 años. La familia y los amigos hallaron su cadáver después de 9 días de secuestro.
Los malandros pidieron un rescate de tres millones de pesos. Pero sin aportar pruebas de la existencia del muchacho.
La familia decidió negociar en forma directa sin avisar, digamos, a la policía… que sus razones tendrían.
En el acuerdo, trascendió que los malosos le bajaron a un millón de pesos.
Luego se sabría que con todo y negociación el joven fue asesinado en las primeras horas del plagio según relata el cronista Ignacio Carvajal García.
Su cadáver apareció flotando en un canal ubicado a unos cuantos kilómetros del sitio donde fue emboscado el 8 de marzo hacia las 8 de la noche.
Pero según consigna el reportero Armando Serrano, los vecinos se organizaron en caravanas de varias camionetas para buscarlo en los cerros, los pantanos, la selva y corrales para el ganado.
Y nada.
Hasta que flotó en el canal.
David Reyes pertenecía a una iglesia adventista.
El padre, Eugenio Reyes, cuidará ahora de sus dos nietos, la gran tragedia familiar, social, económica, sicológica y neurológica atrás del drama.
Algún día, los niños preguntarán por su padre y el abuelo les dirá que fue secuestrado, desaparecido, asesinado y tirado su cadáver en estado putrefacto a un canal en el tiempo social y político del primer sexenio de la izquierda gobernando Veracruz.
DESAPARECIDOS TRES JÓVENES
El otro drama fue en Papantla. Una madre, Blanca Cruz Nájera, se declaró en huelga de hambre en Xalapa. En la plaza Lerdo.
Su hijo Alberto Uriel Pérez Cruz y dos amigos, Luis Humberto Morales y Jesús Alan, fueron levantados por la policía municipal el 19 de marzo del año 2016, el último de Javier Duarte.
Y hasta el día de hoy, desaparecidos.
Ninguno ha vuelto a casa. Tampoco han establecido un diálogo telefónico, por ejemplo. Menos, una señal enviada de que están vivos.
A su hijo Alberto se lo llevaron frente a la casa de su novia. Ahí llegó la policía y levantó a los tres.
El 20 de marzo de 2016, un día después, interpuso la denuncia. Y desde entonces, la búsqueda frenética.
Cierto, hay ocho policías detenidos, parece, ya sentenciados.
Pero hasta el momento, ninguna pista de su hijo que la madre, integrante del colectivo “Familiares en Búsqueda María Herrera, de Poza Rica”, sigue buscando.
Y más porque a pesar de que los 8 policías están confinados tras las rejas, ninguna declaración de ellos para ubicar a los tres jóvenes.
Simple y llanamente y de acuerdo con unos testimonios, los entregaron a la delincuencia organizada y les perdieron la pista, igual, digamos, que en Ayotzinapa con los normalistas.
Ningún malandro detenidos.
Ningún cartel bajo sospecha.
Por eso, su huelga de hambre.
FAMILIAS ENLUTADAS
Mucho, muchísimo dolor y sufrimiento ha dejado la guerra entre el gobierno y los carteles y cartelitos en Veracruz.
Un número incalculable de hogares y familias enlutadas.
Niños huérfanos.
Parejas viudas.
Padres ancianos en el abandono social, a la deriva económica.
Un dolor adentro del corazón y del alma que con nada se cura.
Y más cuando en muchos casos, ni siquiera los familiares tienen el cadáver para la cristiana sepultura en el panteón donde llevar flores y oraciones y donde reunirse los parientes para su recuerdo.
Niños dejados en la orfandad, y al mismo tiempo, en la incertidumbre y la zozobra económica.
Incluso, ciertos, cuidados por los abuelos, pero con frecuencia, ya viejos y cansados con un tiempo de vida limitado.
Hogares desintegrados, ya por la falta de la madre o del padre, o de un hijo, un tío, un primo, un amigo querido.
Son heridas personales, familiares, amicales y sociales que nunca, jamás, se curan ni cicatrizan.
Y más, porque sus recuerdos son imborrables, sobre todo por la forma con que fueron desaparecidos.
Si es una muerte natural, digamos, una enfermedad atroz, ni hablar, la resignación llega.
Si es una muerte en accidente automovilístico, también el consuelo llega.
Pero si como en el caso de tantos hogares enlutados se debe a la ola de violencia que azota a Veracruz, entonces, jamás el dolor sana, disminuye ni se cura.
Es el Veracruz que padecemos.