Luis Velázquez
08 de julio de 2019
Un hombre, diputado local, llego a su nadir el jueves 4 de julio. Fue en la sesión parlamentaria donde la mayoría de la LXV Legislatura rechazó el matrimonio igualitario, cuando, caray, en 19 estados del país los Congreso, y desde hace ratito, ya lo aprobaron.
El hombre, de pronto, cargando la cruz se sintió derrotado. Y sin la emoción social ni la fuerza física se desplomó camino a su curul. Y se tiró al suelo, como un pordiosero.
Entonces, se sentó en el escalón de una escalinata del Palacio Legislativo, desde donde podía mirar el mundo sublevado.
Empuñó las manos. Luego, llevó empuñada la mano izquierda, izquierdista que es, a la boca, y se la taponeó, quizá, acaso, recordando al Eclesiastés cuando dice que en la vida primero, y por encima de todo, antes de hablar, la lengua ha de amarrarse como un burro a un árbol.
Entonces, empuñada la mano derecha la colocó sobre la rodilla derecha.
Los ojos, sin brillo, resplandor ni chispa. El fuego visual, apagado. El estado de ánimo, en el centro del ring, noqueado. La pesadumbre de un hombre derrotado.
Fracasado, humillado, exhibido, con su mirada ausente miró su creación legislativa. Miró al vacío. A todos y a nadie. Más aún, a nadie en particular.
El saco azul, abierto, luciendo la panza cayendo sobre la cintura sin forma. El rostro ovalado, sin papada, parece. La frente ancha, digamos, como la tenían Álvaro Obrerón y José Vasconcelos y que expresa, dice el sicólogo, sabrá el chamán, las mentes inteligentes.
Las piernas entrecruzadas, digamos, en posición cómoda para descansar quizá.
A un lado, un par de diputados sentados en su curul. Una mujer, con la mirada atónita, percibiendo y oliendo el infierno legislativo armado con la pelea histórica de las bodas gay y la adopción de hijos y el divorcio.
El hombre, con la mirada perpleja, atónita hasta su pioshita.
Ninguna palabra cruzan los tres. Cada uno en su mundo interior y exterior.
El momento crucial de un hombre, un diputado local. Se llama Juan Javier Gómez Cazarín, jefe máximo de la Junta de Coordinación Política, aquella que maneja el billete fácil para pastorear lealtades, conciencias y hasta traiciones en el tiempo vertiginoso de MORENA.
Diría:
“Háganme dueño del billete y manejaré el mundo”.
El mundo de la comunidad sexual se le fue encima. A Gómez Cazarín y al resto de diputados locales.
Entonces, el vocero levantó la mano y dijo, aseguró, firme y bragado, que lucharían por desaforar a los legisladores de MORENA, aquellos que prometieron “hacha, calabaza y miel” para legalizar las bodas gay y fracasaron, simple y sencillamente, fallaron.
Gómez Cazarín “se amarró el dedo…, después de la cortada”.
–Yo quería aprobar el matrimonio igualitario. Pero los otros se opusieron.
El pastor de mujeres y hombres legisladores, derrotado. Por eso, cargando la cruz a su Gólgota, sin fuerza para seguir viviendo, mejor dicho, existiendo, se topó con el último escalón de la escalinata y se tiró al suelo, como un pordiosero.
El titular de la JUCOPO, ungido rey, príncipe de Cuitlalandia, parecía el gigante caído. Sansón sin sus cabellos cortados por Dalila y que le daban fuerza telúrica. Herodes apabullado por su mujer mandona, Herodías. David sin su honda ante Goliat. Luzbel, sin el trinchete. Superman con la kriptonita enfrente.
La foto oportuna de Yerania Rolón es maravillosa. Perspicaz. Una gran crónica periodística. Una editorial. Las 8 columnas de la portada mediática.
Abrazo, abrazo largo y tendido a Yerania.
DE LAS MIELES DEL PODER A LA CICUTA
Yerania, la fotoperiodista, tomó una segunda gráfica. Secuencia, digamos.
Gómez Cazarín sigue derrotado y sentado en la escalinata. Ahora, la mano izquierda, empuñada, descansa sobre la frente. Se ignora si la mano detiene a la frente o la frente a la mano. Total, es la imagen del hombre fracasado.
Y la mirada, en ningún momento como “el reposo del guerrero”, sino el hombre sin brillo, sin fuego pirotécnico en los ojos, sin la llama ardiente de la mirada, sin la lámpara votiva que alumbra y destella y dentellea, incluso.
Recuerda, por ejemplo, la mirada apagada de Ernest Hemingway aquel 2 de julio de 1961 cuando a las 6 de la mañana se levantó de su alcoba, donde dormía con su esposa, y descalzo fue caminando como un autómata al sótano donde guardaba las escopetas que usaba para cazar leones, tigres y elefantes en África, tomó una, se la llevó a la boca y se pegó un tiro.
Es la mirada del diputado de MORENA, digamos, del general derrotado en la batalla estelar.
¡Vaya mirada del desaliento, el desencanto, la incapacidad, el principio de Peter, con ganas de mandar todo al carajo y regresarse a seguir vendiendo automóviles en abonitos!
Es la mirada de los hermanos Almada en el desierto fronterizo cuando caminan de pueblo en pueblo buscando al homicida de su padre.
“Esos hombres llevan la muerte en la mirada” exclama la esposa de un ranchero cuando los mira pasar.
La mujer sentada en la curul al lado del señor titular de la Jucopo sigue muda. Mirando sin mirar.
Y el hombre, sentado en una curul adelante, sonríe. Apenas y sonríe. Sonríe con la mitad de una sonrisa.
Atrás de la espalda de Gómez Cazarín, el pasillo y la pared. La pared vacía de diputados, secretarias y curiosos.
Entonces, el curioso se va al facebook de Juan Javier Gómez y busca y se detiene en un video que trepara a las redes sociales donde él mismo maneja su camioneta y se arregla la barbadita y canta y canta y canta y graba el momento de placer y satisfacción.
¡Ay, Margarito, dijera aquel, los tiempos aquellos!
En todo caso, como decía David Alfaro Siqueiros:
“La vida sin problemas sería insípida”.
Y como dicen los libros de autoayuda, “lo importante de caer es levantarse”.
Por lo pronto, Juan Javier Gómez Cazarín, el hombre derrotado.
Si tirado en el escalón, el diputado estuviera vestidito, digamos, con una ropita sencilla y pobre, modesta, parecería un africano en la frontera norte esperando ingresar a Estados Unidos. Quizá un pordiosero en la entrada de la Catedral. Acaso, un esclavo recién liberado del campo de concentración que ignora el siguiente paso.
Pero, bueno, con su saquito color azul y su pantalón de mezclilla es el señor diputado. El pastor legislativo.
¡Pobre diputado! ¡Las mieles del poder, convertidas en la cicuta!
Se ignora, por ejemplo, si atrás de la mirada sombría hay deslealtades, intrigas, cizaña, traiciones, colegas que le jugaron chueco.
Con todo, nunca, jamás, se imaginaría a Fidel Herrera Beltrán, Dante Delgado, Fernando Gutiérrez Barrios y Fernando López Arias, todos legisladores que fueron, tirados en el piso del Congreso cargando y arrastrando la imagen fatal de un hombre derrotado, y lo peor, sin esperanzas. Quizá hasta “el gorro” de negociar con los adversarios y enemigos, incrédulos y pesimistas, sin resultados.
La mujer del César, decía Suetonio, ha de ser y parecer…
Gómez Cazarín ya conoció la tragedia y que en política significa el mayor riesgo cuando se ha triunfado, y más, cuando eres el dueño de las alforjas, das y quitas, abres y cierras la llave del billete fácil, el mayor estimulante para los políticos pillos y ladrones en una nación de corruptos.
La mirada sombría del señor diputado pareciera anunciar para Veracruz meses, años trágicos. Un futuro que se antoja oscuro. La mirada agria, el médico diría que envejeció más pronto de lo pensado si se considera que para sonreír solo se necesitan mover 14 músculos de la cara para estar serio, seriezote, 114, y más, porque en la vida, ya se sabe, la naturaleza humana se mueve por la ley del menor esfuerzo.
Otro abrazo desde aquí atravesando el mar, los ríos y los arroyos para Yerania Rolón, la gran fotoperiodista. Su amistad, honra y privilegia.