Luis Velázquez
17 de julio de 2019
Hubo un tiempo cuando Veracruz fue el centro del país. El tiempo de la grandeza patria. La gloria en el paraíso terrenal, incluso, con el infierno de por medio.
Fue, por ejemplo, cuando la ciudad de Veracruz mereciera las cuatro veces heroica por la defensa ante las invasiones extranjeras.
El tiempo cuando durante un año y medio Benito Juárez fincara su presidencia de la república aquí y entre otras cositas, expidiera las Leyes de Reforma y creara la epístola de Melchor Ocampo.
El tiempo cuando Venustiano Carranza se estableció en el palacio que lleva su nombre y cada tarde montaba a caballo y trotaba en Playa Norte con su secretario y le dictara la ley agraria y la ley de imprenta.
El tiempo cuando Porfirio Díaz partiera al exilio desde Veracruz en el barco Ipiranga para nunca, jamás, volver, luego de 33 años de dictadura.
El tiempo de las puertas abiertas de México con Lázaro Cárdenas al exilio español en la dictadura de Francisco Franco.
Eran aquellos los días cuando el mejor cronista y novelista de Estados Unidos, Jack London, llegó de enviado especial de un periódico de Estados Unidos para contar la historia de la invasión norteamericana y hospedara en el hotel Diligencias y cada tarde agarraba la borrachera en Los Portales y luego se llevaba a una trabajadora sexual para terminar la noche en el hotel.
Días cuando Gabriel García Márquez llegó un fin de semana a Veracruz acompañado de su paisano y amigo, Álvaro Mutis, decidido a regresar a Colombia y el escritor Sergio Galindo, director editorial de la Universidad Veracruzana, le ofreciera publicar su primer libro y luego de pasear en el malecón y conocer a los jarochos decidió quedarse a vivir en la ciudad de México porque aquí, la tierra jarocha, era la encarnación de Bogotá.
DEL RESPLANDOR AL NADIR
Era Veracruz, entonces, el centro del mundo político.
Guadalupe Victoria, el primer gobernador y luego enseguida el primer presidente de la república.
Antonio López de Santa Anna, tres veces gobernador y después, once veces presidente de la república.
El xalapeño Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor de Benito Juárez en la presidencia de la república.
Miguel Alemán Valdés, de gobernador a jefe del Poder Ejecutivo Federal.
Adolfo Ruiz Cortines, de gobernador a presidente de la república.
Heriberto Jara Corona, de gobernador a secretario de Marina.
Tiempo de la literatura en su más alto decibel.
Manuel Maples Arce, originario de Papantla, con su Estridentismo, el gran movimiento poético.
El poeta cordobés, Jorge Cuesta, reconocido por la inteligencia defeña como un talento deslumbrante.
Carlos Fuentes Macías, el escritor nacido en Panamá, su padre diplomático, pero que siempre deseó haber nacido en Veracruz.
Agustín Lara, nacido en la Ciudad de México, definido jarocho nacido en Tlacotalpan.
Pepe Guízar, el pintor musical de México, nacido en Jalisco, avecindado para siempre en Boca del Río, en la casita blanca de Mocambo.
Tiempos de mucha, demasiada grandeza que prestigiaron el nombre de Veracruz, primero, en el país, luego en el continente y después en el resto del mundo.
Apenas, apenitas ahora unos destellos. Golondrinas anunciando un verano que tarda demasiado en llegar. Salma Hayek, triunfadora en Estados Unidos y París. Ana de la Reguera, exitosa en Estados Unidos. Olivia Gorra, la soprano de Coatzacoalcos, en giras por el mundo.
Pero ni en política ni en la vida pública, ni en literatura, vaya, ni siquiera en el deporte, las grandes figuras nacionales.
Pasado insuperable dejaron Luis “El Pirata” de la Fuente en el futbol y Beto Ávila en el béisbol. Desde entonces, ni a charalitos han llegado los seguidores.
Todo imperio y emporio tienen su nadir. El día “D”. La caída. El derrumbe. El desplome. La grandeza de Veracruz, en las cañerías.
DE LA GRANDEZA AL FUEGO PIROTÉCNICO
Hubo un tiempo cuando los políticos de Veracruz jugaban, actuaban y operaban en las grandes ligas.
Jesús Reyes Heroles, Fernando López Arias, Rafael Hernández Ochoa, Arturo Llorente González y Fernando Gutiérrez Barrios, entre otros.
La alteza de miras. La estatura de gigantes. De la provincia a la metrópoli más grande del planeta.
Figuras estelares que encabezaron un proyecto más allá de la aldea y que se fueron abriendo paso en el mundo troglodita de la política.
Políticos que trascendieron con su experiencia en el campo de batalla, el fogueo en las circunstancias difíciles, la sensibilidad social, las soluciones prontas y expeditas a los pendientes sociales, la capacidad para tomar decisiones con grandeza, las relaciones locales pero también en el altiplano, los amarres, los pactos, los acuerdos.
Por eso fueron grandes y se proyectaron más allá de Veracruz.
Y aun cuando ahora las condiciones están dados desde el primer de diciembre del año 2018 en que un partido de izquierda, MORENA, arrasara en las urnas con la gubernatura y las diputaciones locales y federales y las senadurías, nada más indicativo como en la película de Robert Niro donde queda claro que lo peor del mundo es desaprovechar la inteligencia humana en cosas intrascendentes.
Y en vez de actuar y reaccionar con grandeza los líderes se quedan atrapados en el mundo fifí, sabadaba y salsero.
Felices, incluso, de que su jefe máximo los vitoree y levante la mano en cada girita y se llene la boca asegurando que tiene aquí, en Veracruz, a un político “honesto, honesto, honesto, con principios”.
De los tiempos de grandeza en el siglo pasado al fuego pirotécnico de la izquierda.
“Vamos bien. Vendrán tiempos bonitos. Bonitos entre los bonitos”, ajá.