Luis Velázquez
Veracruz.- Si la resistencia pacífica en Coatzacoalcos ha fallado en la Cuitlamanía…
Y si la marcha de mujeres en Orizaba en contra del feminicidio fue desoída…
Y si el aviso social en Mariano Escobedo de que malandro que detengan será linchado pasó inadvertido en el palacio de gobierno de Xalapa…
Y si la iniciativa privada lanzó sin éxito su programa de “Ni una más” ofreciendo protección a sus clientas mujeres…
Y si las 9 presidentas municipales organizadas contra la violencia, entre otras cositas, solo causó indiferencia y desdén en el palacio del gobernador…
Y si la emboscada de policías a los migrantes de Guatemala en los límites de Isla y Rodríguez Clara, con una mujer asesinada, hicieron a la Cluitlamanía “lo que el viento a Juárez”…
Y si luego de unos días torrenciales la agresión de la Fuerza Civil a 7 vecinos de Actopan nacionalizados norteamericanos pasó sin trascender en la política de seguridad para rearmar la estrategia…
Y si el asesinato de un migrante hondureño en la ciudad de Veracruz ni siquiera fue publicado en la portada mediática…
Y si los 33 feminicidios cometidos en las primeras 9 semanas y media del sexenio de izquierda han valido a los herederos de AMLO en Veracruz…
Entonces, ya se verá si el comunicado dominical de la Diócesis de Xalapa (presbítero José Manuel Suazo y arzobispo Hipólito Reyes Larios) trasciende en el palacio del Príncipe Sexenal, su honorable y graciosa majestad, don Cuitláhuac García Jiménez, y amiguitos que lo acompañan, entre ellos, Erick Cisneros Burgos (SEGOB) y Hugo Gutiérrez Maldonado (SSP).
COLECCIÓN DE FRACASOS EN LOS DÍAS QUE PASAN
El comunicado dominical del 10 de febrero echa chispas. Es un volcán en erupción. Avasallante y arrasante. Como nunca antes en la yunicidad, el duartazgo y el fidelato, etcétera, etcétera.
Por ejemplo:
“A medida que pasan los días… se van acumulando algunos fracasos.
Pareciera que hay muchas cabezas y que las torpezas de unos pocos están echando a perder el poco trabajo de otros.
La gente ha ido perdiendo la confianza.
El desánimo y el desencanto van ganando terreno”.
En nombre de Dios, los ministros de Dios hunden los diez dedos de la mano “en la llaga (social) purulenta” de Veracruz.
Derechito, sin rodeos, sin ambages, sin medias tintas.
En todo caso, dirán en la Cuitlamanía, ellos, encarnan el poder terrenal, y la iglesia, el poder celestial.
Y si Benito Juárez separó los dos poderes y Carlos Salinas los reconcilió, entonces, en la república amorosa, con todo y la cristiandad de AMLO y con todo y que el Niño Dios tiene un nuevo rostro, el mismito de AMLO, cada parte a lo suyo.
Pero si así fuera, nadie habría de olvidar que los ministros de Dios inducen, orientan y reorientan las almas ciudadanas, y desde el púlpito y el confesionario, el movimiento cristero estremeció la vida pública en el siglo pasado, incluso, la madre Conchita y su León Toral asesinaron al presidente reelecto, Álvaro Obregón, tiempo cuando su cabeza quedó hundida en un plato de mole en el restaurante “La bombilla”, de la Ciudad de México.
Más ahora, cuando los cristeros han solicitado el registro de un nuevo partido político en el Instituto Nacional Electoral.
“CAPRICHOS INFANTILES” EN LA CUITLAMANÍA
Advierte el comunicado dominical de la Diócesis de Xalapa:
“Las autoridades gubernamentales no pueden perder el tiempo en pleitos sin sentido, en caprichos infantiles que causan el enfado de la sociedad. No se necesitan bandos de buenos y malos”.
La elite eclesiástica se refiere, claro, al reality-show de la Cuitlamanía para destituir al Fiscal, tres meses después de que la LXV Legislatura con sus diputados de MORENA han fracasado y una semana después de que en el Congreso local fallaron en dos ocasiones en sesiones parlamentarias para reunir los votos suficientes para la caída de Jorge Wínckler Ortiz.
Además, la iglesia asesta el manotazo deteniéndose en el talón de Aquiles del nuevo sexenio.
“No se puede invocar la novatez ni la curva de aprendizaje para justificar los desaciertos que en estos 74 días de la nueva administración gubernamental de Veracruz están a la vista de todos”.
Arde la tierra jarocha. Un infierno llamado Veracruz. Simple y llanamente, la Cuitlamanía no puede.
Y lo peor entre lo peor, les vale, creyendo que los treinta millones de votos de AMLO en las urnas los legitiman.
9 semanas y medias después la imagen de la izquierda en Veracruz es la de un gobernador fifí, salsero, sabadaba, frívolo y egotista.
Sin que al momento haya anunciado una sola obra pública, digamos, reproduciendo la percepción de cuando Agustín Acosta Lagunes fuera gobernador, 1980/1986, y durante dos años retuviera el dinero público a los presidentes municipales porque estaban sudando en el mundo bursátil y con los simples intereses eran ganones.
“Hay señales claras, dice el presbítero, de que algunos ‘recomendados’ no están funcionando y por lo mismo es tiempo de tomar decisiones.
No hay que esperar a que el Estado se encienda para actuar”.
Así, claro, la iglesia registra la percepción ciudadana, pero desde hace un ratito (los 326 asesinatos en 70 días, los 34 feminicidios, los dos infanticidios, el ridículo de los diputados locales de MORENA, los casos Actopan, Chinameca, Isla, Los Naranjos y Amatitlán con dos mujeres secuestradas y asesinadas porque las familias incumplieron con el pago del rescate, la indolencia del alcalde de Coatzacoalcos, etcétera), el Estado de Veracruz está incendiado.
Y lo peor, con tanta negligencia, principio de Peter, indiferencia, valemadrismo, incapacidad, triunfalismo y mesianismo electoral, siguen arrojando gasolina al fuego.
La iglesia de Xalapa, interpretando fuerael sentir social.
BENITO JUÁREZ ENCARNADO EN CUITLÁHUAC
En los tiempos priistas, por ejemplo, desde cuando eran candidatos a gobernadores los elegidos solían reunirse con la elite eclesiástica, así fuera en corto, con la más alta discrecionalidad.
Incluso, cuando Gerardo Buganza Salmerón cuando secretario General de Gobierno con Javier Duarte llevó al arzobispo Hipólito Reyes al palacio para que exorcizara su oficina por aquel cuartito forrado con gaucho, Miguel Ángel Yunes Linares, su antecesor en el Chirinismo, pues los fantasmas y sus gemidos merodeaban en los días y noches.
De siempre, la relación de los mandatarios en turno con los obispos fue cercana y quizá hasta sirvieron a la causa institucional.
Se ignora si Cuitláhuac García Jiménez habría tendido puentes desde su jornada electoral con las cúpulas religiosas, o en todo caso, los cinco meses del primero de julio al primero de diciembre del año anterior, o en las nueve semanas y media que van de gobierno.
Pero el comunicado dominical del 10 de febrero expresa la lejanía del poder religioso con el poder político.
¡Benito Juárez vive en Cuitláhuac!
“¡Ya no queremos más sangre derramada en Veracruz!
¡Ya no más muertes y desapariciones!
¡No más ejecuciones, ni violencia!
¡No más dolor y miedo en la población!”.
La Cuitlamanía está viendo la tempestad y en ningún momento se hinca.
He ahí la dimensión egotista, soberbia, del estilo personal de ejercer el poder y (des)gobernar.
RESENTIMIENTO, MIEDO, ANGUSTIA Y VENGANZA
La iglesia siempre ha sido mesurada, fría, cerebral, calculadora incluso.
La convivencia, antes que el rafagueo.
Los puntos de encuentro antes que apretar el botón nuclear.
Las coincidencias más allá de las diferencias.
El diálogo diplomático, por encima de la discordia.
Y si el domingo 10 de febrero con su comunicado hizo una autopsia social, de seguridad y política de la Cuitlamanía en ningún momento fue para sonar los tambores de guerra.
Por el contrario, un llamado a tiempo que antes lo ha sido en varios pueblos, pero como en ningún momento han sido escuchados con hechos, entonces, la iglesia “tira su espada en prenda”.
Y, bueno, si en el palacio de Xalapa, “los demonios, los desleales y los traidores” endulzan el oído al gobernador “amarrando navajas”, allá ellos que “en el pecado llevarán la penitencia” social.
Dice José Manuel Suazo:
“Este ambiente de violencia afecta el tejido social, lastima a las personas y las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza”.
No hay peor sordo, reza el adagio popular, que aquel que no quiere escuchar.