Luis Velázquez
Veracruz.- Igual, igualito que hace 23 años, un pueblo indígena quemó vivos a unos malandros. El 31 de agosto de 1996, un pueblo en el sur de Veracruz, Tatahuicapan, detuvo a un hombre, pastor evangélico, que en nombre de su dios, ultrajó a una chica. Y luego, la mató.
Entonces, los indígenas chinantecos, mixes y zapotecos lo detuvieron. Se llamaba Rodolfo Soler Hernández. La víctima, Ana María Borromeo Robles.
Y lo amarraron a un árbol. Y le prendieron fuego. Y murió achicharrado.
Y filmaron su muerte. Y fue noticia de 8 columnas en el país y el mundo.
El pueblo se creyó Huitzilopochtli, el dios azteca que solo se satisfacía con sacrificios humanos en la época de los reyes y emperadores, Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc.
Patricio Chirinos Calero gobernaba Veracruz.
No más sacrificios humanos pidió Hernán Cortés a todos ellos, a través de Marina, la Malinche, Malitzin.
500 años después le contestaría el presidente municipal de Soledad Atzompa, Armando Pérez, el jueves 21 de febrero de 2019:
“El pueblo manda”.
La misma frase célebre y bíblica de AMLO. La misma frase del subcomandante Marcos, ahora Galeano.
Y el pueblo mandó en Atzompa.
Primero, prendieron fuego a cuatro malandros secuestradores que pretendían levantar a par de profesores.
Luego, el pueblo (que manda) se organizó con guardias comunitarias.
Y una barricada a la entrada del pueblo, igual, igualito que en 1968 en París, Checoslovaquia y México.
Igual que como describe Víctor Hugo en “Los miserables” con la revolución francesa.
Y los guardias comunitarias de Atzompa vigilaron los alrededores. Y descubrieron a dos malandros más escondidos, no en las cuevas rupestres de la montaña negra de Zongolica, sino entre los matorrales.
Y los detuvieron.
Y de nuevo rindieron culto a Huitzilopochtil
Y los quemaron vivos.
Y murieron achicharrados.
Seis en total en menos de 48 horas.
En el Veracruz de Chirinos, un hombre murió carbonizado atado a un árbol.
Uno.
En el Veracruz de Cuitláhuac García Jiménez, en menos de tres meses del sexenio de la izquierda, 6 hombres, acusados de malandros, quemados vivos.
Seis.
VOX POPULIS, VOX DEUS
En Cuitlalandia, el pueblo manda.
El alcalde de Atzompa también lo dijo así:
“Yo… no puedo detener el mandato de la gente. Ellos se están organizando en guardias comunitarias. Y yo, no puedo hacer nada”.
Vox populis, vox Deus, diría el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, aquel que ha modificado la tradición católica y presentado al nuevo Niño Dios con la cara de AMLO, avalado por el senador Martí Batres y por el líder senatorial, Ricardo Monreal, cuando dijera que “no nos hagamos tontos, todos ganamos en las urnas por AMLO”.
Filosofía política y social, profunda, inalterable del presidente municipal de Atzompa:
“Cuando la gente se enoja”… si es mediodía, decía Fernando Gutiérrez Barrios, hora de prender las farolas.
Y para que ningún cristiano lo dude, el alcalde sustenta su filosofía edilicia:
“Aquí, el gobierno del Estado no ha brindado garantías a pesar de que ya son muchos los hechos ocurridos en Acultzingo, Atzompa, Tequila y Rafael Delgado”.
Por eso, incluso, desde hace rato, los profesores de la región se mueven en tres y cuatro vehículos, en caravana, todos acompañándose, porque la vida es un infierno.
“Somos vulnerables. En el ojo de la delincuencia”, dijo un maestro.
Y en contraparte, el primer sexenio de izquierda en Veracruz con la fama merecido de un gobierno fifí, salero y sabadaba, para quien más, mucho más importante es hermanar el municipio de Alvarado con La Paz, Baja California, y andar trepado en una lancha en el mar, con lentes color azul, rockeros, acompañado de barbies y kens.
UNO A UNO LOS FUERON QUEMANDO VIVOS
Los quemaron vivos. Uno por uno. Y fueron seis. Sin juicio penal de por medio. Sin carpeta de investigación. Sin averiguar. Simplemente, pretendieron secuestrar, afirman, a dos maestros, y los detuvieron y les hicieron juicio popular.
“El pueblo manda”.
Y al primero le echaron gasolina y le prendieron fuego. Y murió carbonizado.
Y luego el segundo y el tercero y el cuarto.
Y al día siguiente, cuando todavía la pasión estaba encendida, furiosa, irritada, encabritada, al máximo decibel, detuvieron a dos más y los quemaron vivos.
Vivos. Vivos. Vivos.
Horas después, un día más tarde, cuando el pueblo que manda ya tenía una barricada a la entrada de la cabecera municipal, integrados todos en guardias comunitarias, ¡ah, sorpresas que da la vida!, llegó la policía estatal para ofrecer garantías, aplausos, aplausos, Veracruz se ha salvado, redimido, transfigurado, purificado…a tono con la república amorosa y la Cuarta Transformación y la Cartilla Moral.
¡Hosanna, hosanna! ¡Y que sirvan las otras, igual para todos, la casa paga!
“Los quemaron vivos”.
Y todavía, a dos malandros encañaron y les metieron unos tiros en la cabeza para que las neuronas reventaran.
Así como fue hace 500 años, Hernán Cortés y doña Marina, la india esclava políglota a quien todos los pueblos indios consideraban una diosa al lado de Quetzalcóatl, quedaron deslumbrados cuando miraron que ofrendaban vivas a las doncellas a Huitzilopochtli.
Y cuando, además, en la vieja Tenochtitlán descubrieron un mausoleo lleno de cabezas decapitadas.
Nunca en la historia de los gobernadores priistas, incluso, en el siglo pasado, un pueblo había decidido hacerse justicia por mano propia.
Ha sido con Cuitláhuac, a tono con el nombre del hermano de Moctezuma, felices en su reino con los sacrificios humanos.
De Tatahuicapan a Atzompa. Del año 1996 al año 2019. De un sexenio priista a un sexenio de la izquierda. De Patricio Chirinos Calero a Cuitláhuac García Jiménez.
En Tatahuicapan, el cronista del pueblo, un chamán, dijo:
“El pueblo decidió matar a Rodolfo Soler porque ya nos tenía cansado del abigeo, del robo y de las violaciones”.
En Atzompa, el presidente municipal dijo:
“El pueblo manda”.
El pueblo… decidió quemar vivos a 6 presuntos secuestradores.
Una lección social entrando a la historia local y nacional.
El estilo de ejercer el poder y de gobernar de un político posgraduado en Alemania que inventó, dice, un misil para manejarse a control remoto, sin aprender nunca el idioma alemán.