Luis Velázquez/Tercera y última
Veracruz.- El duartazgo fue para el periodismo un infierno. El retrato de la maestra y escrita, Celia del Palacio Montiel en el libro “Veracruz en su laberinto” (casi casi “El general en su laberinto”) es un viaje siniestro y sórdido.
A: Un gobernador que llamaba “manzanas podridas” a los reporteros.
B: Un gobernador que “sin ninguna prueba” los señalaba de pertenecer al crimen organizado.
C: Una Comisión Estatal para la Atención y Protección a Periodistas (Namiko Matsumoto y Benita González) que “no protegía” a nadie, más que, claro, a los funcionarios del gabinete legal.
D: Una CEAPP acusada de “excesiva burocracia e ineficiencia y a sus miembros de representar los intereses gubernamental y no los de los periodistas”.
(Por eso, digamos, Matsumoto fue ascendida a presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, ¡háganos, favor!).
E: “Autoridades que atacaban a los medios incómodos e indeseables “en vez de defender”.
F: Una feroz campaña “desde cuentas anónimas en Twitter, correos electrónicos masivos con remitentes desconocidos, redes sociales como Facebook e, incluso desde las columnas de los propios periodistas cooptados”.
G: “Mensajes más o menos velados en los que se (ofrecían, ¿todavía se ofrecen?) datos de la vida personal o profesional de los periodistas a fin de desprestigiarlos”.
H: Medios de la Ciudad de México sometidos al duartazgo. Por ejemplo, (La Razón, 2015) y (Letra Roja, 2015) donde presentaron al fotógrafo de Proceso, Rubén Espinoza, como consumidor de droga.
I: “Una estrategia de criminalización en contra” de los reporteros incómodos.
Tiempos aquellos que la ensayista, académica, investigadora y novelista, Celia del Palacio Montiel describe con gran autoridad moral, una pesadilla que nadie desearía se repitiera en Veracruz.
Pero…
Pero resulta que la operación siniestra y sórdida se está reproduciendo, por ejemplo, cuando de pronto los llamados “chairos” de la izquierda rafaguean con furia y ardor apasionado y loco a los reporteros y columnistas indeseables, todo, porque publican alguna crítica a la Cuitlamanía, los intocables de la izquierda.
SATANIZAR EL PERIODISMO
La académica de la UV aplica, más que una radiografía, una autopsia al periodismo en el sexenio duartista.
Tiempo, entre otros, de María Georgina Domínguez Colio y Alberto Silva Ramos como voceros.
Y de Arturo Bermúdez Zurita como secretario de Seguridad Pública.
Y de Gerardo Buganza Salmerón y Érick Lagos Hernández como secretarios Generales de Gobierno.
El quinteto más cercano a Javier Duarte, responsables de la política de comunicación social y de la política política y de la seguridad pública.
El aparato gubernamental, al servicio del gobernador en turno para satanizar al periodismo crítico, nomás porque el jefe del Poder Ejecutivo tenía enredadas las neuronas en la pasión, el resentimiento, el odio y la venganza.
Lo peor: meses y años cuando la censura y la autocensura llevaron, primero, al silencio de los medios ante los agravios al gremio reporteril, y segundo, a ocultar y minimizar y desdibujar la realidad avasallante cuando “hacia el final del sexenio de Duarte sólo se encontraba la información sobre accidentes y los boletines oficiales sobre enfrentamientos que generalmente ocurrían… en otra parte…del país, claro.
Más grave aún “la desconfianza entre los profesionales” de la comunicación, multiplicada cuando en el gremio todos sabían de la existencia, además de “los orejas” que espiaban a los mismos colegas, de un Cartel de Palacio, integrado por periodistas encargado de tronar entrevistas incómodas al gobernador a cambio, era evidente, del billete mensual.
Otro capítulo del duartazgo, que nadie desearía se repitiera en la Cuitlamanía, y si así fuera, por fortuna, aquel sexenio priista sirvió o pudo haber servido para que la piel reporteril se endureciera y hasta salieran callos.
Gina Domínguez terminó presa en el penal de Pacho Viejo.
Alberto Silva Ramos, amparado, para evitar la cárcel.
Arturo Bermúdez Zurita, preso en Pacho Viejo, con libertad bajo palabra.
Érick Lagos, satanizado como un traidor a Javier Duarte, entregado a Miguel Ángel Yunes Linares.
Y Gerardo Buganza, expanista, exduartista, diputado local con licencia todo el tiempo legislativo, confinado en su hogar.
POLÍTICOS DE MECHA CORTA
El libro “Veracruz en su laberinto” pincelea el tiempo de Javier Duarte, pero nada ni nadie, ni la Constitución Política ni la república amoroso ni la Cartilla Moral de Alfonso Reyes ni algún código de ética garantiza ni ofrece la certidumbre de que el ejercicio del poder en aquel tiempo sea irrepetible.
Hacia 1939, Manuel Parra, el cacique de “La mano negra”, con sus pistoleros asesinaron a unos cuarenta mil ejidatarios en aquella sangrienta lucha agraria, tiempo cuando también mataran en el café Tacuba de la Ciudad de México al gobernador electo, Manlio Fabio Altamirano, y cuyo asesinato diera paso a Miguel Alemán Valdés para convertirse en jefe del Poder Ejecutivo.
Y sin embargo, Veracruz derivó de “La mano negra” a “La Sonora Matancera” con Agustín Acosta Lagunes y al capo José Albino Quintero Meraz con Miguel Alemán Velasco y Patricio Chirinos Calero y a los carteles y cartelitos que ahora todavía vuelven irrespirable, jodida y putrefacta la vida cotidiana.
Y si en el duartazgo fueron asesinados 19 reporteros y 3 más desaparecidos y en la yunicidad cinco periodistas más ejecutados, ahora, en la Cuitlamanía ya van, además, 4 políticos y 2 líderes sindicales asesinados, y nada excluye que el tsunami de sangre, muerte y violencia e impunidad siga multiplicándose.
Por eso, la vigencia del libro “Veracruz en su laberinto”.
Por eso, el respeto y la admiración a la integridad de la maestra Celia del Palacio, pues, con el libro deja testimonio del Veracruz anterior, con todo y que los actores políticos de entonces están vivos y desde las sombras pueden sembrar la inestabilidad, la zozobra y la incertidumbre.
La historia, decía Octavio Paz, es una caja de sorpresas. Y Carlos Marx decía que siempre se repetía, unas veces como tragedia y otras como comedia, pues en el caso, una generación política con poca mecha se va y llega, o puede llegar, otra elite política con la mecha más corta y más incandescente.