Luis Velázquez
29 de mayo de 2021
Mi padre fue molinero y campesino. Mi madre, ama de casa. Y nunca en sus vidas se formaron en la fila para votar en las urnas. Nunca les ocupó ni preocupó.
Mi padre vivió siempre lejos del poder. Ninguna relación con las tribus políticas. Nunca los necesitó. Nunca soñó con un cargo público. Nunca con “una aviaduría”. Nunca un favor, digamos, fiscal. Fue un hombre hijo de la llamada “cultura del esfuerzo”.
Su vida iniciaba a las 3 de la mañana cuando ya bañadito estaba en el molino de nixtamal. Trabajaba duro, rudo y tupido hasta mediodía. Entonces tomaba su morralito con el itacate y se iba al campo a sembrar maíz, frijol y ajonjolí.
La mitad de la cosecha, para venderse y tener centavitos para ir viviendo. Y la otra mitad, para autoconsumo.
La única recámara de casa servía para guardar el maíz y el frijol. Y por allí, en la sala, la familia se acomodaba.
Tenía un contador rústico y quien aprendió la contabilidad en la faena diaria como empírico. Y mi padre cumplía con devoción religiosa con el pago anual de los impuestos.
Pero nunca, tampoco a mi madre, los escuché hablar con entusiasmo sobre la elección de presidente municipal y diputado local en el pueblo.
Quizá, “veinte y las malas”, miraban la realidad económica y social y, por tanto, el desencanto crecía en sus neuronas y corazones en surco fértil.
Primero, el desempleo galopante en el pueblo y la región. Segundo, la inseguridad. Y tercero, la vida principesca de los políticos locales, dueños del día y de la noche.
Es más, ninguno de mis padres tuvo credencial de elector. Nunca la necesitaron. Nunca un trámite bancario. Nunca una cuentita de ahorro, pues el ingreso diario de mi padre en el molino de nixtamal se iba en el día con día.
Los dos fueron altamente responsables. Y en todo caso, si nunca ejercieron, digamos, y como cacarea la autoridad, su legítimo derecho a elegir a la autoridad local se debió al desencanto social.
Un pueblo que nunca ascendió al cuarto, tercero, segundo, primer mundo.
Un pueblo que en todo caso fue creciendo y decreciendo por inercia.
Por eso, y desde hace muchas elecciones, y consciente de que a nadie le importa, pero lo desea expresar, el escribidor pertenece al Partido Abstencionista en un Veracruz tan pródigo en recursos naturales, pero habitado por 6 millones de los 8 millones en el desempleo, la pobreza, la miseria y la jodidez.
En todo caso, si el próximo 6 de junio asistiera a las urnas votaría por Superman para alcalde y por La Pequeña Lulú para diputada local y cumplir con la llamada cuota de género… vaya el INE, Instituto Nacional Electoral, a cancelar la credencial de elector por el abominable desacato de principio democrático, ajá.
Y es que mucha dicha y felicidad se le debe a Superman en los días de la infancia y la adolescencia.
Y será, claro, voto anulado, pero la tranquilidad cívica conmigo mismo nadie la quitará.
Votar por el gran héroe universal también es democracia, porque simple y llanamente, se sueña con la utopía, el ideal inasible, la posibilidad de un ser superior combatiendo a los pillos, ladrones y malandros.
Además, Superman es reportero. Se llama Clark Kent y tiene amor utópico, amor platónico. Es la periodista Luisa Lane.
MI NIETO CREÍA EN SUPERMAN
En cumpleaños de mi nieto, Superman se apareció. Iba con su uniforme azul y con la capa estelar con la que vuela. Era un chico flaco y esmirriado. Mi nieto lo miró con devoción religiosa, pero se angustió. Le preguntó:
–Superman, ¿por qué estás tan flaco?
El héroe le dijo:
–He tenido mucho trabajo y no he podido comer.
Entonces, mi nieto salió corriendo a la cocina y le trajo par de sándwiches y se los dio con fervor admirativo.
Una tarde, los amigos jugaban cada uno disfrazado de su héroe. Mi nieto llegó vestido de Superman. Y se trepó a una barda. Y consciente de que podía volar se tiró al aire, mejor dicho, al piso.
La familia terminó en el hospital, pendiente de tamaña herida en la frente que sangraba. Y los raspones en las rodillas y las piernas.
Por eso, aquí, en casa hay una foto gigantesca de Superman. Es el héroe, incluso, familiar. Es el héroe que recuerda el tiempo ido. Y al mismo tiempo, vigente.
En los días que faltan para el 6 de junio cabildeó con la familia para que todos votemos por Superman.
Esta será la primera ocasión que mi nieto quizá se formará en la fila para votar y tendrá su primera experiencia electoral.
Platico con él para ver si también desearía sufragar por Superman.
LOS SUPER HÉROES BAJARÁN A LA TIERRA
Ningún caso tiene votar por otro héroe ajeno a Superman. La estadística social es clara, lacónica y contundente:
Uno. Ningún sentido tiene votar si 6 de cada diez habitantes de Veracruz nacieron y siguen y morirán en la jodidez. Desempleo, miseria y pobreza.
Dos. Y si un millón de paisanos salieron huyendo de Veracruz por la errática y fallida política económica y encontraron chamba en Estados Unidos con todo y ser migrantes sin papeles.
Tres. Y si Veracruz ocupa el primer lugar nacional en la producción y exportación de trabajadoras sexuales al resto del país que han de subastar el cuerpo para enviar el itacate y la torta a casa.
Cuatro. Y si uno de cada tres jefes de familia lleva la torta a casa con el ingresito obtenido en el changarro en la vía pública.
Cinco. Y si hay 650 mil personas de 14 años de edad en adelante analfabetas, que no saben leer ni escribir, y si acaso escriben su nombre lo hacen igual que Pancho Villa, copiando letra por letra.
Seis. Ningún sentido tiene votar si en cada periodo constitucional aparecen nuevos ricos y mejores fortunas familiares.
Votando por Superman la esperanza se conserva fresca y vigente de que algún día, quizá cuando la Resurrección de los Muertos, el Día del Juicio Final, los súper héroes vuelvan a la tierra.