- De Yanga a Tijuana a Estados Unidos
- Expulsado dos veces de Estados Unidos, Víctor Manuel prefirió empezar de cero en tierra desconocida que en Yanga, su ciudad natal
- “Nunca tuve papeles, pero nunca se me hizo difícil nada”; cuenta su historia
- Separado de sus seres amados continúa forjando bienestar en Tijuana
Itzel Loranca/blog.expediente.mx para El Piñero de la Cuenca
Veracruz.- Luego de 15 años de disfrutar las mieles del sueño americano en Estados Unidos, haber soportado la cárcel durante siete meses y sufrir la expulsión en dos ocasiones, Víctor Manuel Santos carga como única pesadumbre el no poder estar con sus hijos.
Víctor Manuel comenzó a los 20 años de edad un camino sin pausas ni descansos, en la búsqueda de prosperidad. El sendero lo ha llevado cada vez más lejos de Yanga, el pueblo al norte de Veracruz que lo vio nacer. Primero a Estados Unidos, después a Tijuana.
Considera que no podía ser de otra manera pues la entidad veracruzana difícilmente tuvo algo para ofrecerle a él, a sus primos, o al resto de personas que antes y después, han optado por separarse de esa región y emprender la ruta hacia el país vecino.
Para él, asegura, el camino ha sido fácil. Pero vivir sin echar raíces, la falta de estabilidad, le ha separado de sus hijos e hijas. Unos, en Córdoba. Otros, en Estados Unidos.
Solo, continúa construyendo su bienestar y el de los suyos. El costo ha sido la separación.
EN LA PUERTA DE MÉXICO
Tijuana es la ciudad de todos y de nadie.
Mexicanos, chinos, haitianos, salvadoreños, guatemaltecos y demás, comparten sus calles, alguna cama en las casas que existen para los migrantes, el trabajo duro, la esperanza de cruzar el muro que custodia el horizonte.
Las luces nocturnas de la ciudad son guía para quienes regresan a casa después de trabajar todo el día al otro lado de la frontera.
La vida cambiante de esa ciudad se parece a la de Víctor Manuel Santos, quien ha estado allí desde hace más de año y medio. Fue depositado en ese lugar de Baja California por las autoridades estadounidenses, tras permanecer siete meses en detención federal, en el estado de Arizona.
Le dieron a elegir. Recuerda que pensó en ese momento “Ya no voy a Yanga, no tengo dinero, no tengo nada”. Escogió la ciudad en la que ahora vive y de la que dice no ser.
“TODO SE ME HIZO FÁCIL”
Víctor recibió el milenio en Denver, Colorado, en Estados Unidos. Había salido junto con un primo del municipio de Yanga, donde había vivido toda su vida.
Su viaje no tenía nada extraordinario. “Era algo común, toda la gente se iba para allá, todos”. Dejó la venta de automóviles usados que realizaba con su padre en Córdoba y un hijo en esa ciudad. Llegar a Estados Unidos, partiendo de Agua Prieta, Sonora, le costó mil 200 dólares en 1999.
En Denver empezó a trabajar como lavaplatos; después limpió departamentos nuevos; finalmente comenzó a trabajar de carpintero en obras de construcción. Para los 30 años de edad, Víctor fundó su propia empresa de construcción.
“Santos Construction” era el nombre de la compañía en la que empleaba a latinos y estadounidenses por igual. “Nunca tuve papeles, pero nunca se me hizo difícil nada. Haz de cuenta que tenía mi identificación del consulado mexicano y con esa saqué mi permiso de la ciudad, hacía mis taxes (impuestos) con el latin number que me dio el gobierno federal”.
En su relato, la palabra “fácil” es la constante. Atribuye que su crecimiento se debió a que era una persona joven a la que todo se le hacía sencillo.
No obstante, su caminar aprisa fue detenido en un instante.
Compró una motocicleta deportiva en mayo de 2013. El gusto le duró poco pues las autoridades de Tránsito le demostraron que el vehículo tenía reporte de robo. No alcanzó fianza y su caso llegó a migración.
Su deportación tiene fecha exacta en su memoria: 29 de agosto de 2013.
NUNCA DEJAR DE TRABAJAR
Solo cuatro meses duró el reencuentro de Víctor con su mamá y sus hermanos en Yanga. Decidió intentar llegar a suelo estadounidense por segunda vez. Ahora, desde Altar, Sonora.
Esta vez, el pago al pollero fue de seis mil dólares: cinco mil para el crimen organizado que controla la zona y mil para el traficante. No lograron pasar.
En detención federal, tras las rejas y compartiendo el mismo destino que ladrones, narcotraficantes y otros delincuentes, Víctor comenzó a aprender los pormenores de la ley migratoria, de su condición como ilegal, tratando de convencer a las autoridades de que debía permanecer en Estados Unidos como un hombre libre.
Irremediablemente, terminó al otro lado de la frontera, en México, concretamente Tijuana, donde los deportados caen en depresión y vicios, según el relato de Víctor.
“Mientras estamos sanos, estamos fuertes, necesitamos trabajar”, comparte su filosofía y añade que actualmente se siente pleno.
Luego de laborar en los primeros meses en la construcción de un centro de rehabilitación infantil y en una constructora, comenzó a trabajar por su cuenta. Espera en este mismo año volver a abrir su propia compañía.
¿Por qué en Baja California y no en Veracruz?, se le pregunta a distancia, por teléfono. No le piensa mucho y contesta “Tijuana es diferente, sinceramente está mejor la economía aquí” y recuerda que por un comedor que acaba de construir en una vivienda, le pagaron 80 mil pesos. “Ese dinero nadie te lo paga allá en Yanga o en Córdoba”.
Atribuye lo anterior a la cercanía con la frontera de los Estados Unidos, país que mantiene tensas sus relaciones con México desde que el empresario Donald Trump asumió la presidencia. Para Víctor la situación diplomática no afectará las posibilidades de trabajo en este lado de la línea divisoria entre ambos países. “Aquí hay muchos negocios de muchos gringos”.
“Se espanta la gente, pero Barack Obama, el presidente pasado, deportó a dos millones de personas, no sé si con esta nueva administración de este nuevo presidente va a ser lo mismo, pero mucha gente se espanta, pero este presidente que pasó estuvo muy mal también”, dice.
UN NUEVO SUEÑO
El 29 de junio pasado se cumplieron 18 años de que Víctor Manuel no está presente en el cumpleaños de su mamá, en Yanga. Acortó la distancia con una llamada por teléfono.
A las llamadas telefónicas, platica, ahora se añade la ventaja de las redes sociales. Constantemente se comunica con su familia por el Facebook y el WhatsApp.
Con sus hijos también. Todos los días.
“Hablo con ellos y todo pero no estoy con ellos. Lo difícil de mi vida ha sido no estar con mis hijos, no ha sido difícil el dinero, muchas cosas, ni abrirme paso, difícil los niños nomás”.
En su corazón hay un nuevo anhelo. Dentro de unos años poder vivir con los hijos que le aguardan en Estados Unidos, con los que compartió sus años de esfuerzo y a los que vio crecer.
En su mente quedaron grabadas las palabras de un juez federal que le indicó que él era elegible para una visa humanitaria hacia los Estados Unidos, bajo el argumento de la reunificación familiar. “Pero para eso tengo que hacer las cosas aquí en México, bien, bien, bien”.