Luis Velázquez | El Piñero
08 de septiembre de 2021
Los familiares, amigos, vecinos y conocidos de las personas desaparecidas en Veracruz volvieron a marchar de nuevo en calles y avenidas, ciudades y pueblos.
Todos, clamando justicia, justicia, justicia.
Justicia para detener la avalancha descarrilada de secuestros y desaparecidos.
Justicia para que la autoridad los ayude para buscar a los suyos en fosas clandestinas.
Justicia para identificar los cadáveres que los Colectivos han ubicado y aplicar la prueba ADN.
Justicia para que ya no haya más y más y más desaparecidos y cuyo tiempo sombrío, sórdido y siniestro fue en el duartazgo, tiempo cuando por vez primera empezó a hablarse de desaparecidos y fosas clandestinas en Veracruz.
Y, claro, de la desaparición forzada y que se deriva de la alianza de políticos, funcionarios públicos, jefes policiacos, policías y malandros, carteles y cartelitos, para plagiar y desaparecer personas.
El domingo 28 de agosto desapareció en Cosoleacaque la señora Mary Carla Hernández Ortiz.
Y su cadáver fue localizado en el río de Soteapan, en el sur de Veracruz.
Viven los Colectivos con la esperanza de encontrar vivos a los suyos, en la mayor parte, hijos.
Y los buscan en cárceles y hasta en asilos.
Y en las fosas clandestinas.
Cada vez que por aquí trasciende el hallazgo de una nueva fosa por un Colectivo, unos veinte en total en el estado de Veracruz, los padres de familia salen aprisa y con prisa al nuevo destino con la fe de que cuando menos pudieran ubicar a los suyos para la cristiana sepultura.
Y, bueno, vivir así, con el dolor y el sufrimiento todos los días…
Parejas viudas…
Hijos huérfanos…
Padres ancianos a la deriva social y económica…
Sin una noticia del hijo, hija, primos, tíos, etcétera, desaparecidos así nomás, sin dejar huella ni rastro…, se trata del peor infortunio y desventura de la vida y que a nadie se le desea, ni siquiera, vaya, al enemigo número uno, y en todo caso, al amigo ingrato y traidor.
Y a pesar de que nunca han encontrado una respuesta satisfactoria, todos ellos, los Colectivos, siguen apostando a la esperanza.
Y por el contrario, el desdén oficial.
El menosprecio.
El desprecio.
Incluso, la autoridad tratando a los Colectivos como si fueran los peores enemigos políticos y públicos de la vida.
Con todo y que, por ejemplo, López Obrador ha predicado una política de “abrazos y besos” para los malandros en vez de tiros, balazos y fuego cruzado.
VIACRUCIS INACABABLE
Ninguno de los veinte Colectivos de Veracruz se ha politizado.
Ninguno ha caído en las emboscadas de las tribus políticas, digamos, y por ejemplo, para aceptar un cargo público.
Es más, bien marcada tienen su raya de los partidos políticos y hasta de los diputados locales y federales y hasta de los secretarios del gabinete legal y ampliado.
Más porque la mayoría de todos ellos han sido y son indiferentes al viacrucis padecido desde que los suyos desaparecieron.
Más porque desde Javier Duarte a la fecha se desgastaron confiando en uno que otro gobernador.
Más cuando algunos fueron llevados al Congreso local para entregarles la medalla Adolfo Ruiz Cortines… y que fue mera patraña demagógica y populista, burda, ramplona y barata.
Más cuando los políticos se dan golpes de pecho ofrendando el respaldo oficial y los días y las semanas y los meses caminan sin ningún hecho concreto, específico y macizo.
Entonces, todos ellos empujando la carreta confiando únicamente en ellos mismos.
Pero al mismo tiempo, y como las pruebas del ADN son tan costosas, esperando, digamos, la misericordia y la compasión oficial.
Sabrá el chamán las razones por las cuales la autoridad muestra el desdén a todos ellos.
Quizá, bien pudiera tratarse como hipótesis universal que los Colectivos son incómodos al gobierno porque perturban su tranquilidad y revuelcan las mieles del poder y los abruman con tantos pendientes.
Más con un Veracruz en el primer lugar nacional en secuestros y extorsiones y en quinto lugar nacional, del primero en que estaba, en feminicidios, según la secretaría de Marina.
Por eso, constriñe el corazón social ver a los Colectivos, la mayoría mujeres, buscando a los suyos en terrenos con posibles fosas clandestinas.
Y lo más estrujante que ellos siguen y siguen y siguen rastreando pistas, quizá como dice el viejito del pueblo, porque “la esperanza es lo último que muere”.
LA PESADILLA DE LOS DÍAS SÓRDIDOS Y SINIESTROS
Sobre los desaparecidos se han escrito y publicado decenas, cientos quizá, de libros periodísticos y literarios.
Un número incalculable de notas, crónicas, reportajes y columnas publicadas en los medios y las redes sociales.
Y filmado montón de películas, premiadas y laureadas en Cannes.
Y compuesto infinitud de canciones.
La mitad de la población y la otra mitad se conduelen con la desgracia ajena y rezan para que nunca, jamás, la pesadilla alcance a sus familias.
Pesadilla que es vivir días y noches en la incertidumbre y la zozobra sobre el destino del familiar desaparecido.
Si está vivo o muerto.
Si estará tomando sus medicinas.
Si habrá desayunado, comida y cenado.
Si les darán chance de bañarse.
Pero en el otro lado del charco, el lado oficial, nada les conmueve.
Quizá serán demasiados, muchos, excesivos los pendientes sociales, como por ejemplo, amarrar la lealtad ciega de cada ciudadano de a pie para ganar elecciones.
O madrear a los migrantes de América Central como hicieron par de policías migratorios en Chiapas.
O golpear duro y tupido a una presidenta municipal electa de la Ciudad de México por una policía enviada, se dijo, por el secretario General de Gobierno, Martí Batres.
Con todo, los Colectivos siguen aleteando la esperanza de encontrar a los suyos.
Vivos o muertos.