- El símbolo del fracaso
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- UNO. El símbolo del fracaso
Cada habitante de Veracruz, atento a su tiempo social, lleva consigo los 59 feminicidios cometidos en el transcurso de la yunicidad tan sólo este año según dice el Observatorio Universitario de Violencia contra las Mujeres de la Universidad Veracruzana.
Cada quien vive con los cuerpos sin vida tirados en la vía pública, arrojados al fondo de una barranca, flotando en los ríos que desembocan en el Golfo de México, aparecidos sin vida en un camino de terracería.
La sangre de cada una de las mujeres asesinadas significa, más que un tributo al Huitzilopochtli del siglo XXI en “la noche tibia y callada” de Agustín Lara, el símbolo del fracaso oficial y que estremece la entraña social.
En el altar del sacrificio han sido tendidos los cuerpos de mujeres solteras y casadas. Y de señoras mayores de edad y de niñas y jovencitas apenas asomando a la vida.
Y cuando desde el lado oficial han sido satanizadas por el secretario de Seguridad Pública diciendo que el origen de la tragedia es en la violencia intrafamiliar las puertas de la muerte están en la impunidad, pues simple y llanamente, los feminicidas siguen cometiendo atrocidades, conscientes y seguros de que nada pasa.
Y lo peor, el Estado de Derecho “se lava las manos” y el silencio reina en la cancha opositora.
DOS. 2 de octubre en Veracruz
En la historia del país hay 2 de octubre que “no se olvida”. También un 10 de junio. También la noche sórdida y siniestra de Ayotzinapa. Y de Tanahuato. Y de Nochixtlán. Y de San Fernando, Tamaulipas, con sus 72 migrantes asesinados hasta con el tiro de gracia.
Pero en Veracruz, con los feminicidios, todos los días y todas las noches parecen encarnar el 2 de octubre.
Cadáveres de mujeres tirados a barrancas de 70 metros de profundidad.
Cuerpos femeninos secuestrados, desaparecidos, ultrajados, asesinados, decapitados, y tirados a la orilla del camino.
Así, más que 2 de octubre, el Veracruz yunista parece un 2 de noviembre, el día religioso de los muertos, todos los panteones con lámparas votivas encendidas en recuerdo de la madre, la hermana, la tía, la hija asesinada.
En unos pueblos, los familiares, amigos, compadres, vecinos y conocidos se han unido y sin formar, por ahora, guardias comunitarias y que tanto irritan al gobernante como el caso de Las Choapas con el asesinato de la esposa de un ganadero, se han adueñado de las calles y avenidas en una marcha pacífica clamando justicia.
Pero más aún, un alto al tsunami de violencia, incertidumbre y zozobra en el diario vivir.
TRES. Panteones con mujeres asesinadas
Los panteones de Veracruz se están llenando de mujeres asesinadas.
Y si en el pasado los malandros se ejecutaban entre ellos en lo que desde el poder llaman ajuste de cuentas en la rebatinga por la jugosa plaza local, ahora el terror y el horror se ha multiplicado en las mujeres, quizá como estrategia para intimidar más a la población.
Los malandros con sus cuchillos afilados y sus pistolas humeantes han acometido en contra de “las mariposas heridas en las calles”.
El odio, el rencor, el resentimiento, de los hombres contra las mujeres con un Estado de Derecho frágil y débil ante el Estado Delincuencial.
Y aun cuando el feminicidio suele concentrarse en algunos municipios empujando la carroza de la muerte pronto, “antes de que el gallo cante tres veces”, en cada pueblo de norte a sur y de este a oeste de Veracruz es llorada una mujer violada y asesinada.
Están matando a las mujeres. Aniquilando a las mujeres. Dejando en la orfandad a un montón de hijos menores.
Y más, mucho más dramático como en el caso de la señora asesinada en Tlapacoyan, cuyo marido, un albañil, migrante en Estados Unidos, debió regresar de inmediato para llevar su cadáver al camposanto.
CUATRO. Los cadáveres se apilan
Nada, absolutamente nada justifica que una chica de 19 años, estudiante universitaria, regrese a casa en Coscomatepec luego de visitar a una amiga, y en el camino sea secuestrada, desaparecida, violada, asesinada y arrojado su cadáver a una barranca.
Los cadáveres se están apilando en el carril del principio de Peter en que la yunicidad está atrapada y sin salida.
En campaña electoral en el año 2016, el gobernador Yunes ofreció, garantizó, juró y perjuró que en un semestre pacificaría Veracruz, soñando quizá con reproducir la hazaña de Fernando
Gutiérrez Barrios que erradicó la violencia heredada por Agustín Acosta Lagunes en 40 días y 40 noches.
La vida diaria para las mujeres prendida con alfileres.
Veracruz, con un gigantesco campo de concentración donde ninguna de ellas está segura.
Y por encima de los feminicidios y el dolor y el sufrimiento de cada familia se encienden como fuegos pirotécnicos “los cohetes de la infamia” (Leopoldo Ayala, 1939/2018) gritando cada domingo en la cancha mediática que el índice de inseguridad va a la baja y a la baja y a la baja.
CINCO. Huitzilopochtli está sediento
Cada ciudadano de Veracruz contemporáneo de todas las mujeres asesinadas carga en cada nuevo amanecer el recuerdo doloroso de la muerte.
Cada día sórdido y siniestro que transcurre siembra el desaliento y la vida se vuelve un desierto, un caos, un signo de interrogación sobre el día siguiente.
Y si Walt Whitman decía que ningún ser humano ha de terminar “el día sin haber crecido un poco y sin haber sido un poco feliz”, aquí, de cara al Golfo de México se vive una pesadilla inacabable pues “la vida se transforma en un infierno”.
Y más, porque en el pánico de las horas late el miedo de que una mujer más sea asesinada en alguno de los 212 municipios en un Veracruz más grande que algunas naciones de América Latina como por ejemplo, Guatemala, Honduras, Salvador y Nicaragua.
Huitzilopochtli está sediento…