Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- Uno. “Temporada de huracanes”
Es una delicia leer y saborear las palabras escritas por la novelista Fernanda Melchor. (Veracruz, 1982)
Su última novela, “Temporada de huracanes”, Ramdon House, circula en las librerías y de su estatura bastaría referir que el escritor Jorge Volpi le ha dedicado su columna en el periódico “Reforma” y el reportero de “El País”, Pablo Ferri, la entrevistó en Puebla, donde, además, es maestra universitaria.
Ella estudió en la facultad de Comunicación de la Universidad Veracruzana, y aun cuando desde el tiempo estudiantil apostó a la crónica como ejercicio periodístico, ahora, parece, se ha definido por la literatura ficcional.
Es, quizá, la primera novelista egresada de la FACICO, tiempo cuando sorprendió, además de su inteligencia, lucidez y espíritu crítico, porque habla inglés y francés.
Volpi refiere que si Juan Rulfo tuvo su Comala, y Gabriel García Márquez su Macondo, y Pablo Neruda su Isla Negra, y Ernesto Cardenal su Solentiname, Fernanda Melchor ya tiene su Matosa, “un pueblo de mala muerte en la zona cañera de Veracruz”.
Y de mala muerte, porque la novela inicia con un cadáver tirado en un canal, de igual manera, como sucedía en el Veracruz de Agustín Acosta Lagunes con su famosa “Sonora Matancera” y con Javier Duarte apenas, apenitas en el sexenio pasado, caso, por ejemplo, además de los cadáveres flotando en los ríos Blanco, Papaloapan y Coatzacoalcos, los cuerpos de los cuatro fotógrafos y una secretaria tirados, cercenados, metidos en bolsas negras, en un canal de aguas negras en el puerto jarocho el 3 de mayo del año 2012.
Y, bueno, si Melchor dice que “Rulfo era realista, y no fantástico”, y que “los fantasmas son una presencia real”, Fernando mezcla y entremezcla en su novela la realidad con la ficción, de tal manera que su narrativa entra en la leyenda y en la imaginación y nadie
sabe dónde inicia una y termina la otra, y que constituye, otras cositas, el alucinamiento literario.
Dos. Sus cuatro libros
Estamos ante su cuarto libro.
Uno es una novela infantil, “Mi Veracruz”, que trata sobre la fundación del puerto jarocho, tan actual y vigente ahora cuando en dos años se celebrarán los 500 años.
Otra novela fue “Falsa liebre”, y otro libro, “Aquí no es Miami”, y en donde recopila varias crónicas publicadas en medios locales y nacionales, una de ellas, sobre el indígena violador de Tatahuicapan, “allá por Playa Vicente”, Rodolfo Soler Hernández, quien fue detenido, sometido a juicio popular, amarrado a un árbol y quemado vivo el 31 de agosto de 1996, Patricio Chirinos Calero gobernador.
Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, uno de la UNAM, y otro, el “Rubén Pabello Acosta”, otorgado por el “Diario de Xalapa” en crónica.
Ella dice de su literatura:
“Uno trata de hablar de la verdad de su infancia, de su juventud. Y si bien nunca me prostituí, si nunca viví en la calle, llegué a sentir una especie de indigencia emocional muy fuerte. Escribir esas historias es una forma de entender qué fui, tratar de hallar una verdad”. (Pablo Ferri)
Y al mismo tiempo precisa:
Contar estas historias “es triste y desesperante. Y también reconfortante, porque ves que la gente, pese a todo, sobrevive”.
Los personajes de Ernest Hemingway, por ejemplo, siempre luchan y se enfrentan a la vida y ganan. Son súper héroes, como él mismo lo fue en la vida real, pues cubrió como enviado especial la primera y la segunda guerra mundial y la guerra española, y era boxeador y cazador de tigres, leones y elefantes en África, y boxeador, y galán, y pescador y aventurero.
Y siempre vencía hasta que una mañana, hacia las 6 horas, la depresión le ganó y se pegó un tiro en la boca con una de las escopetas que utilizaba para cazar en África.
En la novelística de Fernanda Melchor los personajes viven y sobreviven, no obstante llevar vidas difíciles.
Lusmi, un adicto. Su padrastro, desahuciado. Brando, un amigo, homosexual, “dispuesto a matar con tal de ocultar sus deslices”.
Además, el medio ambiente, “aire irrespirable de La Matosa”, la Comala de la joven escritora.
Tres. Escribir para vivir
Fernando ha sido fiel a su vocación.
Cierto, el periodismo perdió a una gran cronista, pero la educación universitaria ganó a una académica, y más aún, la literatura a una novelista.
Algún día, cuando el horizonte se ensanche, dejará el salón de clases para entregarse por completo a la literatura.
Claro, en el camino hay demasiados fantasmas y demonios.
Julio Cortázar, por ejemplo, necesitaba trabajar como traductor en la ONU en las mañanas y en las tardes escribía.
Gabriel García Márquez, por el contrario, alcanzó la estelaridad con “Cien años de soledad” y entonces, y como ha recordado su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, “se volvió rico y él pagaba las cuentas”.
Cortázar, por ejemplo, murió soñando con la utopía de que los escritores merecieran la justicia divina a partir de que el 40 por ciento del costo de un libro se le queda a la editorial y el 50 por ciento a la librería y el 10 por ciento al escritor, además de que pagan cada año.
Pero más allá de las cosas materiales está la vocación literaria de Melchor, a la que con los años (y significa una de sus grandes fortalezas) se mantiene fiel.
Fernanda Melchor escribe para vivir.
Cuatro libros así lo garantizan.