Luis Velázquez | Expediente 2021
14 de abril de 2021
Fernando Gutiérrez Barrios fue, ha sido, es, el único gobernador de Veracruz que recuperó para todos, más que la esperanza concreta, específica y maciza, el paraíso terrenal, la tierra prometida.
En 40 días, los 40 días y noches que durara el diluvio universal en el relato bíblico, don Fernando, El hombre-leyenda, el policía político, el político policía, pacificó Veracruz.
Y con unos manotazos encarcelando a los caciques y pistoleros de entonces, equivalentes a los carteles y cartelitos de hoy, Veracruz recuperó el aliento social en el diario vivir.
Los politólogos y sociólogos de entonces siempre aseguraron que el presidente Miguel de la Madrid lo convirtió en candidato a gobernador dado que Veracruz estaba “atrapado y sin salida” en la violencia de “La Sonora Matancera”.
Y cumplió.
Haya sido por sus antecedentes en el movimiento estudiantil del 68.
O por su alta participación en la guerra sucia.
Por su experiencia en las cosas negras y policiacas y sangrientas de la vida.
O porque traía consigo a un equipo policiaco legendario y mítico.
Veracruz fue pacificado.
Entonces todos respiramos tranquilos. Incluso, creíamos, estábamos seguros, de que el aire social estaba purificado y que Veracruz tenía camino y futuro.
Y es que para la fecha, luego del sangriento sexenio de Agustín Acosta Lagunes, cuando la vida se cotizaba en cincuenta mil pesos de aquellos y que cobraban los pistoleros para asesinar a un enemigo, un adversario, un sancho, una persona traidora y desleal, el signo de aquel tiempo era vivir sin esperanza.
Y lo peor, sin una esperanza social de que la vida en común podía cambiar.
Veracruz olía a pólvora y sangre. Se tenía miedo, pavor, temor y pánico de andar en la calle en las noches y madrugadas.
Todos estaban expuestos a un asalto en los caminos de terracería y en las carreteras estatales y federales.
A cada rato, los cadáveres tirados a la orilla del camino, tiempo aquel cuando los pozos artesianos de agua dados de baja eran el cementerio particular de los malandros, digamos, sus fosas clandestinas.
Con Gutiérrez Barrios, las horas del día y de la noche fueron diferentes. Un respiro. Un manotazo espectacular. Campanazo fuera de serie.
En automático, don Fernando se convirtió en el mejor gobernador del país y que sus homólogos querían como asesor para enfrentar, combatir y derrotar a los caciques y sicarios de la fecha.
Lástima que únicamente durara dos años como jefe del Poder Ejecutivo nombrado secretario de Gobernación por el presidente Carlos Salinas de Gortari.
SÚPER MANOTAZO
Su estrategia era sencilla y efectiva: Por aquí los caciques y sicarios asesinaban a una persona o a una familia, de inmediato don Fernando enviaba a su equipo estelar de policías y detectives al lugar de los hechos para echar montón y barrer la plaza.
Fue el 7 de diciembre del año 1986. A los 7 días de tomar posesión. En Huayacocotla, el cacique Luis Rivera Mendoza con sus pistoleros emboscaron y asesinaron a una familia, la madre y el padre, y dos hijos, uno de ellos en brazos de su señora madre.
Luego enseguida, les asestaron el tiro de gracia y hasta el bebé, con toda la saña, barbarie, ruindad y perversidad humana.
Ese mismo día, en la tarde/noche, el director de Seguridad Pública y su primero y segundo círculo del poder agarraron camino de Xalapa a Huayacocotla.
Y al día siguiente, el operativo para identificar a los criminales y rastrear su pista, su huella, sus rastros.
En un dos por tres, entrevistando “a tirios y troyanos”, tuvieron la información y procedieron.
Hacia la tarde, habían detenido al cacique de Huayacocotla y a sus pistoleros.
Entonces, treparon a todos a un carro de redilas, ni siquiera autobús de pasajeros, y los custodiaron derecho, derechito, al penal de Pacho Viejo.
En los días siguientes, Gutiérrez Barrios ordenó el operativo más efectivo de la purificación social deteniendo a más caciques, en tanto, unos, temerosos de caer en la prisión, huyeron despavoridos de Veracruz, con todo y amantes.
Es más, a un cacique hasta le sembraron armas de uso exclusivo del ejército para su detención.
Manotazo. Gran manotazo. Súper campanazo de primera.
La figura política y policiaca y social de don Fernando se multiplicó a alturas insospechadas, tanto que, por ejemplo, dos años después, Carlos Salinas lo nombraría secretario de Gobernación.
Y si fue lanzado del Palacio de Bucareli en la Ciudad de México se debió a la intriga de Joseph Córdoba Montoya y Patricio Chirinos Calero, los asesores político y económico del Señor Presidente, y quien, además, los escuchó e hizo caso.
Gutiérrez Barrios logró que la población de Veracruz tuviera confianza individual, familiar y social de nuevo.
Entonces, claro, lógico, obvio, la miseria, la pobreza y la jodidez eran, como ahora, el pendiente social, agravado por la terrible y espantosa desigualdad.
También existía, como ahora, baja calidad educativa y de salud pública.
Y se vivía en la impunidad.
Pero encima de los pendientes, la inseguridad, la incertidumbre y la zozobra significaban el peor infierno de la vida.
Por eso, la grandeza política y social de don Fernando.