Luis Velázquez /Barandal
Veracruz.-14 de julio de 2017 ESCALERAS: Nadie como Gustavo Sousa Escamilla conoce más a Fidel Herrera Beltrán. Se conocieron en la facultad de Leyes de la UV. Gustavo en tercer año y Fidel en primero.
Desde entonces son amigos, no obstante que en aquel tiempo, Fidel vivía ya para la política y Gustavo para la música, pues a los seis años de edad había rasgueado por vez primera la guitarra y luego el piano. Incluso, en Xalapa, solía llevar serenata a las novias de los amigos y compañeros y, claro, cobraba, para tener su dinerito.
Y no obstante la vida bohemia…, de los alumnos más aventajados.
Muchos años después, en el sexenio de Patricio Chirinos Calero, Fidel apestaba. Miguel Ángel Yunes Linares se había adueñado de las neuronas, el corazón, el hígado y el sexo del gobernador, y desplazado a Fidel, y lo peor, satanizado. Por eso anduvo “a salto de mata” en los seis años.
Por ejemplo, el día cuando muriera el padre de Fidel, en pleno chirinismo, “el tío” llegó al aeropuerto Heriberto Jara en el último vuelo de la noche, Gustavo lo esperó y lo trasladó a Nopaltepec, y apenas amanecía, los dos regresaron a Veracruz para que Fidel retornara a la Ciudad de México, antes, muchos antes, digamos, de un desaguisado.
Por eso, nadie con más autoridad moral que Sousa para saber las razones por las cuales Fidel eligió a Javier Duarte como sucesor.
Y la respuesta es tan sencilla como lacónica. Gustavo cuenta una historia. La vivió con su prima, Rosa Luz Alegría, la primera mujer secretaria de Estado (Turismo) en la vida pública del país, cuando José López Portillo era presidente.
Estaba la sucesión de Carlos Salinas en puerta. Y le preguntó a su prima quién sería el candidato. Ella le reviró la pregunta.
BARANDILLA: Y le dijo:
–¿Quién crees tú que será?
–Luis Donaldo Colosio, le contestó.
–¿Por qué? deseó saber Rosa Luz.
–Porque tiene más carisma.
–Sí, dijo Rosa Luz, será Colosio, pero no por la razón que tú dices. Todo presidente de la república, todo gobernador, siempre busca dejar como sucesor a un político que pueda manejar, que pueda manipular.
Así, Gustavo se va a la sucesión de Fidel y Duarte.
–Pero antes de Duarte estaban sus amigos de toda la vida, Ranulfo Márquez y Antonio Benítez Lucho, se le dice.
–Sí, observa, pero los dos eran contestatarios a Fidel. Lo criticaban. Lo evidenciaban. Y le reviraban.
Por ejemplo, cuando Fidel dejó la presidencia del CDE del PRI en el tiempo de Miguel Alemán Velasco, Ranulfo quiso heredar la silla. Y se la exigió a Fidel. Fidel le dijo:
–Yo no soy el gobernador. Esa es decisión de Alemán.
–Pero tú le puedes decir.
–Te repito: yo no soy el gobernador. Esa es tu decisión.
Y Ranulfo se molestó. Y con Benítez Lucho lo encararon. Y Fidel aguantó vara. Incluso, hasta envió un cabildero para apaciguarlos.
Y así por el estilo cuando Fidel llegó al trono imperial y faraónico y reclamaron espacios mayores, como la secretaría General de Gobierno donde nombró, por encima de ellos, a Reynaldo Escobar.
Por eso, dice Gustavo, Fidel eligió a Duarte como sucesor. Estaba seguro que lo mandaría.
Desde luego, así fue en el primero y en el segundo y todavía en el tercer año del sexenio.
Pero entonces, los más cercanos y amigos de Duarte siguieron diciéndole al oído que él, Duarte, era el gobernador y que el tiempo de Fidel había pasado.
Y en el informe de gobierno efectuado en el castillo de San Juan de Ulúa (la cárcel privada de Porfirio Díaz, donde tuvo como presos a Benito Juárez y Melchor Ocampo), Duarte se deslindó de Fidel satanizando “el pasado”, en un discurso que según las versiones le había escrito Alberto Silva Ramos, su “cisne”.
CASCAJO: Incluso, hacia mediados del mes de julio del año 2016, Fidel, cónsul de Enrique Peña Nieto en Barcelona, declaró al periódico “El Economista” que “Javier Duarte no fue lo que yo esperaba. Y en medio… pues hizo cosas que no tenía que hacer”.
Duarte, entonces, se deslindó y sacudió a Fidel y quedó en manos de sus guardias pretorianos (Érick Lagos, Alberto Silva, Jorge Carvallo y Adolfo Mota), y quienes en los actos públicos y privados lo blindaban y ni siquiera, vaya, dejaban pasar el aire, dueños ellos que llegaron a creerse, y lo fueron, de las neuronas, el corazón, el hígado y el sexo de Duarte.
La fama pública, por ejemplo, de Érick Lagos, de que solía acercar mujeres tanto a Fidel como a Duarte para así mantener cercanía y privilegios.
Y, bueno, si Ranulfo Márquez nunca fue presidente del CDE del PRI en los seis años de Fidel, tampoco Gustavo Sousa logró el legítimo sueño político de su vida como era la presidencia municipal de Veracruz y que tampoco mereciera con Duarte.
Tenía (tiene aún), sin embargo, el refugio de su música. En su casa, en la ribera jarocha, por ejemplo, tiene un estudio con todos los aparatos de una orquesta, de un grupo, y con frecuencia suele reunirse con sus amigos bohemios para tocar dos, tres, cuatro horas.
“Yo creo que para alcanzar la felicidad cada persona ha de dedicar un día a la semana a lo que le gusta, simple y llanamente, a lo que le gusta” dice.
Y para Gustavo Sousa son la guitarra y el piano, como aquella vez cuando quedara deslumbrando escuchando desde la ventana de una casa al ingeniero Eugenio Méndez Docurro, secretario de Comunicaciones con Luis Echeverría, tocando el piano, y al licenciado Fernando Montiel cantando en la casa de la pianista Chofita de la Hoz.
“Fue aquella tarde una alucinación” dice.