Luis Velázquez | Expediente 2021
13 de abril de 2021
Hacia la primavera de 1962, aprox., Gabriel García Márquez llegó a Xalapa camino a Veracruz. Estaba acompañado de su amigo y paisano, el poeta y novelista Álvaro Mutis, avecindado en la Ciudad de México.
Lo invitó el fin de semana para reunirse con el escritor Sergio Galindo, entonces, director editorial de la Universidad Veracruzana, y quien le publicara su primera novela, Los funerales de la mamá grande.
Entonces, el Gabo estaba desempleado. Hacía fila en la secretaría de Gobernación para legalizarse en México y también a su esposa, Mercedes Barcha, y a su primer hijo.
El sábado y domingo, García Márquez y Mutis la pasaron en el puerto jarocho.
Mutis, un apasionado del mar, lo llevó a conocer el Golfo de México. El malecón. El bulevar.
Se atacaron con mariscos. Escucharon a los jaraneros, el Gabo, apasionado de los vallenatos. Tomaron lecherito con canilla en La Parroquia de la avenida Independencia. Un menyul en el Hotel Diligencias. Platicaron con los jarochos y conocieron y sintieron el calor humano, el sentido del humor, el pitorreo, el despapaye.
Entonces, el Premio Nobel de Literatura acuñó frase bíblica, memorable, citable, inolvidable y recordable:
“Si existe Veracruz entonces me quedo a vivir en México”.
Y se quedó por más de veinte años.
Incluso, en la Ciudad de México escribió su novela estelar, Cien años de soledad, y que lo catapultara a la fama mundial, cuando sus primeras novelas se quedaban en las librerías, sin venderse ni menos, agotarse.
García Márquez, entonces, se volvió mexicano gracias a que en un momento estelar de su vida, cuando era indocumentado y desconocido, conoció Veracruz y quedó prendido, porque le recordaba a Colombia, su pueblo.
Aquí, escuchando a los jaraneros y comiendo mariscos aderezados con toritos, tuvo la misma fascinación cuando en París, una noche, terminando de cenar y salir a la calle con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, estaba nevando y como un niño, brincoteó en la banqueta y en la calle pues vez primera conocía la nieve.
O como aquel día cuando su abuelo, Nicolás Márquez, lo llevó a conocer el hielo en las fábricas de Aracataca.
Lástima que la secretaria de Turismo del gobierno estatal, aquella de “Veracruz se antoja” desconozca la epopeya anterior para, digamos, haberla tomado con éxito para su campaña promotora del turismo a Veracruz.
EL GABO Y LA MAGIA JAROCHA
Para entonces, hacia 1962, Acapulco y sus linduras ya existían. También Nayarit. Cancún ni siquiera estaba en ciernes. Menos Huatulco.
Quiso Álvaro Mutis traer a García Márquez a Veracruz y aquí, muchos años después, autorizaría filmar su cuento “La viuda de Montiel” con Geraldine, la hija artista de Charles Chaplin, en Tlacotalpan, y en donde estuviera.
Y luego filmar su novela “El coronel no tiene quien le escriba” con Salma Hayek y Fernando Luján en Chacaltianguis, por cierto, catalogada como la gran obra maestra de García Márquez por Juan Villoro en las doce conferencias que imparte sobre la narrativa del Gabo en la “Casa Cien Años de Soledad”.
Incluso, desde la secretaría de Turismo de la 4T bien pudiera integrarse un mágico y fascinante periplo turístico para ofrecer al país y a América Latina llamado, digamos, “El viaje de García Márquez a la magia jarocha” y que significaría un gran atractivo para jalar turismo a la tierra donde viviera la Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, en la hacienda El Lencero de Xalapa, y por donde caminara su compatriota Pablo Neruda y recogiera conchitas en las playas de Chalchihuecan, coleccionista que era, y en donde el nicaragüense Rubén Darío fuera aclamado en la zona marítima apenas desembarcado en el Golfo de México.
En contraparte, Acapulco, Cancún, Nayarit, Huatulco, etcétera, siguen dominando en el escenario turístico.
Bastaría referir, por ejemplo, que nunca en Televisa publican notas desagradables, negras, sangrientas de Acapulco, acaso porque allá se fincaron los grandes intereses de Emilio Azcárraga Milmo.
Tampoco de Cancún (salvo el caso de la salvadoreña asesinada por 4 policías en Tulum), porque allí se concentró la inversión privada de Luis Echeverría Álvarez y Carlos Hank González, el líder del poderoso grupo político y económico de Atlacomulco, en el Estado de México.
Veracruz, sin embargo, en el palenque mediático nacional debido, claro, y entre otras cositas, al primer lugar nacional en feminicidios, secuestros y extorsiones en el tiempo sacrosanto de la 4T y la purificación moral.
Pero, bueno, teniendo Veracruz todo para el gran turismo popular del país nunca ha podido escalar.
Más, mucho más, cuando, queda claro, Acapulco y Cancún viven del turismo, y aquí, de las remesas enviadas por los paisanos, migrantes sin papeles, en Estados Unidos, y que por cierto han desplazado los ingresos derivados de las tres industrias básicas (la caña de azúcar, el café y los cítricos).
El único límite para el crecimiento turístico de Veracruz es la imaginación y el talento de la secretaría. Pero pareciera estar maniatada por invisible camisa de fuerza. Cadenas interiores le llaman o, como dicen en Cantarranas, “el que crece para maceta del corredor no pasa”, así tenga la bendición de la 4T.