Editorial | Piñadero
Oaxaca, México.- La violencia en Oaxaca sigue siendo una problemática que las autoridades no han logrado contener, y el intento de minimizarla no es más que una estrategia que carece de sustancia.
El reciente pronunciamiento del Gobierno de Estados Unidos, advirtiendo a sus ciudadanos sobre los riesgos de viajar a Oaxaca, ha encendido las alarmas. Sin embargo, el Secretario General de Gobierno, Jesús Romero López, desestimó la advertencia, tachándola de “exagerada”. Esta respuesta, lejos de ofrecer tranquilidad, refleja una preocupante desconexión con la realidad que viven los oaxaqueños.
En lugar de reconocer la gravedad de la situación, el Gobierno del estado, encabezado por Salomón Jara Cruz, insiste en ocultar las cifras de la creciente violencia. Mientras Romero López intenta suavizar la percepción pública, la violencia sigue tomando vidas.
El pasado viernes 13 de septiembre, una mujer fue baleada en la explanada de la presidencia municipal de San Blas Atempa, en la región del Istmo, poniendo en evidencia la incapacidad policial para prevenir y actuar eficazmente ante estos ataques.
Este no es un caso aislado. En menos de 24 horas, cuatro personas más fueron asesinadas en la región de la Costa, y otro hombre fue ejecutado en Ocotlán de Morelos, en los Valles Centrales. Los hechos hablan por sí mismos: Oaxaca es una entidad marcada por la impunidad y la falta de una estrategia clara de seguridad. La narrativa oficial, que busca maquillar la realidad con cifras manipuladas, choca con la angustia de los ciudadanos que ven cómo la violencia se desborda sin freno.
El gobierno estatal parece más enfocado en proteger su imagen y la de la autodenominada “Cuarta Transformación” que en enfrentar con seriedad la crisis de seguridad.