•“No se vale tanta impunidad en Veracruz”: madres de desaparecidos
•Pesa la criminalización sobre las espaldas de las familias
•”Siguen diciendo que son hijos son delincuentes”
Itzel Loranca blog.expediente.mx Para El Piñero de la Cuenca
Veracruz.- Con una sonrisa melancólica, Lucía de los Ángeles Díaz Genao, desea “Felicidades” y abraza a las mamás que como ella, conmemoran otro 10 de mayo en lucha.
Rodeadas de vendedores de rosas y tiendas de ropa que ofrecen en aparadores “el mejor regalo para mamá”, las cerca de 200 mujeres, hombres y niños, aguardan el inicio de la tercera marcha del Colectivo Solecito en la ciudad de Veracruz.
El grupo de familiares más numeroso del estado de Veracruz, reúne historias de Cardel, Córdoba, Úrsulo Galván, y otros municipios, agrupados en su mayoría en la zona centro del estado de Veracruz.
En su mayoría jóvenes desaparecidos en una entidad en la que, según cifras de la Fiscalía General del Estado (FGE), entre 2010 y 2016, el sexenio de Javier Duarte de Ochoa, dos mil 345 personas fueron llevadas o por el crimen organizado por agentes de seguridad del propio Estado.
Ausencias que no han dejado de acontecer, pese a las promesas que el gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares ha prodigado desde hace cinco meses.
La madre de Luis Guillermo Lagunes Díaz, al que busca desde el 28 de junio de 2013, expresa “Las desapariciones continúan, las que hay no se resuelven, seguimos en la misma situación. Diferentes caras misma simulación y con un trato que hoy en día empeoró”.
Reitera entonces que el fiscal general Jorge Wínckler sigue sin recibirlas, más allá de las reuniones con representantes de los 11 colectivos en búsqueda que hay en la entidad; o fuera de las reuniones con la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Procuraduría General de la República (PGR).
A esas autoridades, les exigen realizar su trabajo. Les piden que hagan justicia y que encuentren a sus seres queridos.
Sin embargo, antes de alzar la voz en franca demanda por las calles del Centro Histórico, las mujeres hablan con sus hijos. Como en una oración, les dedican sus votos de amor, de fidelidad y de lucha.
“Te prometo, no me rendiré, no me detendrán, no claudicaré, lucharé por ti cada día, cada minuto, sin excusas ni pretextos para ceder en mi búsqueda”. Son 150 rostros los que atestiguan el juramento.
“Dios me dio la dicha de tenerte, él me dará, es seguro, la dicha de encontrarte. Todo mi amor, todos mis días, van por ti, hijo adorado. Toda mi vida, va por ti”. La promesa dicha por multitud de voces es sellada con aplausos.
“DIRÁN QUE SUS HIJOS SON DELINCUENTES”
“No se vale que solo encuentren a Duarte por dinero y no a nuestros hijos, que los necesitamos porque somos madres y sufrimos”. Fue el grito de Briseida Baruch. Su puño en alto.
Junto a ella, su hija, Dovianid, contenía cada pedacito de su ser, que parecía escapársele en gestos de coraje y dolor.
La hermana de Gustavo García Baruch, desaparecido con otros tres jóvenes el 12 de octubre de 2015, logró abarcar todos sus fragmentos, cargándolos paso a paso desde que inició la caminata del colectivo Solecito a las cinco de la tarde.
Por la Catedral Nuestra Señora de la Asunción, el hombro de su madre le sirvió de apoyo. Pero su caminar comenzó a flaquear hasta que al pie del Faro Venustiano Carranza, al centro de la Macroplaza del Malecón dejó escapar lo que llevaba dentro.
Al centro de varias familias en búsqueda denunció que la desaparición de Gustavo se cuenta entre los crímenes del Estado.
“¿En qué se parece el 2 de octubre del 68, con el 2 de Corpus del 71, con Ayotzinapa 2014, con los cinco de Tierra Blanca, con los nuestros de Veracruz? ¡Se parecen en la intervención del gobierno federal, son crímenes del Estado en la impunidad aberrante!”.
Señaló el disimulo de la sociedad, que las mira sobre el hombro creyendo que los desaparecidos son delincuentes; la criminalización de los medios informativos, los políticos, hacia los hijos ausentes.
La vinculación con presuntos “narcomensajes” comenzó desde que su hermano Gustavo García Baruch, fue llevado por hombres armados de la casa que rentaba en el fraccionamiento Floresta de Veracruz.
Las acusaciones, otra vez, llovieron cuando el 29 de septiembre de 2016 Octavio García Baruch, el otro hermano de Dovianid, desapareció con otros dos jóvenes en Boca del Río.
“Aquellos que no son madres, nos critican, que tenemos hijos delincuentes. Cuando les toque a ellos entonces dirán lo mismo, que sus hijos son delincuentes”, reclama Briseida.
Octavio, Génesis Deyanira Urrutia y Leobardo Arroyo Arano, fueron encontrados sin vida el siete de octubre del año pasado.
De Gustavo García, y su compañero Jesús David Alvarado Domínguez, su amigo Josué Baeza Gil y el técnico en aire acondicionado que laboraba en la vivienda al momento del crimen, José Alberto Jiménez Aguilar, no se sabe nada.
Ni porque el caso lleva dos años en la FGE, o exista una investigación en la Procuraduría General de la República. Como ocurre con otros casos en Veracruz, es la familia la que ha tenido que asumir la búsqueda y sus riesgos.
“Tenemos grabaciones y estamos amenazados”, declaró Briseida. Enseguida su hija, que hace unos meses en televisión nacional confesó que en 2012 a ella y su hermano Octavio los secuestraron para inculparlos de secuestro, para después vivir años de amenazas, estalló.
“¡Que me digan dónde está su fosa! ¡Como esté, no me importa! ¡Quiero encontrar sus huesos y darles sepultura!”.
Briseida corrió a sostener a Dovianid. Se había desmoronado.
“LO ABRAZAMOS Y LES DIJIMOS QUE LO SOLTARAN”
“¡Hijo, escucha, tu madre está en la lucha!”.
Graciela Lagunes Martínez unía su voz al mismo clamor. La fotografía de su hijo Rubén Baez Lagunes sostenida sobre su corazón.
“Aquí y ahora se hace indispensable, presentación con vida y castigo a los culpables”.
Como invocando a la justicia, Graciela replicó la demanda junto con su hija.
Fue el tres de junio de 2015 que hombres armados llegaron a la casa donde toda la familia vivía, y preguntaron por su hijo, jefe de Catastro en el Sistema de Agua y Saneamiento municipal.
“Hijo, te andan buscando”- escuchó Rubén de su padre, cuando a las 10 de la noche llegó de trabajar.
“¿A mí?”- contestó, incrédulo.
“Sí, dicen que son del gobierno…”.
“¿Yo? Si yo no ando en nada, no me meto en nada, yo nada más me dedico a trabajar”.
Momentos después, mientras Rubén hablaba por teléfono con un primo a las afueras de la vivienda, los sujetos armados regresaron.
El relato es contado con firmeza por Graciela. Aunque la tristeza asoma en su mirada, su voz no se quiebra al recordar que a ella y a su nuera, les pusieron una pistola en la cabeza para que dejaran de abrazar a Rubén. A su padre, lo arrojaron al suelo con violencia.
Los criminales tomaron a Rubén y se lo llevaron en un automóvil blanco.
Esa noche, rondaron sin descanso en su búsqueda. Un ir y venir que no ha parado desde entonces. Ni de parte de ella, ni de sus hijos, ni de los dos nietos que aguardan a su papá Rubén.
El joven y su hermana se han integrado al trabajo del colectivo Solecito desde 2016, cuando entregaron su muestra de ADN en una de las varias tomas que la agrupación ha organizado con la Policía Científica.
Un trabajo que se hace necesario luego de que la Fiscalía admitió en febrero de 2017, que contaba solo con 266 perfiles genéticos porque otros miles los extravió la administración anterior.
Graciela desconoce si la muestra que entregó por la desaparición de su hijo Rubén, está perdida. Lo que sí sabe es que no importa la información que han proporcionado a las autoridades, no existen avances en su búsqueda.
“No hacen nada, estuvimos yendo, nos pidieron 50 fotos, 50 de la credencial de elector, que porque iban a hacer no sé qué cosa. “Lo vamos a ir a visitar a su casa, vamos a ir allá”. Nunca se aparecieron”.