- Un monumento a las domésticas
- Pedestal a las cortesanas
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.-
UNO. Por sus estatuas los conoceréis…
La sensibilidad social, la cultura y la gratitud de un pueblo se mide a partir de las estatuas y monumentos a sus héroes de la historia, pero más, mucho más a los héroes desconocidos, los seres anónimos que con un bajo perfil hacen patria y hacen patria todos los días para alcanzar, digamos, y hasta donde sea posible, la felicidad terrenal de los otros.
En el puerto jarocho, por ejemplo, hay una estatua a Agustín Lara, el cantor de “la noche tibia y callada de Veracruz”, pero también el músico-poeta que enalteciera a las trabajadoras sexuales, primero, de la Ciudad de México, donde se iniciara como pianista de burdeles, y luego, a las cortesanas del país.
En el siglo pasado, cuando muriera, y levantaran la estatua, cada año en su onomástico alrededor de su monumento se daba una romería donde desde el presidente municipal y los políticos en turno y la población romántica le llevaba mañitas y flores y esquelas y le cantaba como si fuera el salvador del mundo.
Ahora, sin embargo, ya nadie lo pela, ni el IVEC, vaya, aun cuando, claro, se entiende, andan muy jodidos en recursos.
Hay una estatua gigantesca a Salvador Díaz Mirón en la avenida que lleva su nombre y que contrasta con la estatua enana al Sumo Pontífice, Juan Pablo II, y que fue levantada nada más para salir del paso.
DOS. Héroes anónimos… sin estatuas
De norte a sur de la ciudad jarocha existen varias estatuas. Entre ellas, y por ejemplo, a Cuauhtémoc, el rey azteca, y a don Adolfo Ruiz Cortines, el presidente más honesto y austero del país, y quien terminara sus días en una casita que le obsequiara un amigo, el doctor Horacio Díaz.
Hay una estatua al presidente Manuel Ávila Camacho, pero ninguna a Plutarco Elías Calles, el fundador del partido político, Partido Nacional Revolucionario, abuelito del PRI.
El exalcalde Roberto Bueno Campos, dueño de “Los flamers”, levantó una estatua a los músicos, pero con el tiempo otro edil la quitó o la reacomodó y su destino se ignora.
También hay una estatua a Miguel Alemán Valdés, el presidente seductor de mujeres y hombres por su sonrisa eterna y que tanto fascinara, por ejemplo, a la famosa espía rusa.
Pero…, oh ingratitud social y política, muchos héroes anónimos han quedado en el olvido y en la indiferencia.
Entre ellos, y por ejemplo, los siguientes.
TRES. Una estatua a las cortesanas
Ninguna estatua glorifica a las trabajadoras sexuales, sobre todo, a las daifas guerrilleras que en el siglo pasado lucharon al lado de Herón Proal, el famoso líder del movimiento inquilinario, y las que en la batalla declarada a los casatenientes, un día sacaron los colchones de sus camas donde hacían el sexo a la calles y los incendiaron y Veracruz parecía Sodoma y Gomorra.
Tampoco hay una estatua al Pirata Lorencillo, el temerario pirata que desembarcara en las Playas de Chalchihuecan luego de Hernán Cortés hace 499 años y sembrara el terror en la población.
Ningún monumento recuerda al legendario “Chucho el roto”, el ladrón que robaba a los ricos para ayudar a los pobres, famoso en la historia porque escapó de las mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa, y en donde, por cierto, el gallero Antonio López de Santa Anna, su Alteza Serenísima, encarcelara a Melchor Ocampo y Benito Juárez, uno de los héroes de AMLO.
Ninguna estatua recuerda el asesinato de los 9 jarochos, aquellos de “¡Mátalos en caliente!”, ordenada por el dictador Porfirio Díaz Mori al gobernador Teodoro A. Deshesa Méndez.
Peor tantito:
La señora Elizabeth Esquina merece una estatua por tantos servicios prestados a Veracruz, pero más aún, por tanta tanta tanta felicidad que creara y recreara entre los hombres.
Ella fue dueña de “La escondida”, el prostíbulo más famoso en la historia local y en el Golfo de México porque unas doscientas chicas, menores de 25 años, desfilaban cada noche en su salón de baile ofreciendo la felicidad total y que, por cierto, fue clausurado cuando una noche un marino llegó, compró una botella de Bacardi para él solito, comenzó a chupar, se sacó de la bolsa de la camisa una fotografía del amor de su vida, Jacqueline Kennedy, la esposa del presidente de EU, y bien borracho se pegó un tiro en la cabeza.
CUATRO. Monumento a las trabajadoras domésticas…
El pueblo de Veracruz también le debe una gran estatua a las prostitutas de la avenida Guerrero, en el siglo pasado, allí donde todos los días y todas las noches, y a todas horas, unas ciento cincuenta hetairas ofrecían sus servicios y que era, ni hablar, cita obligatoria.
La estatua bien podría llamarse “La prostituta desconocida” para evitar discriminaciones.
Otra estatua que también estamos debiendo es una pareja musical singular, extraordinaria, fuera de serie, integrada por “El pingüino” y Amadito, quienes eran inseparables y tantas serenatas llevaron a las novias amadas, pero también, a tantos borrachos hicieron el instante agradable en Los Portales, su maravilloso centro de trabajo.
Una estatua en la que el millón de jarochos y boqueños estarían de acuerdo con todo y consulta popular (a tono, claro, con AMLO) es a las trabajadoras domésticas que tanto bien hacen a la mayoría de la población, muchas de las cuales sacrifican su vida personal por la vida de los demás.
Don Manuel Alpino Caldelas, el presidente municipal más limpio, honrado y puro en la historia local, bien merece una estatua, mínimo, en el zócalo de la ciudad, pues constituye una excepción singular en un país en el primer lugar de corrupción política en América Latina y uno de los primeros en el globo terráqueo.
Y a un ladito, y nomás por contraste, una estatua del tamaño de la estatua a Juan Pablo II, a “El locho” Ochoa, el primo hermano de Javier Duarte, y que fue un contestatario de primer nivel, pues a todo se oponía armando escándalos y reality-show que ningún político ha olvidado.
CINCO. Sus nombres, a calles en la ciudad
Claro, se vive el tiempo de la austeridad republicana, el término acuñado por Benito Juárez, quizá el héroe de la historia con más estatuas, calles, avenidas, pueblos y escuelas en el país.
Y construir estatuas a los héroes desconocidos citados líneas anteriores significaría, digamos, un gasto faraónico, tirado al vacío cuando, y por ejemplo, de los 8 millones de habitantes de Veracruz seis millones han sido declarados en la pobreza, la miseria y la jodidez por el INEGI y el CONEVAL.
Pero, bueno, y en nombre de la patria y la gratitud humana quizá, digamos, bien podrían imponerse sus nombres a una que otra calle en la ciudad, así sea, por ejemplo, en el Fraccionamiento “Colinas de Santa Fe”, tan famoso en Américo Latina por la fosa clandestina más grande del continente.