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Historia de un secuestro en Veracruz; cinco días desnudo y sin comer

El Piñero

Luis Velázquez Barandal

28 de junio de 2019

ESCALERAS: “Me llamo Eliseo Rojano. Soy burócrata. Y durante 5 días estuve secuestrado. Me levantaron una tarde a las 7 y media de la noche en mi casa. Tengo una casa un changarrito con la venta de cerveza, con permiso y todo.

Entonces, a la mitad de semana llegaron ocho jóvenes, todos menores de 25 años, armados hasta con una R-15, me golpearon y secuestraron.

De nada les valió el llanto de mis hijos y los ruegos de mi esposa. De palomita me treparon en una camioneta color blanca, sin placas, y la camioneta arrancó.

PASAMANOS: Durante un buen rato, quizá serían unos quince minutos, anduvimos dando vueltas en la colonia proletaria donde vivimos, en la ciudad de Córdoba. Luego, la camioneta fue estacionada y a madrazo limpio me bajaron y metieron a una casa de seguridad.

Me tiraron en un cuarto tipo Infonavit, chico, sin sillas ni mesas. Tampoco un cuadro colgando en la pared. Solo un foco en el centro del techo.

Y vino la primera orden: fue que me desnudara por completo. “A calzón quitado” como quien dice.

CORREDORES: El chico con la R-15 en la mano me apuntó derecho, derechito al corazón, para que me quitara la ropa. Me la quité. Pero me dejé el calzón. “Todo, cabrón” gritó, furioso. Y quedé en pelotas.

Luego me amarraron de las manos y de los pies. Y me empujaron a un rincón. Así pasé la primera noche. Con el foco apagado. A oscuras. Calculando la hora de acuerdo con el tono de la oscuridad.

BALCONES: “Estás secuestrado” dijo apenas amaneció un tipo. Les dije: ¿Qué quieren, si no tengo nada”. Me contestó: “Tienes un changarro de cerveza y te va bien”. Le dije: “Apenas y saco para comer”.

Me dijo: “Tienes un coche”. “Sí, le dije, tengo un coche. Lo compré de uso. Me costó 15 mil pesos”. Me dijo: “Entonces, danos la factura”. “Sí, claro, les doy la factura, pero ya suéltenme”. “Con calmita”, me dijo. Y se fue.

En vez de darme de desayunar, un vasito con agua, un cafecito, un pan, me dieron la primera madriza. Me agarraron a tablazos. Con unas tablas golpearon con saña mi cuerpo desnudo. Me pegaron en la espalda. Me pegaron en las piernas. Me pegaron en las nalgas. Lloré de tanto dolor.

PASILLOS: También me pegaron en las manos. Me ordenaron que extendiera las manos como mi profesora en la escuela primaria decía a los niños para castigarnos con unos reglazos.

Y me azotaron tanto las manos que se me hincharon. Mis manos parecían patas de elefantes. Llegó un momento en que ni sentía mis manos. Y en medio del dolor solo el llanto servía de consuelo.

Durante los 5 días nunca me bañé. Y como nunca me dieron de comer, ni desayuno, ni comida, ni cena, tampoco tuve ganas de ir al baño.

Bueno, con tanta madriza que me dieron ni tuve ganas comer ni tampoco, vaya, de orinar.

La vida, prendida con alfileres. Estar seguro de que tarde o temprano te matarán.

VENTANAS: En el segundo día cuando aún podía calcular los días y noches que pasaban me pidieron el celular de mi esposa para que entregara la factura.

Les di el número y le marcaron. Ella contestó. Le dijeron que me tenían secuestrado. Y que tal día, a tal hora, llevara la factura del coche a tal lugar. Y cuidadito y avisaba a la policía porque entonces yo era hombre muerto.

PUERTAS: Cada 24 horas me cuidaba un hombre diferente. Ninguno de los 5 me formaba plática. Simplemente, cerraban la puerta y se quedaban afuera. De vez en vez abrían la puerta para checarme.

Pero en el tercer día, uno de ellos me vendó con un trapo negro. Y así me tuvieron el resto de los días.

Perdí la noción del tiempo. No sabía si era de día o de noche. Y como afuera ningún ruido se escuchaba, menos. Nunca oí, por ejemplo, el ruido de un coche. Tampoco voces. O el canto de algunos pajaritos. El ladrido de un perro en la noche. Los claxonazos de un embotellamiento.

CERRADURAS: Un día, quizá en el cuarto, me dijeron: “Ya tenemos la factura del coche. Tu esposa está bien. Pronto te irás. Pero debes endosarnos la factura”. Les dije: “Sí, sí, de una vez”. “Al rato” me contestó la voz de un hombre viejo, quizá unos 55, 60 años. Su voz era rasposa. Tartamudeaba.

Ese mismo día, varias horas después, me quitaron la venda. Y me pusieron la factura. No podía firmar. Tenía las manos muy hinchadas. Y como pude fui escribiendo mi firma.

Luego de nuevo me vendaron.

Supe de los días secuestrado cuando olí mi ropa y mi cuerpo. Olían a sudor. Yo mismo me daba asco. “Báñate”, me dijo un malandro en son de burla echándose la carcajada.

PATIO: En el quinto día me soltaron. Me treparon a un automóvil. Vendado. Un sicario a cada lado en el asiento trasero. Adelante, el chofer y otro malandro.

Otra vez dimos vueltas. Nunca supe el sentido de la circulación. Era la tarde. Mejor dicho, la noche.

Hicieron alto y me bajaron. Ya de pie en la calle me pusieron de espaldas y me quitaron la venda que estaba amarrada con nudo ciego. Y se subieron al coche y huyeron.

Sólo alcance a ver el auto sin placas perdiéndose en la noche. Ahí me quedé. Petrificado. Tratando de reconocer el lugar. Me fui caminando sobre la calle hasta toparme con un taxi camino a casa”.

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