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Historias de vida: el costo de ser pobres

El Piñero

Luis Velázquez | Barandal
11 de junio de 2021

ESCALERAS: La señora Bere es trabajadora doméstica. Divorciada y con dos hijos. Apenas y cursó la escuela primaria. El padre ausente, debió meterse a laborar. Fue mesera en una cafetería. Pero le pagaban salarios de hambre. Mejor le ha ido en la talacha hogareña de casa en casa.

La señora Blanca es asistente doméstica. Divorciada y con un hijo. El marido agarró camino como migrante sin papeles en Estados Unidos y por aquí halló chamba, se olvidó de la familia en Veracruz. Y desapareció, sin dejar huella. Blanca, con estudios básicos hasta el tercer año de primaria, se metió a las tareas del hogar de casa en casa. Vive sin sobresaltos con “la medianía del salario” como preconizaba Benito Juárez para los funcionarios públicos.

PASAMANOS: La señora Dora es trabajadora doméstica. Es madre soltera. Y con dos hijos. Sus parejas las embarazaron y se fueron. Aves de paso que significaron en su vida. Pero es feliz y dichosa. Sus hijos cursan la escuela secundaria y trabaja “como burro”, según dice, para cumplir con la tarea superior de su vida como es la educación de los hijos.

La señora Gloria también es asistente doméstica. Cursó el primer año de secundaria, 14 años, pero salió embarazada de un compañero del salón de clases. El chico la abandonó. Migró con su familia a otro pueblo sin dejar rastro alguno. Claro, sin decir adiós. En un principio, sus padres la adoptaron con el hijo. Luego, desde los 17 años, se ofreció como “chacha”, tan contenta y satisfecha, porque le permite un ingreso, digamos, decoroso, para ella y el hijo.

CORREDORES: La señora Ana es trabajadora doméstica. Mejor dicho, lo fue durante una década. Luego descubrió que poniendo tianguis con ropa usada en la colonia popular entre semana y los sábados y domingos le iba mejor. Y así continúa caminando. Par de hijas mueven su vida. El marido se fue con otra. La dejó y nunca ha aportado un centavo para la manutención. Incluso, la tiene amenazada si lo demanda.

La señora Clara es asistente doméstica. Madre soltera con dos hijos. Los dos, menores de edad. Su señora madre se los cuida mientras ella labora de sol a sol, incluso cuando la luna se asoma por ahí. Se esmera. Por fortuna, la patrona es solidaria y le paga horas extras. Por eso, trabaja los sábados y los domingos. Sin día de descanso.

BALCONES: La señora Lucía es trabajadora doméstica. Madre soltera. Un hijo de veinte años. Ella, solita, lo ha levantado. Está a punto de concluir estudios en la facultad de Ingeniería. El padre se fue cuando era un niño de dos años y nunca lo conoció. Y, desde luego, lo sacó de su vida. “Mi familia, dice el chico, solo es mi madre”. A los 45 años de edad, Lucía sigue en la talacha. Es, fue, ha sido, será, dice, su forma de vida.

PASILLOS: En todas ellas, el denominar común es el siguiente.

Uno, apenas, apenitas, escuela primaria, y a medias.

Dos, madres solteras.

Tres, madres abandonadas por el marido que se fue atrás de una nueva aventura.

Cuatro, parejas irresponsables sin asumir la obligación de padres.

Cinco, luchadoras y luchonas para vivir y mantener a los hijos.

Seis, en cada nuevo amanecer empujan la carreta para continuar viviendo, conscientes de que para ellas el futuro es presente… que si hay futuro ya se verá.

Es el rostro social y económico de Veracruz. Una realidad estrujante.

Este es un país donde el costo de ser pobre se paga demasiado alto.

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