Luis Velázquez/ Expediente 2017
De Fernando López Arias, 1962/1968, a Miguel Ángel Yunes Linares, el economista Ricardo Olivares Pineda ha sido testigo más activo que pasivo de la vida pública en Veracruz.
Y su cuerpo de norte a sur siempre está fragmentado en dos. En la mitad trae a Carlos Marx y en la otra mitad a Ernesto “El Che” Guevara.
El movimiento estudiantil del 68 lo sorprendió como dirigente y como muchos otros participó en las marchas con su discurso incendiario.
El 2 de octubre, la policía de López Arias, igual que la de Gustavo Díaz Ordaz en la plaza de Tlatelolco, los persiguió con todo.
Cada uno huyó como pudo. En la estampida Olivares se acordó de un tío que vivía en el centro de la ciudad y salió corriendo hacia su casa. Tocó la puerta, y sólo con verle el rostro desaforado, lleno de angustia, lo cobijaron. Se escondió en la azotea.
Minutos después, la policía tocó furiosa a la puerta, pues tenían identificada la casa.
“¡Aquí no está!”, contestó el tío. Y con firmeza, dijo: “¡Si quieren, pasen y búsquenlo!”.
El tío lo salvó de que terminara en la cárcel como fue, por ejemplo, el caso de Roberto Bravo Garzón y Rafael Arias, entre tantos otros.
En el sexenio de Rafael Murillo Vidal, que comenzaba, era líder estudiantil en la facultad de Economía.
Un día, encabezó una marcha que llegara frente a palacio donde pronunciara otro discurso volcánico reclamando un edificio para su casa de estudios.
En su oficina, Manuel Carbonell de la Hoz, el poderoso y temido subsecretario de Gobierno, lo escuchaba.
El mitin concluyó sin una respuesta oficial y los estudiantes se retiraron y dispersaron.
Una, dos semanas después, Olivares jugaba basquetbol en la facultad de Economía, su pasión deportiva, y de pronto llegó el conserje:
“Te hablan en la dirección”.
Y en la dirección le dijeron que Manuel Carbonell le buscaba y lo esperaba en su oficina en palacio.
Ricardo se persignó, sintiendo que se trataba de una represalia.
“Yo conozco a un tío tuyo. Es mi amigo. Te escuché el otro día en el mitin. Mi secretario particular se irá a otro cargo. Y te ofrezco que tú lo sustituyas. Te daré unos tres días para pensarlo” le dijo Carbonell.
“¡Gracias, licenciado”, contestó. “Pero no necesito pensarlo. Ya, ya, ya, empezamos”.
Entonces, Carbonell llamó a Eugenio Vázquez Castañeda, su secretario privado y le dijo:
“Dale tres mil pesos para que se compre unos trajes. Y comenzamos mañana”.
Así, Olivares Pineda entró en la vida pública.
Era 1976. Finalizaba el segundo año de Rafael Murillo Vidal.
UN POLÍTICO ROZANDO EL CIELO
En cuatro ocasiones, Ricardo sintió que estaba en la antesala de la gloria. En una sola, pudo, como el flechador tirando a la luna, acercarse un poco.
Fue durante los tres días que estremecieron a Manuel Carbonell y su equipo. Los tres días en que fue candidato de Luis Echeverría y Murillo Vidal a gobernador. Hasta que en el tercer día, Jesús Reyes Heroles, presidente del CEN del PRI, pronunció aquellas famosas y brutales palabras: “Yo como veracruzano no he votado por Carbonell”.
Y el sueño se desmoronó. Y más, porque Carbonell le había garantizado que sería subsecretario de Gobierno, entonces, la figura política más importante del gabinete, por encima del secretario General.
Unas dos semanas después, Carbonell enfermó. El ramalazo fue duro. Lo envió al hospital. Y durante cuatro meses Olivares fue encargado de la Subsecretaría. Claro, cada vez que el mundo se le venía encima consultaba con Carbonell.
Así, en la Subsecretaría vivió Veracruz un pedazo de cielo que al mismo tiempo, oh paradoja, era el infierno mismo, porque todos los conflictos sociales y políticos le llegaban.
La segunda ocasión fue cuando Gustavo Carvajal Moreno, entonces presidente del CEN del PRI, se acercó a la candidatura a gobernador. Carvajal, su cuate, a quien le profesaba y profesa una lealtad invariable.
Ricardo se soñó en el primer plano de aquel que sería el sexenio.
Pero de pronto, Carvajal declaró a la prensa que él prefería seguir al lado del presidente, su amigo José López Portillo, que gobernar Veracruz, pues, según parece, soñaba con la candidatura presidencial.
Y Ricardo Olivares se quedó como el flechador, tirando a la luna y sin nunca, jamás, jamás, jamás, llegarle.
La tercera circunstancia fue así:
En su graduación de licenciados en Economía, el padrino fue Hugo Cervantes del Río, subsecretario de la Presidencia con Luis Echeverría y precandidato presidencial.
Nadie, entonces, de la elite gobernante (Roberto Bravo Garzón en la rectoría de la UV) creía que Cervantes del Río viajaría a Xalapa para apadrinar aquella generación sólo integrada por 25 estudiantes.
Y fue. Y Ricardo pronunció un discurso incendiario. Y Cervantes del Río, quien ya andaba en precampaña, lo invitó a sus giras en el interior del país. Y lo presentaba como un representante conspicuo de las nuevas generaciones.
Y Olivares se sintió en el cielo. El paso de Xalapa a la Ciudad de México para entrar a las grandes ligas.
Y cuando Luis Echeverría destapó a José López Portillo como su candidato presidencial, una vez más Ricardo estrelló con la otra cara de la realidad avasallante. Supo entonces que “la política es un tragadero de hombres”.
Días atrás entregó la dirección del Seguro del Magisterio al yunista Antonio Soberanes Sheppard.
Y ha de precisarse que Ricardo Olivares fue el único funcionario que por la vía diplomática, a base de argumentos de peso, se le enfrentó a Javier Duarte, el prófugo de la justicia desde hace 107 días, y se opuso a que la secretaría de Finanzas y Planeación metiera mano en los fondos del magisterio.
Y en el transcurso del viaje sexenal “aguantó vara” del bloqueo que los titulares de SEFIPLAN le hicieran, acatando órdenes de Duarte.
Jubilado de la UV, en plena lucidez, todavía siente, soñando con lo imposible, que la mitad de su cuerpo está habitada por Carlos Marx y la otra mitad por “El Che”