Luis Velázquez
Uno. Infierno laboral en Veracruz
En el pueblo donde Héctor Fuentes Valdés nació solo hay las siguientes opciones laborales:
A: Trabajar en el rancho. Si hay una parcelita de por medio en la siembra del maíz y el frijol, la mitad de la cosecha para autoconsumo y la otra mitad para venderse. Si no hay parcelita, entonces, contratarse de jornalero. 70 pesos el jornal, desde antes de que el sol alumbra el surco hasta cuando la luna lo ilumina.
B: Irse de migrante a la frontera norte, en los campos agrícolas del Valle de San Quintín, o a Estados Unidos, y donde “los polleros” han aumentado la cuota de traslado con tantos riegos de la era Donald Trump.
C: Soñar con una plaza en Tamsa, donde, por cierto, Pascual Lagunes Ochoa, quien es originario de Soledad de Doblado, despidió a todos sus paisanos obreros en la fábrica de tubos de acero sin costura porque cometieron un delito: todos creyeron en la redención democrática de “El profe”, otro paisano, y Pascual les dio un Pascualazo y los dejó en el desempleo.
D: Exponerse a convertirse en un alcohólico… con ayuda de los amigos, pues, y como dice el viejo del pueblo, para emborracharse siempre hay dinerito.
E: Volverse un narco que tan generoso es con el pago del salario, aun cuando signifique arriesgar la vida y morir en un fuego cruzado con los marinos, los soldados y los policías.
F: Lo de menos es ponerse a estudiar la secundaria y la prepa en el pueblo, pero la expectativa laboral es muy limitada. Demasiada. Además, si hay empleo es con salarios de hambre que solo sirven para correr cada quincena al empeño para pignorar el único patrimonio familiar, como es el anillo de boda.
G: La otra alternativa es salir del pueblo y nunca, jamás, regresar, porque ninguna razón social tiene volver al punto de partida donde el hambre suele dar muchas cornadas. Y en la lucha por la vida, ya Dios dirá, si se considera, por ejemplo, que Veracruz ha mudado en un estado migrante y se ha convertido en la entidad productora y exportada número uno de trabajadoras sexuales que han de vender su cuerpo para llevar el itacate a casa.
El resultado social es el siguiente: seis de cada diez habitantes son ubicados por Coneval en la miseria, la pobreza y la jodidez.
Dos. La SEDECO, en el limbo
A casi seis meses de la yunicidad, el único resultado de la secretaría de Desarrollo Económico (Alejandro Zairick, ex diputado federal) empujando la creación de fuentes de empleo, es la candidatura de su primo a presidente municipal de Orizaba.
Tal cual, ningún empleo creado al momento. Ninguno.
Es más, mucho se duda de que la SEDECO exista, porque desde entonces ha sido borrada del mapa social.
Todavía peor: la dirección de Comunicación Social ni un solo boletín ha expedido de la SEDECO al momento, aun cuando, claro, hay otras secretarías que están en las mismas.
Más, mucho más, hacen uno que otro presidente municipal que, por ejemplo, promueven la exposición de artesanías tanto en sus regiones como en otras ciudades foráneas, como el caso de Cosoleacaque, con Ponciano Vázquez Saut, quien las ha llevado a la Ciudad de México, por ejemplo, con acierto.
Pero de ahí pa’lante, la inercia pura. El burocratismo absoluto. Vivir en gerundio como decía Agustín Acosta Lagunes, es decir, planeando toda la vida lo que habrá de operarse algún día, bendito Dios.
Lo peor: al momento, cero obra pública con la que, digamos, suelen crearse empleos temporales.
Y más allá de lo peor: seguir inculpando a Javier Duarte de la pesadilla terrorífica que heredó a la Yunicidad, ajá.
Tres. Vivir sin esperanzas
El destino social se agrava en las regiones indígenas (un millón de habitantes, Huayacocotla, Chicontepec, Otontepec, Zongolica, Papantla, Valle de Santa Marte, Soteapan y Valle de Uxpanapa) y campesinas (dos millones).
Anemia y desnutrición en el día con día. Jornales de 70 pesos. Alcoholismo y prostitución los fines de semana. Baja calidad educativa. Pésima calidad de salud pública. Inseguridad. Impunidad. Injusticia.
Y lo más grave, sin ninguna esperanza en lo inmediato y lo mediato. Incluso, tiempo nublado en su vida desde hace varios sexenios atrás, sin que la yunicidad signifique una ligera y tenue lucecita en el largo y extenso túnel de sus vidas en común.
Todavía de ñapa, la sentencia bíblica del presidente Álvaro Obregón cuando en su campaña por la reelección reconocía que “todos los políticos somos ladrones”. Y por desgracia, ninguno se salva.
Javier Duarte, por ejemplo, con los suyos, se excedió en la corrupción. “Se pasó de tueste”, como se afirma.
Pero al mismo tiempo, con todo y la feroz y avasallante campaña de honestidad del bienio azul, nada, absolutamente nada garantiza que el yunismo se esté caracterizando por un ejercicio honesto del poder público.
Lo dijo Flavino Ríos Alvarado de Javier Duarte:
“Era mi amigo, pero a todos nos engañó”.
Lo dijo Antonio Gómez Pelegrín, el sexto secretario de Finanzas y Planeación:
“Yo le decía que estaba mal desviar recursos, pero no me hacía caso”.
Y si Duarte a todos engañó y a nadie hacía caso en el manejo irracional de los fondos públicos tanto federales como estatales, nada garantiza que la yunicidad sea el ejemplo de la integridad a prueba de bomba.
Así, el destino social de Veracruz en caída libre. Sin creación de empleos, encarcelando a los pillos y ladrones, con cero obra pública, inculpando al sexenio anterior de lo malo que ahora sucede y con la vida común podrida.