Un grupo de mujeres toma el té a la sombra de una jaima y observa la construcción de una extraña casa circular. La vivienda a medio hacer es un invento de Tateh Lehbib Braica, ingeniero de 27 años, que deambula entre tres operarios. Todavía no hace mucho calor, pero en verano, con temperaturas superiores a los 50 grados centígrados, sería imposible estar al aire libre. En el suelo hay centenares de botellas de plástico de litro y medio, rellenas de arena, que sirven de ladrillos. Tateh ha encontrado en el desierto argelino que acoge a los refugiados saharauis un sistema para luchar contra las inclemencias del propio desierto.
Las inundaciones de 2015 y 2016 destruyeron el 60% de la infraestructura de los campos saharauis
“Nací en una casa de adobe con un tejado de chapas de zinc, uno de los mejores conductores de calor. Yo y mi familia hemos sufrido las altas temperaturas, la lluvia y las tormentas de arena que, a veces, se llevaban el techo. Cuando volví a los campamentos decidí construir una vivienda más digna y también más cómoda para mi abuela”, dice Tateh, al que algunos llaman “el loco de las botellas”. En un inicio, la propuesta no convencía mucho a sus vecinos, pero tras terminar la casa de su abuela llegó el reconocimiento: “Se acercaban a verla y les gustaba mucho”.
Las viviendas cuentan con varias características que las hacen más eficientes en el durísimo ecosistema de la hamada argelina, el llamado desierto de los desiertos. Los muros son de botellas de plástico rellenas de arena, cemento y una mezcla interior de tierra y paja que sirve de aislante térmico. Son muy resistentes en comparación con el tradicional adobe que se deshace con las lluvias que asuelan la región cada cierto tiempo.
Tatah Lehbib en el campamento saharaui de Tinduf, en Argelia, durante la construcción de una de las viviendas que ha ideado. P. MEDIAVILLA
Su forma circular tiene dos objetivos: evitar que se formen dunas en las tormentas de arena —como sucede con las de planta cuadrada– y, junto a la pintura blanca exterior, reducir hasta en un 90% el impacto de los rayos solares. El doble techo, con un espacio para la ventilación, y dos ventanas a diferente altura para favorecer la corriente completan una idea que se traduce en una rebaja de cinco grados centígrados con respecto a las construcciones hasta ahora usuales en los campamentos Las inundaciones sufridas en 2015 y 2016 destruyeron 9.000 casas y un 60% de la ya de por sí exigua infraestructura de los campos, según Acnur.
La idea llegó hasta la sede central en Ginebra del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y fue seleccionada como proyecto piloto. La aportación del organismo de algo más de 55.000 euros ha servido para construir 25 casas más en los cinco campamentos que habitan 90.000 refugiados saharauis en la provincia argelina de Tinduf. Las formas circulares de Tateh ya están en pie en los campos de El Aaiún, Auserd, Smara, Bojador y Dajla, los mismos nombres de las ciudades del Sáhara Occidental de las que miles de saharauis huyeron en 1975 ante la ocupación marroquí, la llamada Marcha Verde.
No quiero vivir toda la vida como refugiado
Tateh Lehbib Braica, ingeniero saharaui
El éxito del proyecto se basa también en el bajo coste y su sentido ecológico. Cada vivienda necesita cerca de 6.000 botellas y el trabajo de un equipo de cuatro personas durante una semana. “No tenemos reciclaje moderno, como en otros países, pero sí podemos aprovechar las toneladas de plástico”, explica Tateh, que estudió energías renovables en la Universidad de Argel y luego cursó un máster en eficiencia energética en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria gracias a una beca Erasmus Mundus de la Unión Europea. “La chispa surgió en 2016, después de la gran inundación. Estaba usando botellas de plástico para hacer una maqueta de unos tejados y se me ocurrió”, explica.
“El proyecto es muy innovador y beneficioso tanto para la gente que vive en las casas como por el impacto que tiene en otros órdenes como el medio ambiente o el empleo”, dice Hamdi Bukhari, máximo representante de Acnur en Argelia, que destaca el duro proceso de selección que tuvo que pasar en Ginebra junto a ideas de todo el mundo. La recogida de botellas, apunta Bukhari, no solo ha servido “para que los voluntarios ganen un poco de dinero, sino también para crear conciencia de limpiar las comunidades y hacer cosas positivas por ellas”. Las 25 casas serán entregadas a personas con algún tipo de discapacidad, enfermos mentales y familias en situación especialmente vulnerable. Un comité técnico de Acnur visitará los campos en abril para asistir a la inauguración y estudiar la exportación de las peculiares construcciones a otros lugares.
Dos hombres trabajan en la construcción de una vivienda hecha con botellas de plástico en el campamento de Tinduf. P. MEDIAVILLA
Los saharauis se encuentran entre las poblaciones que más tiempo llevan viviendo como refugiados, apunta Acnur. La entrega del Sáhara Occidental por parte de España a Marruecos y Mauritania en 1975 dio inicio a una guerra entre el saharaui Frente Polisario y Marruecos y forzó al exilio a miles de civiles que huyeron al desierto argelino. Algunos conservan todavía su DNI español. La guerra terminó en 1991 con el acuerdo de celebración de un referéndum de autodeterminación para enero del año siguiente. Pese al optimismo inicial, todavía no se ha celebrado. Mientras, las escaladas de tensión entre Marruecos y el Polisario han sido recurrentes, la última en la región sur del Guerguerat.
La provisional estancia en los campamentos se ha vuelto crónica y las nuevas generaciones saharauis están condenadas a depender de la ayuda humanitaria —un presupuesto de 68 millones de euros para 2017— y sin apenas oportunidades económicas. No son pocos los que dicen, a las primeras de cambio, que quieren volver a la guerra. Las líneas de electricidad y la instalación de antenas de telefonía han aliviado algo el tedio. La presencia de teléfonos móviles con acceso a Internet es asombrosa y permite acceder a información que antes solo estaba en manos del Frente Polisario y de la escasa estructura de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). “Antes de Internet teníamos muy poco conocimiento del exterior. Ahora usamos Facebook, Whatsapp, vemos páginas de otros países. El que no entra en Internet es porque no quiere”, dice Mohamed Lamin, en su tienda de móviles en el campamento de Smara. Presume de que todos son originales, traídos desde Argel y Barcelona.
Un hombre saharaui trabaja para terminar una vivienda de botellas en el campamento de Tinduf. P. MEDIAVILLA
En Smara han proliferado los puntos de recogida de botellas y es frecuente ver la furgoneta Iveco de Tateh y su equipo moverse arriba y abajo para llevárselas. El proyecto es conocido por muchos y un motivo de orgullo en un lugar castigado por la política y el clima. Tateh también está orgulloso y piensa en utilizar el mismo sistema para levantar estructuras más grandes: “Mi abuela está muy contenta. Mi sueño es construir una vivienda para cada familia de los campamentos, aunque no creo que sea la solución definitiva. No quiero vivir toda la vida como refugiado, quiero volver a nuestros territorios con la cabeza alta, pero mientras es mi derecho vivir con dignidad”.
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