Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. Irse de gallo…
En víspera de la noche septembrina, la mejor manera de honrar a la patria es “irse de gallo”. Llevar serenata a la persona amada, sea mujer, hombre o fantasma, a tono, claro, con la diversidad sexual, el México moderno, la república amorosa.
Y llevar serenata, vestidos, claro, de charros, tipo Jorge Negrete, Pedro Infante, o Emilio “el indio” Fernández con María Félix en la película “La cucaracha”.
Incluso, vestido con el traje de charro que tanto fascinaba a Emiliano Zapata, porque el pantalón bien pegadito lucía sus nalgas, se volvía sexy y su pegue con las mujeres era descomunal. Cada noche, cuenta la leyenda en Morelos, un amor, y lo que muchos años después se tradujera en el movimiento estudiantil del 68 con la siguiente frase bíblica:
“Entre más hago el amor/ más ganas tengo de hacer la revolución/ y entre más hago la revolución/ más ganas de hacer el amor”.
Desde luego, llevar serenata con una botella de tequila a un lado, algunas de las cuales valen entre dos mil a tres mil pesos en el mercado, claro, para gañotes finos, exquisitos y delicados.
De ñapa, irse de gallo hará felices a los mariachis y sus familias porque llevarán a casa más dinerito para el itacate y la torta en estos tiempos cuando el romanticismo se ha perdido y llevar serenata constituye un milagro.
DOS. Cantar y echar gallos
Siempre hay algunos vecinos que se irritan cuando se lleva gallo a la pareja.
Y más, cuando el enamorado va bien borracho y se siente Jorge Negrete y le da por cantar y entre más desafinado con tremendos gallos más echado para adelante cantando.
Pero, bueno, son los riesgos, y en todo caso, la razón universal para una serenata es que los vecinos sepan que se quiere y ama a la pareja que vive al lado.
En el puerto de Veracruz las serenatas con “El negro” Peregrino, el hermano de Toña “La negra”, la gran intérprete de Agustín Lara, fueron famosas y todas las noches se le encontraba, primero, en el zócalo, y luego en el parque Zamora, a un ladito del desaparecido cine Reforma, ahora Teatro de la Reforma.
“El negro” Peregrino tenía un requinto… que relinchaba y casi casi lo hacía hablar con sus uñas y dedos mágicos.
Igual de famosas fueron las serenatas con Víctor Segovia cuya voz en el más alto decibel se escuchaba en el pueblo más cercano y quien grabara un disco que él mismo solía vender en las mañanas en el café La Parroquia, cuando estaba en la avenida Independencia.
Famosos, claro, los gallos cuando se llevaban con el hermano de Maruchi Bravo Pagola, un barítono intenso y apasionado que por desgracia perdiera la vida en un accidente automovilístico.
Desde entonces, los mariachis ocuparon sus lugares, tiempo cuando por fortuna en el cine en blanco y negro Jorge Negrete y Pedro Infante, los grandes charros del continente, rompían corazones.
TRES. Hacer patria con mariachis
Llevar serenata con mariachis es hacer patria.
Irma Serrano, “La tigresa”, hizo mucha patria cuando, por ejemplo, llevaba serenata a su amado, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en su cumpleaños, ni más ni menos, en Los Pinos.
Sin mariachis, pero con un vestido con los colores verde, blanco y colorado, los colores de la bandera, Rosa Luz Alegría, secretaria de Turismo de José López Portillo, apareció en Palacio Nacional en una fiesta patria haciendo patria con todo su esplendor y resplandor.
En las giras internacionales de los presidentes de la república en la época de oro del PRI siempre llevaban mariachis porque encarnaban el folklore, mejor dicho, la patria misma, y siempre amenizaban las comelitonas de Estado en el extranjero.
En la fiesta patria en Los Pinos en el tiempo de Luis Echeverría servían chilaquiles con refresco de jícama y horchata en el desayuno y los mariachis de fondo musical, la compañera María Esther vestida de Adelita.
Financiado por Echeverría, Dante Delgado Rannauro y un montón de jóvenes revolucionarios caminaron en América Latina difundiendo la famosa “Carta de los derechos de los Estados” del presidente, acompañados de un mariachi como el símbolo genuino del país, aun cuando nunca Moctezuma I y II se vistieron de charros ni tampoco la Malinche de china poblana.
Pero, bueno, ningún mexicano que se precie de amar al país, más, mucho más, ningún político, puede morir sin vestirse de charro el quince de septiembre y luego del grito en el zócalo irse de gallo.
CUATRO. Amigos patriotas
Un amigo es muy patriota y de seguro tiene suficientes indulgencias para ganar el cielo.
Romántico y querendón, se ha comprado tres trajes de charro que conserva para regalarlos algún día, en la víspera de su muerte, al museo de cera.
Y tres trajes, primero, porque le encantan, de igual manera como a otros hombres les gusta usar camisas floreadas con colores llamativos.
Segundo, porque su héroe patrio es Emiliano Zapata, cuya foto gigantesca tiene en la recámara.
Y tercero, porque le gusta llevar serenata a sus novias, pero vestido de charro. Y con unos tequilitas, canta. Le gusta “Cielito lindo”. Y con un tequilita más canta y baila como indito librando los cuetes en noche septembrina.
¡Demos, pues, el grito patrio en el zócalo!
Y luego, aunque sin vestirse de charros o adelitas, llevemos serenata.
La vida, ya lo dijo aquel, “no vale nada”, y así como andan las cosas, sabrá el chamán si para el año entrante estaremos vivos.