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Javier Duarte, antes y después

Staff El Piñero

Luis Velázquez/ Barandal

Veracruz. 07 de abril de 2017.-PASAMANOS: El historiador que escriba la biografía de Javier Duarte habrá de considerar tres capítulos básicos, imprescindibles.

El primero: en el fidelato. El segundo, en el duartazgo. Y el tercero, en el posduartazgo, huyendo desde hace 172 días.

En aquel tiempo, cuando Fidel Herrera Beltrán jalaba a un montón de jóvenes, sus discípulos, Duarte era un muchacho (ahora tiene 44 años) tan serio como carismático. A todos, se afirma, caía bien. Tenía buena vibra, mejor karma.

Por ejemplo, solía resolver todos los problemas y cumplir las promesas ofrecidas al vapor por el góber fogoso, en medio, incluso, del populismo de introducir la mano en el bolsillo del pantalón, sacar los fajos de billetes de 500 y mil pesos y repartirlos “sin ton ni son”, sin control administrativo como dijera Flavino Ríos Alvarado.

Es más, cuando en alguna girita en el interior de Veracruz, el fogoso ofrecía “hacha, calabaza y miel” y los enviaba a Duarte, primero, en la subsecretaria de Finanzas y Planeación, y luego, como titular de SEFIPLAN, el fugitivo de la PGR y la Interpol, sacaba “el conejo de la chistera” y conjuraba el pendiente.

Y Fidel se elevaba a las alturas como el mejor gobernado en la historia local, tanto que, por ejemplo, hacia el año 2012 llegó a considerarse presidenciable.

Más todavía: Duarte se metió hasta la recámara del fogoso y se ganó la confianza absoluta de la esposa y los hijos.

Tan es así que siempre se ha afirmado que si Duarte fue elegido candidato se debió a la familia de Fidel que de manera fina y paulatina, poco a poquito, se lo fue metiendo en el cerebro…por encima, digamos, de los prospectos naturales como se estiliza en un sistema político autocrático y autoritario, como eran Ranulfo Márquez Hernández y Antonio Benítez Lucho.

 

BALAUSTRADAS: El segundo capítulo en la vida de Duarte incluiría la transformación que del inicio hacia la mitad del sexenio el prófugo experimentó, con mayor intensidad, más que Gregorio Samsa mudado en un insecto por Franz Kakfa.

En los primeros dos, quizá tres años, Duarte se mantuvo con el buen karma, pero de pronto, zas, el cambio.

Y el cambio porque le apareció una guardia pretoriana que como dice el proverbio ranchero, “no lo dejaba a sol y sombra”, además de una feroz y atroz rivalidad por adueñarse de sus neuronas, su corazón, su hígado y su sexo.

Por ejemplo, los guardias romanos integrados por Érick Lagos, Adolfo Mota, Jorge Carvallo, Alberto Silva, Édgar Spinoso, Antonio Tarek Abdalá, Juan Manuel del Castillo y Vicente Benítez González, todos diputados federales y locales a quienes Duarte ungiera con la curul, digamos, como medida, entre otras cositas, de protección, aun cuando unos, quizá la mayoría, lo han traicionado.

Otros guardias pretorianos fueron los llamados “perdedores de almas” y que fueron sus asesores estrellas, Enrique Jackson y José Murat Casab, además de Emilio Gamboa Patrón y Manlio Fabio Beltrones, quienes aun cuando estaban lejos, en la Ciudad de México, tenían vasos comunicantes, puentes de plata, con Duarte.

Estos “perdedores de almas” (Jackson y Murat) aplicaron una estrategia clave, y al mismo tiempo, perversa: lanzaron un operativo para separar a Duarte de Fidel Herrera, bajo el argumento de que por ningún motivo podía permitir que Fidel lo utilizara, incluso, fuera su pendejo, como le decían.

Así, y cuando el bombardeo neurológico, sicológico y siquiátrico tuvo efecto, ellos se volvieron dueños únicos y absolutos de Duarte, a tal grado que en el informe anual en el castillo de San Juan de Ulúa, la cárcel privada de Porfirio Díaz, Duarte gritoneó en el mensaje político que hasta allí llegaban “los emisarios del pasado”.

Además, según la fama pública, Jackson y Murat percibían un millón de pesos mensuales como asesores, más los negocios ilícitos con sus compañías constructoras. Jackson, a través de un hijo, y Murat con “El oaxaco”, y de las que la Yunicidad ha guardado silencio.

Más aún, en el reparto de los negocitos también se anotaron como proveedores de servicios.

 

ESCALERAS: Desde luego, otros de los guardias pretorianos de Duarte fueron sus amiguitos Jaime Porres, Frankli García y Moisés Mansur Cisneyros, aquel a quien Miguel Ángel Yunes Linares doblara y arrodillara con la advertencia de que encarcelaría a su esposa y fue cuando despepitó los negocios que conocía.

Otro de ellos fue su prestanombre José Janeiro, quien mirando la tempestad huracanada desde el primero de diciembre del año anterior en Veracruz se convirtió en testigo protegido de la Procuraduría General de la República, PGR.

En la biografía de Duarte hay quienes aseguran que también estaba Carlos Salinas de Gortari.

Todos ellos endulzaban el oído y las neuronas y el corazón de Duarte con halagos y chocholeos de tal forma que todo se creyó.

Un día, por ejemplo, hacia el año 2015, el empresario Enrique Cházaro Mabarak, benefactor del CRIVER en Veracruz, habló por teléfono a Duarte para una audiencia, pues el gobierno del estado les adeudaba varias mensualidades.

Comieron en la Casa Veracruz. Y antes de la primera copita, Duarte le dijo que el pendiente económico estaba resuelto pues había ordenado a SEFIPLAN el pago inmediato.

–Ahora, dime, ¿cómo me ves, cómo voy?

En base a la amistad que Cházaro alardeaba tener con Duarte comenzó a detallar su percepción ciudadana y en resumidas palabras le dijo que iba mal. Y en todo, incluyendo, claro, las decenas, cientos quizá, de secuestrados, desaparecidos y asesinados.

Duarte reviró, argumentando que según sus informes iba muy bien.

Entonces, apareció Alberto Silva Ramos y luego del saludo le dijo que le llevaba dos noticias. Una buena y otra mala.

–Dime la mala, pidió Duarte.

–La mala es que Enrique Peña Nieto trae en Veracruz una aprobación del 30 por ciento.

–¡Qué lástima! exclamó Duarte. ¿Y la buena?

–Que tú tienes una aprobación del 75 por ciento según la última encuesta.

Entonces, Duarte volteó a mirar a Enrique Cházaro alardeando la encuesta que tenía en sus manos.

Cházaro quedó sorprendido y mejor se calló antes de “regar el tepache”.

Así, checó en su celular para ver si era cierto que SEFIPLAN había depositado el dinerito de la deuda pendiente y cuando lo confirmó se despidió.

Hacia aquel tiempo, Duarte estaba enloquecido. Era otro. “Los perderos de almas” lo habían descarrilado.

 

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