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El otro Javier Duarte: el hombre depresivo que puede suicidarse

El Piñero

Luis Velázquez/ Escenarios

Veracruz.-06 de julio de 2017 Uno. El hombre depresivo

Javier Duarte reapareció el martes 4 en nueva audiencia en Guatemala. Y a diferencia de su reality-show anterior, ahora, todo apagado.

La mirada, ausente y perdida. Inexpresiva. Una mirada en un viaje esotérico, en trance, camino al limbo, mejor dicho, atrapada en el limbo. Indiferente, quizá, a la realidad vivida.

Una mirada con muchas recámaras mentales y que puede resumirse en tres palabras: el hombre depresivo, a tono, digamos, con “El hombre mediocre” de José Ingenieros.

El enfermo de la depre quizá pasado ya el efecto del ansiolítico.

La barba, por el contrario, rasuradita, bien cuidadita, que no le queda, pero que él mismo siente que le levanta el ánimo.

Así, se cortó la barba estropajosa, desordenada, llena de matojos, mala hierba del campo, hierba silvestre, que lució antes.

Se dejó, claro, su casquete corto, tipo militar, tipo Mara, tipo, de igual manera, de un adolescente que está naciendo a la vida y quiere mostrar un rostro, una cara diferente a los demás, pero más aún, ante la pareja del momento.

Con todo, lo que más llama la atención es la mirada. Tal cual, su identidad. Su estado anímico de siempre, por todos los de su elite conocido. Uno de ellos, dijo tiempo atrás. “En la depre, Duarte puede cometer la tontería de suicidarse”.

Es la mirada de los hombres en fuga cuando están presos y sin salida en la depre y que William Styron llamaba “un viaje a la oscuridad”, él mismo que se suicidara.

Y si es cierto, como afirmaban en el siglo pasado, que “la mirada es la expresión del alma”, entonces, por eso mismo, apareció en la audiencia pública levitando ante la

sorpresa de los reporteros de Guatemala que lo consideran, por ahora, el preso más famoso de América Latina.

Sólo falta que Ricardo Arjona le componga la canción “El hombre depresivo” y la estrene un día de visita en el penal militar.

 

Dos. Festín del poder

 

Javier Duarte camina en medio de un bosque de grabadoras y flashazos y su mirada, caray, ocupa y preocupa… por si, digamos, en las noches de insomnio penitenciario tuviera a la mano una navajita para quitarse la vida, ya cortándose las venas y desangrar durante horas sin que nadie lo registre, ya cortándose la aorta y morir de un jalón.

Es la mirada que Víctor Hugo describe en su novela del condenado a muerte que llevan a la guillotina.

Es la mirada de un muerto en vida que todavía aletea y lleva, digamos, una vida vegetativa.

Ninguna expresión en sus ojos. Ojos sin lenguaje, ni siquiera, el lenguaje corporal, los ojos aleteando de un lado a otro, por ejemplo, del paisaje.

Una mirada a cien años luz de distancia de la tonalidad de la mirada con que apareció la vez anterior coqueto, festivo, bromista, pillín.

Antes, en el duartazgo, los amigos del primero y segundo y tercer círculo del poder lo sabían. Una pastillita bastaba para que mudara de carácter y temperamento y estado de ánimo y a seguir el festín del poder.

Pero, bueno, para tranquilidad de los suyos, sus amigos fieles y leales “a prueba de bomba” (Érick Lagos, Jorge Carvallo, Alberto Silva, Édgar Spinoso y Adolfo Mota, entre los más cercanos, aquellos que actuaban como sus guardias pretorianos y ni el viento dejaban pasar), saben todos ellos que los días y noches de Duarte son así: iguales que la ruleta rusa, iguales que el togobán, iguales que un volcán en erupción, iguales que un huracán, donde “después de la tormenta viene la calma” dice el viejo del pueblo. Volcán apagado le llama José José a las pasiones desaforadas entre los amantes.

 

Tres. La mirada colérica que tenía…

 

Se mostró Duarte como es la mayor parte del tiempo: en estado hipnótico.

¡Qué va, por ejemplo, de su foto en la portada del libro de Noé Zavaleta, corresponsal de Proceso, “El infierno de Javier Duarte, crónicas de un sexenio fatídico”, tomada por Rubén Espinoza, asesinado en la Ciudad de México el 31 de julio del año 2015!

En la foto Duarte aparece con una mirada colérica. Enfurecida. Retadora. Desafiante. Implacable. Feroz.

Ni siquiera, vaya, la mirada de Joaquín “El Chapo” Guzmán (el otro Chapo, claro) en su peor tiempo. Pese a quien le pese.

En la foto del martes 4 en Guatemala, ¡ay Dios mío!, un Duarte depresivo, claro; pero al mismo tiempo derrotado. En la lona. Descarrilado. Perdida la esperanza. El hombre sin destino. El hombre sin futuro. Bien le harían si, por ejemplo, lo fusilaran. Le valdría. Incluso, le ayudarían a morir en paz.

Nada peor en la vida del ser humano como la depresión. Simple y llanamente, es un mal que por lo regular se vuelve incurable, porque la persona queda atrapada, y sin salida, en ella misma. Ni para adelante ni para atrás.

Y aun cuando Víctor Frankl dice que el hombre necesita tres razones para vivir, como son una causa familiar, una causa social y/o una causa religiosa, pareciera que el ex góber jarocho (una vida frustrada) perdió el rumbo, mejor dicho, lo extravió, porque su mirada depresiva expresa la tragedia interior.

Y es que la depresión suele llegar cuando ya nada ni nadie interesa y sin una razón para vivir sólo se desea la muerte. La muerte en vida. La muerte por inanición.

Maximiliano de Habsburgo dijo que moría por su nueva patria, México, y a mucho orgullo.

Si fuera el caso, Javier Duarte se inmolaría, simple y llanamente, por el tormentoso y sórdido “viaje a la oscuridad”, como es la desgraciada, pinche y mendiga depresión.

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