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L a vida se cae en pedacitos en Veracruz; crónica de un sórdido paisaje

El Piñero

Luis Velázquez

08 de diciembre de 2017

ESCALERAS: Sábado 2 de diciembre. 7:40 horas de la mañana en Chacaltianguis. La policía municipal reporta hecho escalofriante. Cinco cadáveres a la entrada del poblado Sabaneta en el corazón de la Cuenca del Papaloapan. Los cuerpos, desembrados. Y para redondear el horror y el terror del paisaje urbano, decapitados.

Hechos pedacitos como carnita de tacos parados, los restos amontonados en la vía pública sobre la carretera Isla—Loma Bonita.

El paisaje ha mudado. Más que un pintor, una escritora. Agatha Cristhie, por ejemplo. Quizá un cineasta. Juan Orol, digamos. En vez de “la noche tibia y callada de Veracruz” de Agustín Lara, un filme de los hermanos Almada.

La vida cotidiana, entonces, se está cayendo en pedacitos. Muchos muertos que ahuyentan toda posibilidad de vivir en paz cada amanecer.

Peor aún, larga y extensa noche con asesinatos. Días oscurecidos por la maldad y que de paso matan el amor de la llamada “república amorosa” preconizada por el gobernador Yunes diciendo que todos, absolutamente todos amen a Veracruz, cada quien, claro, con su estilo personal de armar revuelcos con el corazón desangrentado y desangelado.

El amor, pues, destruido por el odio, con todo y que “El peje” dice ahora, ¡vaya locura”, que los carteles y cartelitos han de ser perdonados, quizá sólo para congraciarse con el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, el fundador del albergue de migrantes, “Los hermanos en el camino” y quien dijera la misma tesis desde cuando los narcos quisieron asesinarlo en Ixtepec.

 

PASAMANOS: Muchos muertos.

Primero fue el ajuste de cuentas derivado de la rebatinga entre carteles por la jugosa, jugosísima plaza jarocha.

Después, los secuestrados.

Entonces, los desaparecidos.

Más tarde, los cadáveres.

Y la extensa y larga noche se cerró con las fosas clandestinas.

El Veracruz cercenado que desde hace ratito parece un río desbordado, río impetuoso y frenético, avasallante.

El paisaje ya no son las palmeras, las olas, las gaviotas volando en la bahía.

Ahora, son los hermanos Almada.

Nubes negras en el abismo, túnel sin fin, caballos desbocados.

El amor social derruido por el odio, aun cuando el sociólogo diría que como hay desempleo, subempleo, salarios de hambre, migración a los campos agrícolas del Valle de San Quintín y Estados Unidos y prostitución para llevar el itacate y la torta a casa, entonces, ni modo, decenas, cientos quizá de paisanos metidos al narco.

Con todo, larga noche que los niños y los adolescentes están aprendiendo a conocer en el Veracruz declarado siglos anteriores un paraíso.

El corazón social sangrando por la zozobra en el siniestro y sórdido y sombrío amanecer.

Efraín Huerta lo decía así:

“¡Qué destino, qué lucha y cuánta cólera!” y cuanta desesperación social.

De hecho y derecho, la impotencia.

Felices, no obstante, los secretarios de la Defensa Nacional y de Marina con su medalla “Adolfo Ruiz Cortines” y que, bueno, tal cual la entregaba Javier Duarte movido por la misma razón.

Felices las ONG de madres de hijos desaparecidos que también la recibieran el año anterior, el primero de la yunicidad.

 

CASCAJO: La vida en Chacaltianguis tiene dos episodios estelares.

El primero, cuando Fernando Luján y Salma Hayek filmaron la novela de Gabriel García Márquez, “El coronel no tiene quien le escriba”, y donde el Gabito fue de “pisa y corre” para checar, digamos, locaciones, de igual manera como cuando estuviera en Tlacotalpan con Geraldine Chaplin para filmar uno de sus cuentos, “La viuda de Montiel”.

Y el segundo, ahora, cuando el sábado 2 de diciembre del año que corre, los cinco cadáveres fueron tirados en la carretera desembrados y decapitados.

La foto, por cierto, tomada por la secretaría de Seguridad Pública y enviada a la prensa.

¡Vaya impacto sicológico, siquiátrico y neurológico para los niños y adolescentes que caminaron por ahí!

¡Vaya imagen que durará el resto de sus vidas en su recuerdo como una pesadilla!

Los pedacitos de cadáveres apilados unos encima de otros y desperdigados por ahí.

Cuerpos desnudos.

Además, con una narcocartulina.

Una hora los peritos realizaron la diligencia en el lugar.

Sesenta minutos de terror, digamos, una película siniestra en la televisión.

Los peritos, también, claro, pesadillas han detener en su diario vivir y en sus relaciones con sus semejantes, pues ni modo que ningún efecto dañino cause en sus neuronas y corazones.

 

RODAPIÉ: Es la vida en Veracruz. La vida, como un infierno.

Y otra vez, el sello duartiano reproduciéndose.

En el sexenio anterior, por ejemplo, se leía la prensa de la Ciudad de México, la gran prensa nacional donde cronicaban los crímenes del resto del país, en tanto la sangre en Veracruz era omitida.

Rara, rarísima ocasión, la nota era publicada. Quizá, claro, los corresponsales la perdían, y ni modo.

Ahora, igual, igualito.

El sábado dos de diciembre, por ejemplo, diez cadáveres en el territorio jarocho. Cinco en Chacaltianguis, dos en Coatzacoalcos, uno en Jáltipan, uno en Cosoleacaque y uno en Acayucan.

Y ningún reporte en los medios defeños.

Pero, bueno, y sin profundizar en la política mediática, “aquí nos tocó vivir y ¡qué le vamos a hacer!” exclama un personaje en la novelística de Carlos Fuentes Macías.

Los días y las noches, sin embargo, así son. Es el Veracruz que damos a los niños y a los adolescentes.

El consuelo, digamos, será que algún día con tantos muertos y tanta sangre y tantos decapitados y tantos feminicidios, de entre ellos saldrá un Alfred Hitchcock (cine), un Paco Ignacio Taibo II con un detective cazando asesinos, un Edgar Allan Poe (con cuentos y novelas de terror), o un Stephen King (para estar a tono con las nuevas generaciones).

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