Luis Velázquez | Escenarios
UNO. La abuela Camila
Se llamaba Camila y era la abuela. Y era el primer tramo del siglo pasado y era viuda. Y madre de tres hijos. Dos mujeres y un hombre.
Y apenas, apenitas, había estudiado el tercer año de primaria y aprendido a leer y escribir y hacer cuentas.
Vivía en el pueblo y era una mujer campesina, esposa de un campesino que había sido. Y solita enfrentando el desafío y la adversidad.
Y la necesidad la volvió una autodidacta, con una inteligencia incandescente y un talento extraordinario.
DOS. Nunca el mundo se le cerró…
Dijo al hijo: Te enseñaré carpintería.
–Pero, mamá, tú no eres carpintera.
–Pero aquí, juntos, aprendemos.
Y la abuela agarró un martillo, y un destornillador, y una sierra, y empezó a desarmar una mesa y una silla y luego armarlas para aprender la forma cómo estaban hechas.
Luego, se pusieron a serrar para aprender el oficio. Y varios meses después, aprendiz en una carpintería, el hijo tenía un oficio y que mucho se cotizaba en el pueblo rural.
TRES. Talentosa comerciante
Luego, aplicó el mismo método como sastre. Armó y desarmó un pantalón y un vestido y una camisa.
Y al ratito, compró en abonos máquina de coser y de pronto se miró haciendo los pantalones y vestidos del resto de la familia, a quienes cobraba y barato, y a los vecinos y a los conocidos.
Y por añadidura, enseñó el oficio al hijo y a las dos hijas.
Entonces, dio el tercer manotazo y puso el negocio de las abejas para vender miel y como es lógico, involucró a los tres hijos.
CUATRO. La regla de la Comuna
La abuela iba ahorrando unos centavos cada mes y cuando lo advirtió tenía buenos centavitos.
Habló con par de hermanos y pusieron una tiendita de abarrotes. Bien surtida. Como un tendajón en los pueblos rurales.
Y aplicaron el principio universal de las comunas. Todo para todos en partes iguales y a cada quien sus necesidades.
La tiendita de abarrotes servía para abastecer de la materia prima del hogar (frijol, arroz, maíz, azúcar, sal, pan, jabones, etcétera) a las tres familias.
CINCO. El toro por los cuernos…
La abuela Camila nunca se cruzó de brazos ante los días polvorientos luego de la viudez.
Simplemente, “agarró el turno por los cuernos” y los toreó y ganó con tenacidad y terquedad para levantar a los hijos.
Ninguno estudió la universidad. NI siquiera, vaya, el bachillerato. Menos, en un pueblo rural.
Pero la familia vivió sin premuras ni urgencias y con austeridad, más que republicana como dicen por ahí, franciscana.
Los 3 hijos se casaron y llevaron una vida independiente y autónoma con el legado laboral de su madre, la abuela Camila.
SEIS. Nunca se quejó…
La jornada de la abuela iniciaba hacia las 5 de la mañana cuando se levantaba para la tarea del hogar y en el transcurso del día era carpintera y sastre y procuraba su apiario y hacía velas para vender.
Cada noche terminaba hacia las diez, once de la noche, todavía cosiendo los pantalones y vestidos, pues con las hijas se turnaban la máquina de coser.
Nunca se quejó. Jamás un llanto ni un dolor. Menos, una envidia o celos con los demás.
Vivió para adentro. Su riqueza era interior. Y la noche todavía alcanzaba para leer unos treinta minutos la Biblia.
Por aquí ponía la cabeza en la almohada a los pocos minutos estaba roncando, ronquido feliz y dichoso de quien ha cumplido en cada día que pasaba…