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La amante del abuelo

El Piñero

Luis Velázquez /Escenarios

26 de julio de 2019

UNO. El abuelo sabio

Era sabio el abuelo. Atento y cordial, solo hablaba lo necesario. Miraba, escuchaba y observaba. Pero era un economista de la palabra. La lengua, decía, ha de amarrarse y hablar con los hechos. Sin los hechos, decía, el hombre está perdido.

Se levantaba a las 4 de la mañana y tomaba café y él mismo se preparaba el itacate para el desayuno y la comida y se iba al campo.

Antes de la salida del sol estaba en el surco. Todo el día empujando la yunta de bueyes en el campo.

Desayunaba hacia las 10 de la mañana debajo de un árbol. Solo, mirando el vuelo de los pájaros, los zopilotes girando en el cielo.

Comía hacia las 4 de la tarde y antes de la luna alumbrando su parcela regresaba a casa.

Entonces, solo entonces, pedía un café negro a la abuela y sacaba su puro y daba unas chupadas y el puro le servía para varios días.

A veces, muy de vez en vez, platicaba con la abuela. En otras ocasiones, solo se sentaban en la salita de la casa y en silencio pasaban una hora. Le decía:

“¡Qué bien estamos así!”. Juntos, sin platicar, escuchando cada uno la respiración del otro.

DOS. El abuelo y el nieto

El sábado en la tarde tomaba dos copitas de aguardiente mezcladas con el café negro y el puro. En silencio, mirando la caída de la tarde.

Algunas ocasiones, el hijo le llevaba al nieto de 8 años de edad y el abuelo platicaba con el niño. Solo así se volvía expresivo.

El abuelo platicaba al niño su historia en el rancho, trepado en un caballo blanco de su padre, sin silla de montar, “a calzón quitado” decía, para sentir la piel del animal.

Le contaba sus días en el río aprendiendo a nadar, jugando beisbol a la orilla del río con los amigos, comiendo unos tacos fríos sabrosos, sabrosísimos, decía.

También le platicaba la historia del rancho, desde los primeros pobladores hasta los últimos, con anécdotas de las familias y aprendió su gusto por la historia.

Sentados en el patio de la casa eran el abuelo y el nieto la pareja llena de ternura y desde entonces valoró a los amigos mayores de quienes tanto puede aprenderse.

TRES. La amante del abuelo

En el pueblo, el abuelo era legendario. Un tiempo tuvo una amada amante. Señora divorciada, cada martes, puntual, puntualito, llegaba a su casa hacia las ocho de la noche, cenaban y descansaban hasta las 2, 3 de la mañana, cuando regresaba con los suyos “oliendo a leña de otro hogar”.

Montado en el caballo cruzaba el pueblo de un extremo a otro. Incluso, en noches cuando la lluvia de la temporada le ganaba o el viento y el frío.

En las calles solo se miraba el caballo y el jinete solitario trotar en medio de las sombras y hubo quienes trascendieron n la versión de un fantasma en la madrugada. Incluso, hasta le llamaron “el jinete sin cabeza” porque se la ocultaba en el sombrero sumido en un impermeable de cuero para protegerse de la tempestad.

Fastidiado del chismerío, el abuelo tomó una decisión sabia y durante un tiempo se fue con la amante a otro pueblo, lejos, para vivir en paz y volvió cuando la pasión se fue desgastando en el tráfago de los días y las noches.

Entonces, se volvió más hermético y era cuando le dio por tomar café negro acompañado de un puro haciendo bolitas de humo.

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