*Varios coches carbonizados de familias que intentaron huir de las llamas muestran el drama que sus ocupantes vivieron para sobrevivir al fuego de Portugal. Unos lo consiguieron, otros no
Portugal.- Quedarse en casa viendo cómo el fuego se acercaba era condenarse a morir, pero la huida tampoco salvó la vida de la mitad de los 61 muertos confirmados hasta el momento en el incendio del sábado en Portugal. Quizá tomaron la decisión demasiado tarde, aunque la dirección del viento, que cambiaba drásticamente el sábado por la tarde, no jugó nunca a favor. Al ver cómo las llamas se iban acercando más y más a sus casas, familias enteras decidieron meterse en el coche y salir a toda velocidad por la Nacional 236, una carretera estrecha, entre desfiladeros y curvas cerradas que escondía en sus recodos violentas llamaradas de fuego. Al menos 30 personas murieron en la carretera. Ante la desesperación por encontrar una salida al infierno, se metieron de lleno en una ratonera.
Las autoridades portuguesas han encontrado este domingo al menos una docena de vehículos calcinados y varios motoristas carbonizados entre la carretera de Figueiró dos Vinhos y Castanheira de Pera. Los forenses han comenzado a identificar a las primeras víctimas y han encontrado un patrón muy claro: coches carbonizados, atrapados en el asfalto y con familias en su interior. Guillermo, un niño de 4 años de Pedrogão, es uno de las primeros nombres que la policía ha identificado. Estaba en el coche junto a su tío, que se encontraba en el asiento del conductor. En la misma carretera se ha encontrado también el cuerpo de Bianca, una niña también de cuatro años, que huía junto a su abuela y su madre, ésta última aún con un hilo de vida cuando fueron encontradas y trasladada al hospital.
Entre las colinas de los pueblos de Pedrogão Grande, Figueiró dos Vinhos y Castanheira de Pera, cubiertas con árboles de eucalipto y pino, una de las zona más apreciadas por excursionistas y aficionados a los deportes acuáticos, la devastación hoy es total. A cada lado de la carretera, durante al menos 20 kilómetros, una capa de humo blanco y espeso permanece suspendido por encima de los árboles carbonizados y un asfalto ennegrecido. Frente a unas casas abandonadas, un coche carbonizado parece, por su estado, que previamente sufrió un accidente. Su ocupante lo abandonó al borde de una carretera y huyó como pudo. Más adelante, el cuerpo de un hombre cubierto con una tela blanca yace rodeado por policías con máscaras.
La imagen de la zona es desoladora tras el infernal incendio desatado el sábado. Los bomberos seguían combatiendo el domingo por la tarde las llamas, mientras a pocos cientos de metros algunas personas deambulaban desvalidas y desesperadas en pueblos arrasados.
Algunos coches se encuentran empotrados en otros, como testigos silenciosos del pánico que debió vivirse. Una jubilada que consiguió escapar de uno de los vehículos relata cómo vivió su huida ante las cámaras de la televisión RTP: “Todos los coches ardieron de pronto, también el nuestro. Mi marido y yo ya nos habíamos encomendado a dios. Pero de alguna manera conseguimos abrir la puerta y salir corriendo a través de pinos caídos”.
Luis Antes, un empleado de banca de 55 años, se mira a sí mismo y no se cree todavía que sea de los pocos que puede contar el infierno por el que pasó. Fue a visitar a su hermano a Vila-Facaia, y una vez allí vieron el repentino avance de las llamas. Ambos salieron corriendo, cada uno en su coche. “Toda la zona fue engullida por el fuego en tan solo diez minutos”, cuenta, desesperado. “Tratamos de ir hacia un lado y luego hacia otro, pero las llamas estaban por todas partes”, rememora. “Al final dejé mi coche y me metí en el de mi hermano y decidimos probar suerte y traspasar la oscuridad del humo y las llamas”, explica. Los dos hermanos consiguieron avanzar “uno o dos kilómetros” a través del fuego y, milagrasamente, salieron sanos y salvos.
En esa misma carretera también siguen conmocionados Luisilda Malheiro y su marido Eduardo Abreu, un agricultor de 62 años que todavía no se cree lo que acaba de vivir. Ellos están vivos, pero no saben nada de sus vecinos, a los que vieron huir de su pueblo, Pobrais. Abreu explica que la violencia de las llamas era algo “incomprensible” y consiguieron meterse en su tractor y su furgoneta y salir despavoridos. “Nuestra casa está todavía allí, pero lo hemos perdido todo, además de a nuestros animales”, explica con lágrimas en los ojos. “Pudimos salvar dos cabras, pero teníamos pollos, conejos, patos… aún recuerdo los gritos de todos”, narra, todavía en estado de shock.
“¡Qué tragedia! La casa de mi abuela quedó arrasada”, lamenta António Pires en el pueblo de Vila Facaia, de 580 habitantes. A sus 40 años, este hombre tenía que tragar saliva antes de poder continuar con voz temblorosa: “Cuatro de mis allegados y vecinos murieron por la noche. También murieron decenas de perros, cabras, vacas, conejos y otros animales”, explicó Pires, completamente desolado.
A pocos kilómetros de distancia, justo en la entrada de Nodeirinho, un policía impide a los periodistas acercarse a un coche carbonizado. Se encuentra rodeado de un bosque de eucaliptos y pinos devorados por las llamas, y todavía se puede ver una columna de humo gris intenso. En el coche hay tres cuerpos en los asientos, entre ellos el de un niño, según algunos testimonios recogidos en el lugar.
Isabel Ferreira, una mujer de 62 años residente en un pueblo cercano, Nodeirinho, no puede contener las lágrimas sentada con un café entre sus manos. “Conocía a varias de las víctimas. Un amigo ha perdido a su madre y a su hija de cuatro años porque ella no consiguió salir de la parte trasera del coche”, explica. “Ya habíamos visto incendios por esta zona, pero ninguno con muertos. No recordamos nada parecido”, se lamenta.
Mientras los vecinos intentan comprender cómo una tragedia así ha segado sus vidas, la policía ha asegurado hoy que el origen del incendio fue “una tormenta eléctrica seca”. “Encontramos el árbol alcanzado por el rayo”, dijo el director de la policía nacional, Almeida Rodrigues.
Esa información no es suficiente para calmar a los vecinos. A la tristeza se le ha sumado ya la indignación. Muchos vecinos de la zona aseguran que durante horas no vieron a un sólo bombero. “No teníamos ni agua, ni electricidad y fuimos abandonados a nuestra suerte”, protestaba António Pires. Según el experto forestal Paulo Fernandes, de la Universidad Trás-os-Montes, la catástrofe podría haberse evitado. “O al menos minimizado, si se hubiesen cortado a tiempo las carreteras. Hay que utilizar mejor los datos meteorológicos”.