Luis Velázquez | Escenarios
31 de mayo de 2021
UNO. Pesadilla familiar
El tiempo de lluvias era una pesadilla en casa. Éramos seis de familia y vivíamos en una casa con una recámara. Tres dormían en la recámara y los otros tres en la sala.
Y el techo de la casa era de teja. Y varias tejas estaban rotas, fragmentadas, y el agua se colaba por ahí.
Y la casa era una coladera descomunal de tal forma que cada noche, y los días también, se volvían un infierno, tratando de evitar que la casa se inundara.
DOS. Cubetas en fila india
Mi padre, de origen campesino, tuvo la genial ocurrencia de comprar varias cubetas para la emergencia.
Entonces, colocaba en el piso una cubeta tras otra de acuerdo con las goteras.
Y cada noche nos turnábamos para vigilar cuando las cubetas estaban llenas del agua de lluvia y las agarrábamos y salíamos corriendo al patio o al frente de la casa para vaciarlas.
Y otra vez, de nuevo, correr para ponerlas en su lugar.
TRES. Vivir con medianía
La reparación del techo significaba un gasto extra, fuera del alcance de un modesto y sencillo campesino.
Mi madre era ama de casa. Y los hijos, menores de edad.
Y, por tanto, el ingreso familiar exiguo, precario, limitado, escaso.
Por ejemplo, mientras los condiscípulos en la escuela primaria llegaban a clases con sus mochilas de primer mundo, nosotros guardábamos los útiles escolares en un morralito campesino que el padre había comprado en una barata en la que adquirió cuatro para igual número de hijos.
Pero así, en la pobreza éramos felices y dichosos y la guardia nocturna cuando llovía era como jugar a los encantados… a ver a quién se le regaba primero la cubeta en el tramo de la casa a la calle para tirar el agua.
CUATRO. La precariedad, una constante
Era una casa vieja con un techo altísimo como se estilizaba en el siglo pasado.
Y cambiar tantas tejas rotas implicaba un gasto extraordinario para un campesino que vivía del jornal, por lo regular abajo del salario mínimo.
Y sin las prestaciones económicas, sociales y médicas establecidas en la Ley Federal del Trabajo.
CINCO. La Comuna
Por fortuna, algunos compañeros de la escuela también vivían la misma pesadilla en tiempo de lluvias.
Sus casas tenían goteras igual que en la nuestra. Y todos se la pasaban en vigilia con las cubetitas.
Entonces, aquel infierno tomó carta de adopción y para quienes vivíamos así se convirtió en una normalidad.
Un día, años después, mi padre descubrió la solución. Con un amigo improvisaron un horno y empezaron a elaborar y cocinar las tejas y hubo tejas suficientes, incluso, hasta para vender… y al costo, pues todos éramos compañeros del mismo dolor y sufrimiento y carencias sociales y económicas.
Hubo quien consiguió una escalera gigantesca y se fraguó una especie de comuna, donde los padres de familia se ayudaban entre sí para acabar con la pesadilla.
SEIS. Celebración colectiva
El operativo fue en el tiempo de la sequía porque las lluvias eran torrenciales, día y noche, cuando, incluso, el río Jamapa se desbordaba y entraba a la población con poder destructor.
Con ansia y curiosidad, los niños esperábamos la siguiente temporada de lluvias para comprobar el milagro de las tejas y asistir todos a una celebración colectiva.
Pero aquellos años de pesadilla con las goteras en el techo de la casa marcaron la infancia. El precepto bíblico se había cumplido a plenitud. Pobre naciste. Y pobre vivirás. ¡Vaya fatalismo!