Luis Velázquez | El Piñero
11 de agosto de 2021
Nada más triste y doloroso que el secuestro y desaparición de un hijo.
Peor sufrimiento mirar todos los días la silla vacía que ocupaba que en el comedor a la hora de desayunar, comer y cenar.
Nada terrible, una pesadilla infernal, mirar vacía su cama y tenerla lista en el día con día por si regresara.
Nada tan angustiante como pasar una semana, un mes, un semestre, un año, sin que vuelva.
Peor, mucho peor el sufrimiento cuando el montón de padres de familia se reúnen para buscar a sus hijos en fosas clandestinas, cárceles, centros de Alcohólicos Anónimos, casas de asistencia, asilos incluso.
Y vivir en cada búsqueda de norte a sur y de este a oeste de Veracruz y del país con la esperanza de encontrarlos vivos, o en todo caso, muertos, para darles cristiana sepultura.
Y salir cada cierto tiempo en la semana, en la quincena, con las madres con hijos desaparecidos para rastrear pistas y terminar el día con enorme y gigantesca frustración, y sin embargo, en los días siguientes continuar con la esperanza, la fe, mucha fe, de ubicarlos.
Así fue en el sexenio de Javier Duarte. Y en el bienio de Miguel Ángel Yunes Linares. Ahora, en los treinta meses de la 4T en Veracruz.
Al momento, unos veinte colectivos, integrados en las regiones geográficas de la entidad jarocha como nunca antes en la historia de los derechos humanos.
Y, claro, en la historia dura y ruda del dolor y el sufrimiento.
Ahora mismo, el trascendido de más fosas clandestinas en Ixtaczoquitlán, donde treinta y dos cadáveres han sido rescatados.
Pero por aquí aparecen más fosas, de inmediato, las madres aglutinadas en los Colectivos guardan sus muditas de ropa en el morralito y salen aprisa y de prisa al punto de destino para incorporarse a la búsqueda por si las dudas los restos de sus hijos estuvieran entre ellos.
Es una pesadilla inacabable, y en donde lo más duro y rudo es, sería, el olvido.
LA DESESPERANZA, AVE DE MAL AGÜERO
Un día, de pronto, así nomás, salieron a la calle y desaparecieron. Incluso, secuestrados en sus propias casas y departamentos.
Y un día y otro más y otro y otro y otro fue transcurriendo sin poder ubicarlos.
Entonces, la imaginación gana espacio y terreno a la realidad cavilando sobre los posibles culpables del plagio y la desaparición.
Que los malandros. Que los carteles. Que un enemigo emboscado por ahí. Que un vecino celoso. Que el novio o la pareja.
Y la angustia más espantosa de la vida se va encadenando como ave de mal agüero y a pesar de que ninguna lucecita alumbra el túnel del desencanto tener fe, mucha fe y esperanza, confiando en que el hijo, el primo, el sobrino, el familiar, por ahí estará vivo.
Así, sobreviene la otra pesadilla. Si estará comiendo a sus horas. Si le permitirán bañarse. Si le darán ropa para cambiarse. Si le darán las pastillas que toma todos los días para los achaques. Si lo golpearán. Si lo habrán torturado. Y herido.
Y la vida diaria se vuelve el peor tormento de los años. Y avasalla con la parentela. Los padres, los hermanos, los hijos, la pareja, los abuelos.
Es un viacrucis cargando la cruz en el camino lleno de espinas y cardos que a nadie, absolutamente a nadie se desea.
Y cuando ha transcurrido un año, dos, tres, entonces, por un lado, seguir manteniendo la fe de que esté vivo, pero al mismo tiempo, resignarse a que estará sin vida, y por eso mismo, continuar buscando en fosas clandestinas para ver si con un milagro su cuerpo pudiera recuperarse.
Ningún dolor humano es tan canijo.
ASESINOS FÍSICOS E INTELECTUALES
La desaparición y la desaparición forzada, resultante de la alianza de políticos, jefes policiacos, policías y carteles y cartelitos, malandros y malosos, sicarios y pistoleros, llegaron a Veracruz con Javier Duarte.
Y desde entonces, multiplicada como los peces y los panes, los ácaros y los conejitos.
Y nunca, ningún exgobernador, ningún secretario de Seguridad Pública, apenas, apenitas, un excomandante policiaco (de Tierra Blanca, con el secuestro de los 5 chicos, entre ellos, una chica, menor de edad, originarios de Playa Vicente) detenido con unos policías, según el trascendido.
Pero en ningún caso, ni culpables ni asesinos físicos ni tampoco intelectuales privados de su libertad y sujetos a proceso penal.
Y como los nuevos carteles o los nuevos jefes de los carteles saben, están seguros, ciertos, ciertísimos de que la mayoría de secuestros y desapariciones siguen impunes, entonces, “se crecen al castigo”.
Y hay inseguridad creciente porque hay impunidad y la vida se vuelve un círculo vicioso, un nudo gordiano, y los días y las noches se desequilibran fermentándose en el rincón más arrinconado del infierno.
Lo más grave de todo es que los secuestros y desapariciones siguen, inalterables, inderrotables, desdibujándose el llamado Estado de Derecho, cuya filosofía y razón de ser consiste en garantizar la seguridad en la vida y los bienes de cada ciudadano y cada familia.
Son los peores días nublados, torrenciales y borrascosos golpeteando “la noche tibia y callada” de Agustín Lara.
En sus dos novelas, Temporada de huracanes y Paradise, la escritora Fernanda Melchor, originaria de la ciudad jarocha, se ocupa de la violencia en Veracruz. La primera, cocinándose para convertirse en película. Quizá en Netflix.