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La edad más asombrosa y prodigiosa para amar

El Piñero

Luis Velázquez | Diario de un Reportero
10 de julio de 2021

DOMINGO

Bella es la vejez

Con todo y achaques, la vejez es bella.

Es el tiempo, como por ejemplo, Jorge Luis Borges, cuando el hombre viejo platica con el hombre joven que fue y uno a otro se reprochan cositas y luego se reconcilian y abrazan y dan besitos en el cachete.

Es cuando solo queda tomar un lecherito con los amigos y zambullirse en la nostalgia de los días idos y carcajearse y pitorrearse de las cosas más simples y sencillas.

Es cuando se escuchan ruidos y pasos y voces en la casa solitaria, sobre todo, en la madrugada, y se pregunta quién es y quizá la pareja contesta “No es nadie, soy yo, que vine a tomar agua”.

Y cuando nada hace más feliz que escuchar el ruido y el chasquido de la madrugada lluviosa en el techo de la casa y en la calle en el agua encharcada.

Es el tiempo cuando los viejitos únicamente están para apapachar a los nietos, así se enojen los hijos y que allá ellos.

Incluso, se podrá caminar en la vida con un botiquín de medicinas en el buró de la recámara. Pero aun así, la vejez es y será bella cuando, claro, todavía hay lucidez, porque en caso contrario, si la vejez es adversa, dura y ruda, entonces, el único camino digno es la Eutanasia.

LUNES

Leer en el alba

Hay madrugadas cuando Héctor Fuentes Valdés, 75 años, escucha desde el tejado de la casa de enfrente el romerío de unos gatitos jugando a las escondidas y el bramido de la gatita en la noche que todavía perdura.

Entonces, siente y cree que es la hora de levantarse y mientras calienta los huesos para caminar, trata de adivinar y ubicar el escondite de los gatitos… deseándose.

De pronto, la gatita brama con intensidad como si la estuvieran torturando y sus grititos interrumpen la tranquilidad del barrio y de seguro se escuchan hasta la otra calle.

Luego, de seguro los dos gatitos entran “al reposo del guerrero” y en la madrugada que camina el silencio total y absoluto.

Días cuando son las 4 de la mañana y aún falta una hora para que pase el camión de la basura. Y a los 75años, sin ganas ya de seguir durmiendo, Héctor Fuentes sigue leyendo el libro en turno, Suite Francesa, de Irene Némirovsky, quizá, la más fabulosa y extraordinaria de sus novelas, y en donde las palabras se bambolean en rítmico andar contando la invasión nazi en Francia.

MARTES

Bailar danzón sabroso

Dos veces a la semana, jueves y sábado, en la ciudad jarocha, los viejitos se adueñan del zócalo, de Plaza de Armas, del centro turístico por excelencia.

Allí, unos y otros se miran (y admiran) por vez primera y se conocen y re/conocen. Y luego de identificarse y ubicarse, bailan danzón.

Y bailan con elegancia y finura. Elegantísima la guayabera blanca de manga larga y el pantalón blanco y a veces hasta el sombrero en los hombres. Más elegantes las mujeres con las faldas de sus vestidos girando como rueda de la fortuna en la tarde tibia mientras ellas se abanican y una sonrisa tamaño sandía ilumina la noche que empieza.

Son la sexta, la séptima, la octava década. Allí se reúnen para re/nacer a la vida y lucir sus clases particulares de danzón moviendo el cuerpo con sabrosura.

Y “veinte y las malas” que luego de bailar un jueves y un sábado y otro jueves y otro sábado los corazones terminarán empalmados y en las madrugadas en sus casas, departamentos, bailarán danzón desnudos, solo con las zapatillas y los zapatos para sentir los pasos y seguir gozando…

MIÉRCOLES

Pescar por gusto

A las 4, 5 de la mañana, Lucas Robles está en el Muro de Pescadores en la ciudad jarocha. Lleva en las manos el itacate para el desayuno y la comida, quizá. Un sombrero tiene puesto de doble palma para el sol tropical, pues a los 70 años cuesta trabajo enfrentar el calor en el Golfo de México.

Antes, pescaba por necesidad, pues “muchas cornadas da el hambre”. Ahora, par de hijos lo sostienen. Y pesca por gusto.

Se interna en la bahía con su amigo Simón Barajas, su colega y compañero pescador, más de 5 décadas juntos pescando.

Tiran sus carnadas al mar y esperan más que con la paciencia de Job con la infinita paciencia del hombre condenado a esperar. Incluso, la paciencia de una pantera al acecho cazando la presa.

Pescan en silencio y uno al otro se dicen: “¡Qué bien estamos así!”.

Ellos son su única compañía. Se eligieron amigos y lo son. Solos, en el silencio del mar. La imaginación detenida a la espera de que un pescadito por ahí “muerda el anzuelo”.

El día. El sol. El agua del mar. El mar solitario. Ningún barco cerca ni lejos en travesía ni menos atracado.

JUEVES

El paraíso terrenal

Hay un montón de viejitos que todos los días, a veces en las mañanas, a veces en las tardes, viajan al paraíso terrenal, la tierra prometida, y son dichosos y felices.

Es cuando, por ejemplo, se sientan frente a una mesa en el café y durante una o dos horas toman el cafecito y que, bueno, luego de la plática, ya frío el lecherito, solicitan al mesero una calentadita.

En el siglo pasado, cuando el café de La Parroquia estaba en la avenida Independencia en la ciudad jarocha la mesa se llamaba “El club de los pájaros muertos”, digamos, como aquel tiempo de “La mesa que más aplauda/ la mesa que más aplauda”.

Podrá el mundo desmoronarse. Podrá la izquierda derrotar a la derecha y el centro.

Pero ellos, ahí se mantendrán, en la nostalgia cafetera, en un país llamado “La mesa cafetera”, en medio de tanta gente que entra y sale.

Ellos viven el legítimo sueño de la nostalgia. Los días que fueron y son. Son felices porque se tienen ellos, como aquellas comadritas en un cuento de Juan Rulfo que juran morir juntas para acompañarse en el viaje a la muerte… por si las dudas aparecen sobresaltos en el camino.

VIERNES

Tiempo de amar

La vejez es el tiempo más asombroso y prodigioso para amar. Es cuando se ama con pasión impetuosa y volcánica, pero, vaya paradoja, con toda la contemplación mística y el reposo de la vida.

Sin prisas ni urgencias. Con el deseo latente y fermentado. Sin dudas, celos ni recelos. Sin reproches. Y con la más absoluta confianza, el camino para la libertad, pues si una persona ama con pasión loca a otra se vuelve su esclava y si ama con sospechas también se convierte en esclava.

Pablo Picasso casó por última vez a los 80 años de edad y con una chica de veinte años. Y tuvieron un hijo. Y aun cuando el club de amigos se pitorreaba, el pintor estaba convencido de la autoría paternal.

Y es lo único que cuenta. En todo caso significa una forma de estar bien consigo mismo, pues en la sexta, séptima década, nada humano es ajeno.

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