Luis Velázquez/ Escenarios
Veracruz.- UNO. La fiesta de la vida
El escritor argentino, Julio Cortázar, siempre hablaba de “la interminable fiesta de la vida” que puede alcanzarse con cosas sencillas y comunes.
Por ejemplo, cada tarde, luego de trabajar 8 horas como traductor en la ONU, se encerraba a escribir sus novelas y cuentos, y lo que significaba la felicidad más alta.
Luego, escuchaba música clásica con una botellita de vino, acompañado de su gatito, al que también inició en la felicidad de oír música.
Su felicidad alcanzaba su más alto grado de solidaridad humana cuando, por ejemplo, viajaba a los países en lucha popular para escribir crónica sobre la libertad.
Así, estuvo en la Nicaragua de los sandinistas, donde, y entre otras cositas, tomó muchas fotografías de las pinturas elaboradas por indígenas y campesinos, alumnos en la casa de la cultura del sacerdote Ernesto Cardenal, en Solentiname, y que luego miraba y admiraba sin cesar en su departamento de París para ser feliz en el recuerdo y la nostalgia.
Su vida giró siempre alrededor de dos ejes centrales. Uno, la lectura de libros y periódicos y la literatura.
Una vez, como parte de “la interminable fiesta de la vida”, el simple hecho de vivir, organizó un viaje de un mes en una combi, acompañado de su esposa, la escritora Carol Dunlop, de París a Marsella y viceversa, y en donde nunca se hospedaron en hoteles o moteles, sino todas sus actividades las desempeñaban en la combi.
Allí dormían y hacían el amor. Y allí desayunaban, comían y cenaban. Y allí se estacionaban para mirar las horas. Y escribir, pues el objetivo era, además, escribir un libro y que luego fue publicado con el título de “Los autonautas de la cosmopista”.
DOS. Hacer agradable la vida
Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, quedó huérfano de padre a los dos años y su madre, analfabeta, se metió de trabajadora doméstica de casa en casa.
Vivían en un edificio de departamentos, tipo patio de vecindad, con un baño común para todos.
Y en medio de aquella pobreza, Camus alcanzó la fiesta de vivir cuando todos los días se iba con los amigos a la playa para disfrutar el cielo y el mar, la playa, el fútbol y el beisbol playero, y los amigos, el único patrimonio que los seres humanos pueden tener en la vida.
Además, ejercer a plenitud la más alta expresión de la libertad como decía Camus.
Hay una película de nombre fascinante. “La vida es bella”. Es la historia de un matrimonio y su hijo menor que son detenidos por la policía nazi de Adolf Hitler y confinados en un campo de concentración.
Y no obstante, el padre siempre encuentra razones para ver la vida en su lado bello y con un gran sentido del humor hacer la vida más agradable en aquel infierno.
TRES. Las cosas sencillas
Siempre hay razones suficientes para disfrutar lo que Julio Cortázar llamaba “la interminable fiesta de la vida”.
Por ejemplo, cada día es un nuevo comienzo y el hecho de despertar vivo y con ganas de ocuparse cada quien de su tarea constituye una alegría de vivir.
Un cafecito con los amigos, la lectura de un libro, escuchar música, platicar con la familia, reírse de anécdotas comunes y sencillas de la vida en común, mirar el sol al ocultarse, mirar la luna al salir, sentir la brisa marina, mirar y admirar la infinitud del océano, asombrarse con el vuelo de una gaviota, escuchar fascinado el trino de un pajarito, jugar un serio con el gato mascota de la casa, son cosas sencillas, entre otras, que alegran por completo cada día.
Y que, sin embargo, suelen pasar inadvertidas porque en el tráfago cotidiano son otros los factores que mueven el diario vivir.
Hay quienes, por ejemplo, reconocen que teniendo el Golfo de México tan cerca está tan lejos porque nunca, jamás, se le mira y admira, se le aprecia y valora, y se corre o trota todos los días con los pies descalzos ni tampoco se aparta un tiempecito para mirar y admirar a los pescadores cuando desembarcan con sus redes llenas de peces.
CUATRO. El infierno está aquí…
El sicólogo dice que la felicidad total y absoluta nunca ha existido. En todo caso, se trata de ratitos felices que cada persona tiene en sus días y noches y que han de archivarse en la memoria para recordarse en el momento necesitado, incluso, y hasta como un consuelo, una medicina que conforta.
En todo caso, la vida es de acuerdo “con el cristal con que se mira”, pero lo importante es buscar siempre el lado positivo de las cosas, pues si la vida se pasa llenando el corazón de cosas negativas, entonces, habrá un cortocircuito en las neuronas y en vez de “la interminable fiesta de la vida” de que hablaba Julio Cortázar, se vive una pesadilla.
Y nadie, por supuesto, quisiera estar en el infierno por más que haya dudas sobre su existencia, aun cuando el padrino de Damián Alcázar en la película “El infierno” dice que el infierno está aquí, en la tierra, y en ningún momento en el otro lado del charco como enseñan en el catecismo de la iglesia católica.