Luis Velázquez | Escenarios
UNO. Una década en una fonda…
Juana Robles tiene treinta años y es madre soltera de una niña y tiene una década trabajando en una fonda.
Todos los días, hacia las 5 de la mañana inicia la talacha, primero, echando tortillas a mano, y segundo, cocinando el menú del día, picadas y gordas, empanadas, chicharrones en salsa picosa y mondongo.
Apenas cursó al segundo año de la escuela primaria y aprendió a leer y escribir y hacer cuentas.
Diez años trabajando en la cocina de una fonda. La vida, sin un horizonte. La vida repetitiva. Empujando la carreta para amarrar el pan y la sal para ella y su hija.
DOS. Su hija nació en la fonda
Juana comparte honores y tareas con dos compañeras y quienes hacen la misma faena.
Incluso, su hija de 8 años de edad nació laborando ya en la fonda en Boca del Río y tanto se ganó la confianza y el cariño de los patrones que hasta quedó a vivir con ellos.
La hija llama mamá y papá a los patrones y para su ventura, la tratan igual que a los hijos legítimos.
Por eso, ella a nada más aspira en la vida. Solo a seguir ahí, en la fonda de nombre esotérico. Se llama Piscis.
TRES. Originaria de Los Tuxtlas
La fonda está abierta de 7 de la mañana a las diez de la noche.
Y Juana al pie del cañón, en el frente de guerra, sin desanimarse.
Vivía en una ranchería de Los Tuxtlas y agarró el camino de la migración. Lo más lejos que llegó fue a Boca del Río. Tenía, entonces, veinte años.
Y en el barrio conoció a su pareja, quien luego de que la niña naciera huyó asustado con la nueva responsabilidad, un chico de veintidós años.
CUATRO. El hombre desertor
Nunca más lo ha visto. Ni siquiera, vaya, un telefonema, un whatsaap, un correíto, para pedir la foto de la hija.
Mucho menos, unos centavitos para una mudita de ropa, unos zapatos, unos útiles escolares.
Incluso, ella ignora el lugar donde viva. Si se habría casado por ahí, o rejuntado.
CINCO. Mujer silenciosa
Juana es bajita de estatura, sencillita y modesta, y de sonrisa fácil que siempre la acompaña en las horas más duras y rudas.
Es una joven señora respetuosa y quien siempre cocina en silencio, sin hacer ruido, como hormiguita empujando el granito de maíz en caravana. Esmerada. Apuradita.
Su hija es su única ocupación. La niña va en el tercer año de primaria y en las tardes, luego de atender a los clientes en la comida, aparta espacio para la tarea.
La patrona fue muy generosa y obsequió una computadora a la niña ahora en el tiempo de la pandemia.
SEIS. Los olvidados de Dios
Diez años echando tortillas desde el amanecer y cocinando.
Su descanso es el sábado en la tarde pues cierran la fonda luego de la comida, y entonces, se va con la niña al malecón a ver pasar a la gente, comprando un helado, dejando que las horas caminen, ellas juntas.
Nunca ha esperado ni soñado con que un galán toque a la puerta de su corazón adolorido y desengañado.
Juana forma parte de “Los olvidados de Dios” que así les llamara el cineasta Luis Buñuel. De “los condenados de la tierra” según Franz Fanon. De los excluidos según el antropólogo Oscar Lewis. “Los pobres entre los pobres” que les denomina Amlo.