Enea Salgado
MÉXICO.- A 134 días de que los mexicanos acudamos a las urnas a elegir al nuevo Presidente de México, el partido en el poder ha soltado a sus demonios.
El war room del precandidato del tricolor, José Antonio Meade, está en profunda crisis, con una implícita guerra intestina de poder.
Su equipo, no ha logrado que Meade conecte con el electorado como quisieran y necesitan.
Una misión imposible les ha resultado deslindar del partido con más negativos hoy en México al “apartidista”, para convencer a la ciudadanía de que la “impecable” trayectoria del cinco veces secretario de Estado es la mejor opción para gobernar nuestro país.
Los escándalos de corrupción de la administración priista de Enrique Peña Nieto, están pulverizando “los logros” del precandidato presidencial.
El lastre del PRI lo ha llevado a ocupar el tercer lugar en la gran mayoría de las encuestas.
Parece que ni su coordinador de campaña Aurelio Nuño, ni su vocero Javier Lozano Alarcón, cuentan con la experiencia en el manejo de crisis y capacidad para la reacción inmediata, ante una campaña que va en picada.
El equipo de campaña de Meade, no ha logrado ejecutar una estrategia convincente ante ese gran sector de la población que respira y come indignación, gracias a la deshonestidad de sus gobernadores priistas, a la inacción de las dependencias encargadas de investigar actos corrupción, a la simulación de las autoridades responsables de impartir justicia. Gracias al cinismo de una clase política que lejos de construir puentes con una sociedad que se siente cada vez más agraviada y despreciada, levanta muros y se esconde en su indecencia.
Los priistas no encuentran la fórmula (ni la encontrarán a estas alturas) para desterrar de la mente del ciudadano la Casa Blanca, la de Malinalco, los desfalcos multimillonarios de los Duarte, los Moreira, los Borge; los millones de dólares que habría recibido en sobornos el extitular de Pemex, Emilio Lozoya Austin, para financiar la campaña presidencial de Peña Nieto en 2012; los numerosos contratos que otorga la SCT a empresas por medio de adjudicación directa o licitaciones amañadas, que terminan inflando sus costos en obras de pésima calidad que provocan la muerte de personas; la burda destitución del fiscal de la FEPADE, Santiago Nieto, para que no continuara investigando el rastro de las corruptelas del amigo de Peña Nieto con la constructora brasileña; el escándalo de desvíos de recursos públicos a través de dependencias federales, universidades y empresas fantasma.
Los escándalos son mayúsculos y se mantienen en la impunidad.
¿De verdad creyeron que lograrían minimizarlos ante la opinión pública y contrarrestar los números rojos del PRI presentando a un candidato “ciudadano” que “no tiene cola que le pisen” como el mismo José Antonio Meade lo ha expresado?
La sociedad ya no es la misma que vivió el proceso electoral del 2000 con cierto júbilo por ver salir al PRI del poder. O la del 2006, que enfrentó un largo conflicto postelectoral que erosionó nuestra joven y frágil democracia. Tampoco es la misma sociedad del 2012 que vio cómo se gestaba un pacto de impunidad entre Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
No, la sociedad ya no es la misma y el PRI no ha querido comprenderlo.
La información ya no es manejada solo por el duopolio televisivo que, durante décadas, fue cómplice de gobiernos corruptos, lo siguen siendo, pero las plataformas digitales han mermado su colaboracionismo.
Ahora la información, no en la medida que se necesita para el fortalecimiento de nuestra endeble democracia, puede ser difundida a través de las redes sociales, medios independientes, organizaciones civiles comprometidas en la lucha por la transparencia y rendición de cuentas.
El PRI, como partido de formas arcaicas y ritos, creyó que podría manipular de nuevo el sentir de la población, activando campañas de miedo que en procesos electorales en el pasado le dieron un “buen resultado”. Al tricolor, le está costando impactar en un ciudadano cada vez más informado.
Ante la fatalidad de perder el poder y los privilegios que éste le signifiquen, el PRI ha soltado sus demonios.
La maquinaria (¿maquinación?) priista está calentando motores, aguardando el momento justo del silbatazo que dará inicio a la campaña, para emprender la madre de todas las batallas y utilizar el aparato del Estado para que opere a favor de su candidato.
Son expertos en la materia, saben cocinar fraudes ante los ojos de las complacientes autoridades electorales que anulan, multan o favorecen según sea el interés partidista.
El PRI se niega a aceptar la realidad que vivimos en el país, al igual que el que despacha en Los Pinos, y pretenden que el electorado olvide agravios, perdone su fallida estrategia de seguridad que ha tenido como consecuencia miles de muertos, desaparecidos y desplazados, minimice los numerosos boquetes que le han hecho al erario y salgan a las urnas, dispuestos una vez más a votar por ellos, sin saber.
Qué necedad de no verse como nosotros los vemos: la imagen clara de un partido moribundo, dando sus últimos coletazos a diestra y siniestra, con tal de no soltar el poder.