Luis Velázquez | Expediente 2021
24 de abril de 2021
Dos periodistas han muerto. Alejandro Aguirre, quien iniciara en el frente de batalla a los 18 años de edad. Y Jorge Gómez, fotógrafo, reportero, astrólogo y metafísico. Casi casi, el Jaime Mausán de Veracruz.
Se fueron y dejaron su legado periodístico. Vivir pendiente de las noticias durante más de treinta, cuarenta, cincuenta años, quizá. En el día con día.
Jorge Gómez, además, pendiente del acomodo de los astros, convencido de que el sistema zodiacal influye en la vida.
Generoso, siempre estaba presto para leer y descifrar el presente y el futuro de los demás. Nunca, pudo, sin embargo, vislumbrar su destino inevitable, pues de la muerte, ya se sabe, dice el viejito del pueblo, “nadie se salva”.
Alejandro Aguirre empezó como reportero de policía aunque el deporte era su pasión. Unos años vivió pendiente de la patrulla y de escribir de pólvora y sangre.
Luego, la vida, tan generosa que es, le ofreció la oportunidad de pasar a la sección deportiva y alcanzó la dimensión estelar.
Incluso alternó la prensa escrita con la hablada, radiofónica y televisiva. Su pasión, el fútbol.
Fallecieron, digamos, de muerte natural. Natural que se ha vuelto morir en Veracruz y en el resto del mundo del COVID. Más de nueve mil muertos por el coronavirus únicamente en Veracruz en los últimos trece meses.
Dejaron familia, esposas e hijos, y lo mejor para ellos. Cumplieron su apostolado. Contar historias y que constituye la misión superior, y única, del periodismo. Informar de los hechos cotidianos, se ignora si para trascender en la vida social. Pero, bueno, cumpliendo con la tarea. Mejor dicho, con su vocación.
ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Muchos colegas han muerto por el COVID. También, claro, como dice el clásico, por muerte natural.
Se vive y padece la peor pandemia de los últimos cien años. La feroz lucha en todos los rincones de la tierra para enfrentar y sobrevivir. La disputa universal por las vacunas.
Y cuando en algunos lados se convoca al regreso a clases presenciales vacunando como medida preventiva a los maestros, ningún niño, adolescente o joven, de la escuela primaria a la superior, es, ni está, inmune.
Más cuando los expertos aseguran que en ningún momento la vacuna es garantía para derrotar al COVID. Acaso, un paliativo para que en vez de la pandemia se pesque una gripa.
En todos los sectores sociales y en todos los pueblos, los muertos. La muerte, agarrando, digamos, de sorpresa, al gremio reporteril y quienes igual que las enfermeras y los médicos y los policías y los maestros, por ejemplo, exponen la vida cada día en la búsqueda informativa.
De hecho y derecho, los diaristas han de ponerse el uniforme nuclear como muchos doctores para cubrir los eventos públicos y las ruedas de prensa y los mítines y las marchas.
Está bien vacunarse, dice la autoridad, pero de igual manera, multiplicar las medidas sanitarias.
Ningún epidemiólogo, el más experto, vaya, tiene bolita de cristal para aventurar el fin de la pandemia.
Otra cosita, teñida de política, es la llamada vuelta a la normalidad.
En el caso del periodismo se reportea por la vía digital. Las redes sociales. El whatsapp. Los boletines de prensa trepados en el Internet. Los correítos y los tips entre colegas. Las fuentes confidenciales, etcétera.
Y por eso mismo, todas las precauciones del mundo. Simplemente, es la vida o es la muerte. El riesgo sanitario. El peligro.
Además, nadie necesita héroes en el periodismo, sino reporteros, diaristas, tundeteclas, y como dicen en el oficio, albañiles y buenos albañiles de la palabra.
BUENAS PERSONAS
Por lo general, cuando una persona muere en automático vuela a los altares y todos dicen que era el mejor entre los mejores.
Bastaría, en el caso, escribir que Alejandro Aguirre y Jorge Gómez eran buenas personas.
Más, mucho más cuando se está seguro que el hecho de tener una maestría o un doctorado o doble maestría y doble doctorado, nunca hace a una buena persona y que significa la más alta condecoración humana.
Buenas gentes. Con buena vibra y mejor karma. Personas sin rencores, odios ni venganzas. Solidarios con los demás. Capaces de quitarse la camisa para darla a quien la necesitara. Más, si de por medio se atravesaba la familia y la amistad. Los amigos, decía don Julio Scherer García, son piedras rodantes en la ladera que se topan y fusionan.
Con frecuencia leía sus textos, puntos de referencia para caminar en el día y tratar de entender y comprender los hechos, las cosas y la vida.
Siempre que Jorge Gómez hablaba de los piscianos leía hasta con lupa y microscopio y lentes de aumento, creyente del horóscopo, tan necesario y determinante para enfrentar las horas del día y de la noche.
Los colegas se adelantaron, más como en el caso cuando las horas son contadas. Desearía escribirse copiando a Héctor “El Conde” Larios Cuevas que “estarán con los ángeles”. Pero bastaría, sin embargo, volver a sus textos para recordarlos con dignidad.